Toda la semana había estado recordando los pasos que había hecho cuando me perdí, así que no costó encontrar el lugar. Me había dado cuenta de que si caminaba por otras calles podía llegar más rápido.
La Plaza de la Vegetación se veía muy triste. La hilera de arbustos no estaba cubierta de nieve como aquella noche, sino que sólo era el esqueleto de una planta que no dejaba ver lo que había en su interior. Ésta conducía por sus lados un camino de tierra que iba hasta el centro. Allí había un gran (gran) sauce llorón, que envolvía con su cortina seca una fuente rota, y un columpio para dos.
Apreté el paso hasta llegar al comienzo de la hilera de arbustos, y esperé unos minutos. En realidad, la calle estaba vacía casi por completo; la tormenta no tardaría mucho más, así que me adentré en las ramas, y me arrastré hasta la puerta.
Al entrar al túnel, metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué una linterna pequeña. Tenía poca batería, y estaba un poco estropeada, pero servía. La prendí y alumbré mis costados. La piedra de las paredes era diferente a la del piso y el techo. Y allí, en cada costado y cada varios metros, había faroles para encender velas. Algunos tenían telas de arañas, otros sólo tierra.
Comencé a caminar por el sendero que la luz tenue iba marcando, y mientras lo hacía, tuve oportunidad para pensar en todo aquello. Quien había construido el túnel había pensado muy bien en cómo mantenerlo oculto, ya que (secos o no) los arbustos de la plaza hacían un buen trabajo escondiendo la puerta.
Cuando llegué al otro extremo vi la luz que se colaba por las hendijas. Bajé el picaporte y entré a la sala. Allí estaba Zora, leyendo en un costado. Esperándome. Al verme, se puso los anteojos sobre la nariz.
—Qué gusto verte, Annabeth —dijo sonriendo con los labios.
—Permiso...
—Pasa, pasa.
Estaba vestida diferente, tenía puesto un vestido tan raro. La tela era de color rosa, pero de un rosa triste; tenía flores, pero no en estampas, ni en bordados. Era como si la tela misma tuviera flores. Lucía hermoso y pesado.Cruzó la sala y encendió más luces. Y entonces olvidé que me encontraba en un sótano.
— ¿Té?
Asentí. Dejé mi abrigo sobre una silla, y me senté en uno de los sillones.
—Supongo que tienes preguntas que hacer —sugirió mientras me entregaba la taza.
—Sí, bueno... Tengo algunas.
Sorbí el té, y ella se acomodó el vestido.
—El túnel lo hizo alguien que quería verla a usted —afirmé. Iba a continuar, pero a Zora se le escapó una risita.
— ¿Cómo sabes eso? —preguntó sonriendo.
—Bueno, está muy sucio ahí abajo, no parece que lo utilicen a menudo. Y termina en su sótano.
Ella asintió, y sorbió su taza de té.
—Pero lo que no entiendo es, ¿por qué hacer la entrada en una plaza? Y no de sótano a sótano...
—Bueno, la persona que venía a verme no tenía una casa a la que conectar el túnel.
—Es parte de la Edad Negra —pensé en voz alta.
—No —dijo con tranquilidad —. Ninguno de los dos.
No iba a preguntarle qué había pasado con esa persona, porque estaba bastante claro. Por más que no perteneciera a la Edad Negra, seguía siendo una persona subversiva. Y para ellas sólo había un destino posible...
—Desapareció —me interrumpió ella.Asintió con la cabeza, sonriendo suavemente, con los ojos vacíos de dolor. Tenía los ojos de esas personas; las personas que habían sufrido de las desapariciones. Ojos vacíos de tanto esperar una respuesta que nunca llegaría.
— ¿Él también sabía leer? —pregunté desviando mi mirada a las estanterías.
—Logré enseñarle un poco.
La observé, y sonreía como si recordar aquello le diera la vida.
—Y a usted, ¿Quién le enseñó?
Zora eligió las palabras, y luego lo explicó como si no tuviera nada que ocultar.
—Mi apellido es Chardozo —dijo y me mostró la inscripción de la bandeja de plata. Estaba escrito su apellido en Runas —. Mi familia fue una de las familias fundadoras, y estos libros son... herencia. Así como también lo fue aprender a leerlos.En la Escuela de las Convenciones nos habían enseñado que cuando la humanidad destruyó la tierra, las familias fundadoras se habían propuesto crear una ciudad: Genux. Para que fuese justo en ese entonces, el liderazgo fue otorgado a varios de los hombres mayores que formaban parte del grupo. Y acordaron que cada familia conservaría su parte del liderazgo, siempre y cuando tuviera un heredero varón.
En aquel entonces eran doce grupos. Poco a poco las familias fundadoras que tenían sólo hijas mujeres, fueron quedando fuera del liderazgo.
Hasta el año pasado sólo quedaban cuatro familias fundadoras, y este año uno de hombres había muerto con siete herederas mujeres. Por lo que hoy sólo quedan tres líderes.
—El hábito de lectura se ha mantenido en mi familia como un secreto durante generaciones —explicó.
—Hay... ¿Hay más personas que saben leer?
—Sí.
Vacilé unos segundos.
— ¿En el Epicentro?
—Sí —contestó sin dudar —. Y en Civitas también.La primera vez que había venido al sótano, Zora me había dicho que muchos de los libros que estaban en las estanterías pertenecían al antes. Muchos eran más viejos que Genux, por lo tanto, contarían cosas de aquel entonces.
Nunca me había preguntado cómo había sido el mundo antes de Genux... Nunca me lo había preguntado, porque me habían enseñado cómo era. La humanidad lo había destruido todo.
Antes de Genux sólo había ruinas.
Éramos los últimos, y los únicos. Más allá de los muros había animales, salvajes, y enfermedad. Más allá no había otra cosa que los restos del odio y el dolor. ¿O no?
¿Y si del otro lado todavía hubiera algo que contar?
Qué idea loca. El mundo como yo lo conocía tenía muchos misterios, pero estaba bien. El mundo estaba bien. Genux era misterioso, pero no había una regla que dijera que todos los misterios debían ser resueltos.
—Mucha información —dijo Zora —. Algún día no será tan complicado entender.
Le sonreí y me acomodé en mi asiento.
—Sí... —dije.
—Bueno, me alegra que hayas venido hoy, porque tengo algo para darte.
Zora se levantó y sacó un cofre de una de las estanterías.
—Es para ti —dijo.El cofre era hermoso. Era de madera y de color marrón. Tenía tallado un árbol seco en una esquina, y sus las ramas envolvían todo el resto. Pero en la parte superior tenía una cerradura de hierro, y allí había tallado un sol. Los rayos de sol tocaban algunas ramas, que no estaban secas y habían florecido.
Una amplia sonrisa debió haber aparecido en mi rostro, porque cuando levanté la vista, Zora estaba al borde de la emoción.
—Sabes, fue un placer haberte conocido, Annabeth. Sin embargo, creo... que sería más seguro que dejaras de venir por un tiempo.
Al escuchar aquello entendí bastante: era un regalo de despedida. Una vibración apareció en la boca de mi estómago; creí que era la pena de saber que no iba a volver.
—Me encanta —le dije —. Gracias.
Luego de unos segundos recorriendo con los dedos las figuras, pregunté:
— ¿Qué tiene dentro?
—Dentro de ese cofre hay...
Zora ladeó la cabeza, y me dijo que dejaría que fuera sorpresa.
—Y... ¿Dónde está la llave? —pregunté.
—Bueno —comenzó —, la llave voy a tenerla yo. Cuando decidas volver, y sientas que estés lista para hacerlo... te la daré.
—Zora —dije. Sonaba raro llamarla por su nombre.
—Dime.
— ¿Cómo sabes que algún día voy a volver?
Ella se tomó un momento antes de contestar.—Porque, en primer lugar, una niña común y corriente de trece años nunca hubiera llegado hasta aquí. Y en segundo lugar, una niña común, Annabeth, nunca hubiera vuelto aquí hoy...
Lo decía como un cumplido, pero a mis oídos aquello sonaba como un recordatorio de todo lo que estaba haciendo mal. Una niña común y corriente era lo que yo era, lo que se suponía que debía ser.
—Tu sol iluminará el jardín...Antes de poder pensar siquiera en aquella frase, salté en mi asiento al escuchar el estrepitoso sonido de un vidrio partiéndose en mil pedazos.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...