Capítulo 33

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Desde el día en que la carta había llegado, enormes relojes invisibles se habían alzado en cada esquina de mi casa. Cada silencio era atravesado por un segundo, y la aguja se oía cada vez más alto. Se respiraba aire ansioso. Estábamos a la espera de algo horrible, tan horrible como el fin de la vida como la conocíamos.
Aquella tarde no había podido parar de pensar en qué era lo que había hecho para que mi familia sufriese semejante maldición, y al no encontrar respuesta, resolví que debía enfocarme en aquello que importaba en ese mismo momento: caligrafía perfecta.
Horace y Hugo se encontraban tan histéricos, que casi no nos dejaban respirar. Las presiones se habían centrado en aquellos pisos en los cuales se desarrollaba alguna tarea relacionada a los trajes de los Oficiales. Habían delegado gran parte de trabajo al piso cuatro, y varias mujeres habían sido cambiadas de lugar para aumentar la productividad. Hugo se pasaba el día corriendo de aquí hacia allí, con una tabla y una pluma en las manos.

En mi siguiente tarde libre me había propuesto encontrar a Douglas en el mercado, e intentar sonsacarle algún tipo de información sobre el M.A.C. Estaba segura de que él sabría dónde estaban sus bases en Civitas; o cuanto menos, quienes formaban parte del movimiento.
Había estado pensando en todo lo que Donald y Thomas me habían dicho sobre el M.A.C; por ejemplo, que en la actualidad se trataba de una sociedad que compartía una forma de vida, con la fe depositada en supuestas sociedades más allá de los muros, y afición por resguardar datos de la historia original. Sin embargo, me había parecido que la definición que me habían dado sobre el M.A.C era demasiado simple. Al fin y al cabo, habían sido capaces de organizar disturbios en el centro. Quizás las raíces de esta "sociedad" eran mucho más profundas en Civitas, así como también, activas y progresivas.

Bajé las escaleras temprano por la mañana. Mi padre estaba arrodillado frente a la mesa ratona de la sala de estar, con un martillo en la mano y varios clavos en la boca. La carta, además de indicar el día en que nuestro padre nos abandonaría, informaba que William Bless podría prescindir de sus labores en la fábrica. Desde aquel momento, él se había encargado de reparar cada cosa rota/semi-rota en mi hogar, como si de un clavo flojo pudiera depender nuestro futuro bienestar. No lo culpaba... cada quien canalizaba a su manera. Mi hermana no había dejado de pintar hasta entonces, y mi madre estaba todo el día fregando los pisos, los muebles y demás cosas. Parecía como si hubiera calculado cuánto tiempo tenía que pasar para que pudiera volver a fregar los platos, al acabar la limpieza de los muebles.

Afortunadamente, al acercarme a la cocina, me percaté de que había una nueva lista de compras colgada perfectamente en la alacena. Me bastó con guardar el papel en mi bolsillo, subir a mi habitación por mi sudadera bordó, enredar el pañuelo naranja en mi muñeca, y salir a la calle con la bolsa de cuero colgada al hombro. Mi cámara bien posicionada dentro, obviamente, como excusa perfecta para acompañar a Douglas a revelar mis fotos.

El día estaba soleado pero, a medida que avanzaba, las nubes cubrían el cielo cada vez un poco más.
Al llegar al mercado, el cielo estaba de color gris, y se respiraba cierta humedad. El camino pareció más corto que otros días: mi paso oscilaba entre la caminata y el trote. Las calles estaban llenas de gente; el ambiente del lugar era más oscuro y pausado, ya que no había tantos niños, y no se escuchaba música a lo lejos.

Tomé las tres primeras fotos a un par de niños que estaban sentados en un cantero de la Plaza del Mercader. Eran una niña y un niño; él tendría unos once años, y ella seis quizás, sin embargo, se veían tan cansados como cualquiera de los empleados que caminaban aquellas calles.
Al bajar mi cámara, justo antes de marcharme, el niño le acercó a la niña la única flor blanca de todo el cantero. Ella sonrió con los ojos, y la guardó en su mameluco.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora