8. A

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Terminé de bañarme un poco antes del almuerzo.

Con la toalla en la cabeza y descalza, con el pantalón de jean a la cintura y una remera (cortada) de mi padre por encima, subí a mi habitación.

Entré a la habitación y lo primero que vi fue a Helen medio acostada en mi cama. Un cuerpo se abalanzó sobre mí y con cuidado me cargó al hombro. Elioth dio dos o tres giros cuidando que mi cabeza se mantuviera lejos de las paredes, aunque sólo fuera por un par de milímetros.
— ¡Feliz cumpleaños!
— ¡Sí, feliz cumpleaños! —repitió Helen golpeándome con los almohadones.

Estreché a Elioth, en forma de agradecimiento.
—Dieciocho, ¿eh? —dijo apartándose.
— ¿Me sientan bien?
—Ajá.
Nos quedamos mirándonos, sonriendo.
—Bueno, iré a ayudar a Mamá con la comida —dijo Helen y salió sin esperar respuesta.

Me saqué la toalla de la cabeza y comencé a peinarme.

—Me lo dirás tú — y aclaré—, mi festejo...
No pude evitar soltar alguna que otra mueca ya que desenredar mi cabello era complicado (y doloroso).

—Emm. Así es —dijo y agregó —. Supusieron que presionarías a Helen y que ella no aguantaría.
—Nunca haría eso —le contesté subiendo al primer rellano a buscar mis zapatos

Una risa se le escapó.

—Tal vez, lo intenté —admití asomándome.
—Claro que lo hiciste.
— ¿Qué hay de especial este año?
—Ya verás.
Bajé los zapatos y le sonreí con el peine en la boca.

El gato se había subido a la cama y se estaba frotando contra Elioth. Al intentar levantarlo, el gato lo mordió y salió disparado.
—Creo que fui demasiado rápido.

Ese gato callejero era lo más parecido a una mascota en mi familia, aunque sólo entraba, buscaba un lugar para acurrucarse y en cuanto alguien se acercaba a molestarlo, simplemente desaparecía.

Eio me observó mientras me calzaba los zapatos y me sacudía el pelo para eliminar las gotas de agua más gruesas.

— ¿No vas a insistir para que te diga algo?
Negué con la cabeza levantando los hombros.

Sus ojos verdes y pestañas definidas me analizaban sin disimulo. En cuanto le sostuve la mirada, él desistió.

—Nos estamos poniendo grandes —cambió de tema.
—Seh.
—Seh —repitió.
—Vamos — me levanté de la silla.
—Espera —dijo —. Tu regalo —sostenía un pequeño sobre color madera.

Me sonreí al abrí el pequeño sobre, pues dentro había un pañuelo naranja y amarillo de una tela bastante suave y resistente, tenía diferentes dibujos de formas hechas en negro, blanco y rojo. Era único.
—Es...
—Cuidado, hay algo más —dijo y enderezó el sobre que estaba por dar vuelta.

Puse la mano y del sobre cayó un diminuto pendiente.

Tiempo atrás, mi hermana me había agujereado la parte alta de mi oreja. Nunca había pensado en cambiarme el arete circular, color plata, hasta ese momento.

Era un pedacito de metal enredado en espiral, de color dorado, que sostenía una piedra en su centro. Una piedra de color rojo.
—Tuve algunos problemas para poner la piedra allí, pero Papá me... —explicó ansioso.

Antes que terminara de explicar, me acerqué y le di un gran abrazo.
—Es hermoso, gracias —dije antes de desprenderme de él.

Me ayudó a prender el arete, justo antes de bajar a almorzar.
Durante toda la comida, Eio y Helen se la pasaron hablando en códigos para hacerme enojar. Lo cual resultó. Para el final del almuerzo ya estaba bastante fastidiada.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora