PRIMERA PARTE - CAPÍTULO 1

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El viento helado movía los árboles secos, y unos pocos copos de nieve apresurados caían libres hacia el colchón blanco que era el piso. Sólo los adoquines del centro de la calle podían verse; los que estaban más cerca de la plaza y el otro extremo de la vereda, se habían vuelto invisibles.

Todos sabíamos que debíamos volver a nuestros hogares antes del toque de queda. Daniel, sin embargo, no se molestó en pensar dos veces antes de comenzar la guerra. Ese tipo de cosas hacía él. Siempre así. Aprovechaba el poco tiempo que nos quedaba, e intentaba ganar con tiros vagos, pero violentos.

Impares, pensé. Helen con Elioth; y el resto... Todos contra todos.

Como esperaba, él la tomó de la mano cerrando el trato: serían el único equipo, y echaron a correr para esconderse detrás de un árbol. Elioth no iba a dejar que ninguna bola pasase cerca de mi hermana, o al menos ninguna demasiado grande. Y además, necesitaban un escudo para preparar sus misiles.

Moro comenzó a correr sin dirección cuando la nieve empezó a volar por todos lados. Me di la vuelta tomando un puñado más marrón que blanco, y la aplasté entre mis manos; la lancé tan lejos como pude y logré darle en las piernas a Moro.

Al mismo tiempo otra bola me golpeó la nuca, estaba segura que había sido Daniel, sobre todo porque él nunca entendía las reglas del juego.

Corrí hasta el escudo más cercano, pero al llegar noté que había demasiada tierra. Elioth agitó su brazo y la nieve explotó en el árbol, salpicando mi rostro. Salí de mi escondite y formé un proyectil en el camino; justo en ese momento vi a Daniel preparado para lanzar una bola a su hermano, entonces me dispuse a salvarlo. Mi objetivo estalló en la nuca de Daniel, y al arrodillarse, Moro dejó de ser la presa. Él pasó a ser depredador, y la nieve que tenía entre sus manos voló hacia mi estómago.
— ¡Traidor! —grité indignada.

Perseguí al traidor unos metros, aunque sabía que no iba a atraparlo. Frené y regresé corriendo sobre mis pasos hacia Helen, pero ella estaba ocupada: medio-corría con una gran (gran) bola de nieve entre sus manos. Era tan enorme que tenía que apoyarla contra su delgado cuerpo para sostenerla.

Trotó hasta detenerse detrás de Daniel, quien estaba arrodillado y muy concentrado amontonando nieve; entonces mi hermanita alzó la gran bola y la soltó. Dani cayó empapado, y a Helen se le transformó la cara hasta echarse a reír.

Bastó para que corriéramos a su encuentro. Daniel estaba con la espalda contra en el piso, ahogado en su risa al igual que mi hermana.
—Perdiste —murmuró ella, saboreando la victoria.
Daniel la superaba en tamaño, y técnica. Siempre había sido el más grande de nuestra clase. Bajar la guardia siempre tenía sus consecu...

Mi cabeza se sacudió y sentí el frío escurrirse hasta mi espalda.

El ambiente se silenció, y escuché a Moro silbar un: ¡Vaya! Largo y pausado. Sí, vaya.

Miré a Elioth, que ya se había adelantado varios metros, y estaba recargado contra el árbol más cercano. Sonreía con malicia y diversión. No esperó a que terminase de decidir de dónde recoger la nieve. Echó a correr como si no hubiera un mañana. , pensé. Corre.
— ¿Qué pasa, Annie? —se burló en un grito.
— ¡Así no cuenta! —grité. Había formado mi proyectil, y lo tenía escondido en la espalda.

Elioth trotó los últimos metros hasta darse la vuelta, entonces caminó hacia atrás hasta detenerse. Desde la distancia podía ver lo alborotado que tenía su pelo oscuro, y la suciedad en sus guantes de lana.
— ¡Más cerca! —Él rió y avanzó un paso. — ¡Más! —insistí.
— ¡Sólo uno más! —contestó él, enseñando su dedo índice.
Avanzó. Y retrocedió ni bien di un paso al frente.
— ¡No vale! —advirtió en una sonrisa.
—Tírale, Annie —dijo Moro, ansioso.
—No va a llegar... —agregó Daniel por lo bajo.

Me posicioné y lancé una bola con la mano derecha, lo más lejos que pude. Pero no lo hice a la altura del pecho, sino a la altura de los pies. Esperé a que Elioth saltara a un costado, y usé esos dos segundos en los que miró hacia abajo para correr descubriendo mi segundo proyectil.

Corrí tan rápido que él no alcanzó a escapar, así que lo único que hizo fue llevarse las manos a la cabeza.

Aventé la bola con la mano izquierda, y ésta se estampó directamente en la espalda de Eio; quien volteó y comenzó a perseguirme.

Una parte de mí quería detenerse, echarse a reír y observarlo con la misma cara que él había puesto. Pero en realidad, sabía que Elioth querría ser el último en lanzar una bola.

Las risas de los Roth y de mi hermana se apagaban a medida que nos alejábamos de la Plaza de las Arenas. Mi atacante y yo corríamos al compás del ruido de las suelas de nuestros zapatos, que repiqueteaban histéricos contra los adoquines.

Lo escuché detrás de mí todo el tiempo, gritando palabras entre risas, y jadeando. Una bola cayó en mis talones e intenté correr más fuerte. Doblé en una esquina y luego en otra.

Al doblar por tercera vez, no volví a escucharlo; entonces decidí dejar de avanzar para voltear. La calle estaba completamente vacía, pero estaba segura que Elioth debía estar esperándome allí, más allá de la esquina.

Apoyé todo mi peso contra un árbol para recuperar la respiración, y luego miré hacia el cielo. Debía volver en ese mismo momento, ya no importaba la guerra: se acercaba la hora. Entonces miré alrededor y no reconocí las casas; caminé vencida hacia la esquina y grité:
— ¡Me rindo, Elioth!
Mi voz no rebotó en ningún lugar. No hubo eco, tampoco respuesta.

Entonces pasó. 

Una alarma grave comenzó a sonar en ascendente; ésta llegó hasta lo más ruidoso y comenzó a descender. Miré a ambos lados, pero nadie estaba a mi alrededor.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora