Doug, pensé. Él nunca llegaba a la ventana.
En lugar de lanzar la piedra como globo para que llegase al techo, siempre optaba por aventarla contra la pared, donde suponía que estaba el primer rellano de mi habitación.
Salí a la calle sin que lo notaran mi hermana o mi madre, rodeé mi casa hasta el pequeño callejón donde siempre me esperaba Douglas.
El callejón era más bien un espacio entre casa y casa, del que nadie se percataba porque estaba adentrado en la manzana. Sólo se podía acceder desde el costado de nuestro jardín o desde la calle trasera.
El callejón estaba vacío.
Quizás no era Doug.
—Chit.
Volteé.
Douglas estaba totalmente encapuchado. Se acercó y me abrazó.La capucha se le cayó en ese momento, dejando al descubierto su cabello teñido de negro y su costado rapado.
Se separó de mí unos centímetros para tomarme del rostro y así besarme.
—Feliz cumpleaños —susurró, antes de volver a besarme.Tenía sabor a tabaco y menta.
Sonriendo me aparté para verlo mejor, solía comprobar que sus cicatrices siguieran siendo cuatro: dos de varicela en la frente, una debajo del extremo exterior de su ojo (que seguía la forma) y la última, en el labio superior derecho.
Al menos, esas eran las cicatrices que tenía en su rostro.
Sus ojos marrones, con pestañas lacias y en cantidad, le daban una expresión de sol constante; como si el reflejo le molestara.
Cuando era pequeño, Douglas era pelirrojo y grandote. A pesar de conservar su contextura, estaba muchísimo más delgado; además, tanto su cabello como sus cejas, habían pasado a ser negras, algo que contrastaba bastante con sus pestañas y su piel blanca y manchada.
—Te traje algo —dijo entusiasmado —. Dos cosas...
Comenzó a buscar en los costados de su capa. Sacó un pergamino enrollado, era el tipo de papel que solía utilizar para mis cartas, sólo que estaba teñido sutilmente de color verde oscuro.
—Para que no sean todas iguales —me sonrió.Douglas era malísimo para los regalos. Muy-malo.
—Gracias —sonreí mientras estiré la mano para arribarle un beso.
—Bueno, para la segunda sorpresa tienes que acompañarme...
—No puedo, en media hora llegarán todos —él hizo un ademán y tiró ligeramente de mí.
—Es cerca —dijo y avisó cambiando el tono: —, vale la pena...Caminamos rápido hasta detenernos frente a una casa. Más bien, era una puerta de metal con una ventanilla por encima.
—Mira —dijo —, la puerta.Observé.
Y volví a observar.
Nada.
—Sí...
—Ahora, en un minuto...Espiábamos la puerta desde un tapial desde la esquina contraria, no muy lejos. Un minuto después, un anciano escuálido, moreno y bajito, salió de la puerta, tiró una bolsa de basura en su cesta y volvió a entrar. Caminaba a duras penas.
Esta vez miré a Douglas a los ojos.
— ¿Qué?
—Bueno —comenzó él —, su nombre es Rolf. Él fue el mentor de Tania en el frigorífico donde trabajaba, hasta que ella quedó desempleada por robar mercadería.Entonces entendí todo. Mi carta tenía destinatario.
—Ella lo quería como si fuera su padre y él a ella de la misma forma. Tania no quería ser un peso para él, ni causarle problemas, así que se fue y nunca volvió.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...