—Chit.
La marea de cuerpos en la que nos encontrábamos sumergidos, impedía que viera más allá del hombro de Helen. Moro se encontraba por delante, y hacía un sutil barrido para abrir un sendero hacia la calle lateral más próxima.
—Chit.
Es para mí, pensé. Volteé y sólo vi rostros de personas desconocidas, que me observaban con aire de amenaza. Claro que no iba a detenerme justo en la mitad de la calle. Entonces, me acerqué a Helen, y susurré:
—Adelántense...
Ella me miró, y siguió avanzando sin dejar de sostenerse de la espalda de Moro.
— ¿Qué pasa?
Descolgué mi bolsa de mi espalda y la monté en la suya, mientras le acomodaba su fino abrigo.
Me examinó un segundo, y al notar que comencé a desprenderme de ambos, titubeó.
—Ustedes regresen, tengo algo que hacer —dije y antes de voltear, le guiñé un ojo.
Comencé a abrirme paso al contrario de la marea, y a unos cuantos metros de haber abandonado a mi hermana y a Moro, alguien me rozó la mano y volvió a chistar.
Lo extraño era que, en esa misma dirección, no lograba reconocer a nadie.
Entonces, a lo lejos, divisé la capucha una persona que iba de espaldas, caminando al contrario, al igual que yo.
Thomas, pensé. Pero no podía ser, acababa de estar en el escenario; él estaría rumbo al Epicentro.
Me adelanté, y cuando estuve lo suficientemente cerca como para tocar al encapuchado, éste giró su rostro para captarme de reojo. Douglas estiró la mano hacia atrás, y la sujeté.
Después de rodear la plataforma, y esquivar unas cuantas personas, llegamos a un lugar que parecía bastante despejado, y oscuro.
Doug volteó, y me besó; al mismo tiempo, encerró la corona de mi cabeza con la capucha de mi campera. Entre ambas telas, se formó un pequeño espacio entre nuestros alientos.
—Sígueme. No hables, ni preguntes. No mires a nadie a los ojos... ¿Tienes algo para taparte el rostro?
Mientras caminábamos, corrí una de mis mangas, dejando al descubierto el pañuelo que Elioth me había regalado. Lo desenvolví de mi muñeca, y lo coloqué justo por encima de mi nariz.Douglas me guió por un par de callejones, hasta entrar en una zona de la ciudad en la que nunca había estado. Las calles eran tan estrechas, que siquiera los vehículos de los Oficiales cabían allí; no había senda-calle-senda, como era costumbre en casi todo Civitas, sino que las casas estaban separadas por pasillos de tierra y piedras. Todos los hogares se alzaban al cielo, pero pocos tenían entrada oficial, sino que sus puertas estaban posicionadas en las paredes, y los accesos eran escaleras improvisadas.
Las calles no eran rectas, sino que cada veinte o treinta metros, se bifurcaban o acababan. Se trataba de una sub-aldea dentro de la propia Civitas, sin embargo, no me pareció que el perímetro fuera demasiado grande. Justo en ese momento, juzgando nada más que la fachada de los hogares, y a las pocas personas que deambulaban (agrupadas en esquinas, o en la oscuridad), comprendí que se trataba de una tierra sin dueños.
El lugar perfecto para desenvolver un movimiento anti-sistema: en lo más profundo y oscuro del norte de la ciudad.
Daba la impresión de estar atrapado en un laberinto feroz. Todo se veía tan poco espaciado, que la sensación de claustrofobia era real. Desde el momento en el que había ingresado al lugar, había podido afirmar dos cosas; la primera, era que no había privacidad, ni secretos, entre las personas que habitaban aquellas calles. Y la segunda, era que me encontraba en el lugar más seguro e inseguro de todo Civitas, al mismo tiempo.Douglas se detuvo en las escaleras descendentes de un bar.
—Bueno —dijo, quedándose sin aire —, mantente pegada a mí...
Sus ojos oscuros habían adoptado una expresión de terror constante, y no dejaba de mordisquear su labio superior.
Algo de todo aquello había hecho que mi corazón comenzara a latir con fuerza, como si las reacciones de su cuerpo le hubieran transmitido cierto nerviosismo al mío. Doug me acomodó el pañuelo, y estiré la mano para ajustar su capa. Me sonrió de costado. Y entonces, lo comprobé: tenía una nueva cicatriz. Pequeñísima, que todavía tenía costra, en la barbilla, del lado derecho.
—Si logramos entrar, llámala Fiera —dijo.
¿Fiera? ¿Qué?
Era evidente que Douglas no tenía idea de lo que hacía.
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SUBVERSIVOS #1
Bilim Kurgu"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...