QUINTA PARTE - Capítulo 38

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La chicharra aulló enloquecida marcando el fin de la eterna jornada laboral. Como en mi caso, había tantísimas otras mujeres que habían sido seleccionadas para reforzar la producción en horarios extra.

Volteé una última vez hacia el reloj, y salí corriendo hacia el playón donde se llevaría a cabo la celebración del Reclutamiento.

Mi cuerpo rebotaba una y otra vez contra el asiento del destartalado camión, mientras que no podía dejar de sorprenderme de lo vacías que se encontraban las calles. Las pocas personas que transitaban, lo hacían hacia el playón; la ceremonia siempre había sido obligatoria para todos aquellos que no cumplieran horario de trabajo, incluso en algunos lugares la jornada se suspendía durante esas horas. Supuse que nunca había prestado real atención a lo vulnerable que resulta Civitas durante ceremonias así.

Cualquiera que me hubiera visto en el momento que bajé del camión y comencé a buscar a mi familia, hubiera dicho que estaba loca. Tenía en el pecho la sensación de que de encontrarlos dependía mi vida, y aún tenía la esperanza de que todo tomase un rumbo inesperado.

Pronto se volvió difícil escurrirme entre la gente, puesto que mientras más cerca del playón estaba, más personas había. Al cabo de unos instantes fue inútil pedir permiso, ya que se había desvanecido la voluntad de moverse de cada uno de los presentes. Como si sus cuerpos pudieran sentir que la ceremonia estaba por comenzar.

Retrocedí unos metros y me subí —con mucho esfuerzo — a un cantero enorme, cuya vista daba justo al taburete donde se erguirían nuestros líderes.

Una melodía comenzó a sonar por los altoparlantes, y no pude evitar dedicarle una mirada a la multitud. A diferencia de otros actos, no todo el mundo parecía emocionado por la situación; incluso muchos de ellos pasaron de aplaudir frente al anuncio de la aproximación de los líderes. La ceremonia de Reclutamiento se trataba de mostrar a las personas quiénes cuidarían de ellos durante el siguiente ciclo, y a su vez para enseñar que la fuerza de los Oficiales se renovaba y reproducía constantemente. Por eso mismo era de asistencia obligatoria, lo demás —simpatizante o no— no importaba.

Las trompetas sonaron por unos segundos y la gran multitud quedó en total silencio.

Un hombre subió al gran taburete y acomodó el micrófono. Tosió varias veces y luego dijo:
—Bienvenidos otro año a la ceremonia de Reclutamiento de Oficiales de Genux. El día de hoy... —...honraremos a caídos y presentaremos a iniciados, que darán paso al nuevo ciclo de seguridad en Civitas y el Epicentro. Recordé y repetí en mi mente cada palabra —. Recibamos con vítores a nuestro líder: Alfred Mónaco.

Desde uno de los costados se abrió la puerta de un auto que no había visto hasta ese momento, y Mónaco apareció. Caminó hasta el taburete, vestido con un traje bordado de color gris, y se irguió frente al taburete mientras gran parte de la multitud aplaudía y se ahogaba en vítores.
Entre los gritos fanáticos de un grupo de personas encontré a Daniel, quien tenía a su lado a Sophy, y estaba justo a unos treinta metros de mí. Él estaba eufórico, se tocaba la nuca con ambas manos y sonreía con orgullo, como si Mónaco fuese algún tipo de figura divina. En ese mismo momento comprendí que existiría un pequeño punto ciego entre nosotros: allí nunca nos entenderíamos.

Los aplausos continuaron hasta que Alfred Mónaco se posicionó en el taburete, desplegando una cantidad increíble de Oficiales del Epicentro y asistentes. Éste acomodó el micrófono y dio una mirada al consejo directivo (una parvada de gansos vestidos del mismo color que presenciaban cada uno de sus discursos y formaban parte del poder), luego arremangó su traje un par de milímetros y comenzó a hablar.
—Querido pueblo. Queridos hermanos, querida familia...

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora