Capítulo 23

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—Sé quién eres —advirtió mientras se sentaba sobre el escritorio de (lo que debía ser) su oficina —. El Risper menor ha venido a verme hace unos días; admito que no lo pensé tan tonto como para traerte aquí.
Miré a mi alrededor; estábamos en una habitación que, parecía ser, el resultado de voltear la pared que separaba dos ambientes diminutos. Uno de los costados estaba cubierto casi por completo de papeles, dibujos, noticias, fotos y demás cosas. En el otro extremo, cerca de mí, había una mesa con sillas destartaladas, y un mueble que colgaba de la pared con bebidas y cosas varias. Era desordenado y armonioso a la vez.
—Yo le pedí que me trajera —mentí.
—Tengo entendido que no estás dispuesta a unírtenos —interrumpió, mirándome con ojos cansados.
Creí que tenía demasiadas arrugas, y cansancio, para ser una mujer de cincuenta años. No descartaba la posibilidad de que fuera, incluso, más joven. Era de tez aceitunada, con cabello castaño y peinado hacia atrás. Los orificios de su ancha nariz se abrían y cerraban al compás de su respiración. Fumadora compulsiva, pensé.
—No —dije, por fin.
Ella pareció divertida con mi sinceridad. Se rascó el cuello.
—Qué lástima, porque... Puede que no tengas el don de la fuerza, pero te las ingenias bastante bien —asentía para sí misma con los ojos cerrados, luego me miró y llevó su dedo índice a la sien—. Piensas, observas.
Justo en ese momento, en el divague de mis ojos sobre la mesa, encontré un pedazo de tela que tenía símbolos que no entendía.
Fiera se levantó de la mesa, y caminó hasta una vitrina que estaba por detrás. Volteó y comenzó a revolver una y otra vez las porquerías que tenía allí.
Entonces me percaté de que lo que estaba delante de mí, era una tabla de traducción. Había una runa para cada símbolo.
Fiera se agachó y abrió un cajón, mientras lanzaba una maldición al aire. Sin dudarlo, ajusté la tela a la mitad y la reduje lo más que pude, hasta hacerla entrar en el bolsillo ancho de mi pantalón.
Me crucé de brazos, y esperé a que volviera a sentarse a la mesa.
— ¿Qué quieres? —pregunté.
Ella sacó un cigarro de la bolsita que había encontrado en el cajón, y se lo llevó a la boca en un intento desesperado por calmar su falsa sed.
— ¿Qué...?
—Tienes información sobre Elioth, qué quieres a cambio —me permití interrumpir.
Encendió el cigarro, e inhaló un par de veces antes de contestarme.
— ¿Por qué no quieres unirte? —preguntó, e hizo un ademán con el cigarro.
Me lo pensé. ¿Qué contestaría?
Pretenden derrocar al gobierno, utilizando sus mismas técnicas. Son una organización que afirma tener como objetivo la liberación del pueblo; cuando en realidad, lo que buscan es meterse en el juego político. La situación actual es una mierda, pero no estoy segura de cuánto pueda llegar a mejorar con ustedes.
No compartimos objetivos —me limité a contestar.
Ella rió, y se ahogó con el humo a la vez.
—Aquí les damos un techo, y una misión, a quienes piensan diferente. Les regalamos la posibilidad de no ser perseguidos, torturados y masacrados.
—Lo sé —dije para que se callara.
Aquello pareció desconcertarla.
—Ahora que conoces nuestra ubicación —dijo apagando el cigarro contra su pierna—, no puedo dejarte ir...
Fui yo quien lanzó la risa.
—Si intento irme, van a perseguirme, torturarme y masacrarme. ¿Verdad?
Sonrió irritada. Bajó de la mesa y se acercó con cierta prudencia, era evidente que no intentaba asustarme (aún).
—Haremos una cosa —resolvió —, vamos a darte un tiempo para que lo pienses.
—Quienes...
—Oh, chiquita. No pensarás que soy mente maestra detrás de todo esto —respondió con obviedad —, soy sólo una vocera.
Me dirigí hacia la puerta, y antes de alcanzar el picaporte, Fiera volvió a hablar.
—Tu amigo fue parte de disturbios en el mercado esa misma noche de domingo —giré para mirarla a los ojos —, en la misma incursión los detuvieron.
—No estaba solo...
No podía creer lo que me estaba diciendo. Elioth subversivo. Y yo creía haberlo conocido casi por completo.
—Eran un grupo de cuatro o cinco personas; no pertenecían a los nuestros... Si quieres mi opinión, chiquita, tu amigo dejó que le apolillaran el cerebro unos locos suicidas. Nadie se embarca en una misión así.

Elioth está muerto. Realmente está muerto.

—Quizás puedas conseguir más información por aquí, por si quieres pensártelo... —fueron las últimas palabras que escuché, antes de cerrar la puerta y volver a la galería.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora