Capítulo 40

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Levanté la puerta del piso y nos abrí el paso al túnel.
—Tenemos que hacer rápido, y volver antes del toque de queda —dije.
Un camión pasó a toda velocidad por uno de los costados de la plaza.
—Están inquietos —comentó Helen.
Me quedé en silencio.

No dejamos de caminar hasta que el terreno comenzó a elevarse, y al comprobar que más allá se encontraba todo oscuro, abrimos con cautela la puerta falsa. Todo estaba apagado y deshabitado, como siempre. Salimos por la puerta de servicio y entonces me percaté de que era diferente. Nunca había estado en el Epicentro de día, y a simple vista entendí que no sería tan fácil cruzar los jardines esta vez. No teníamos la protección de la oscuridad y la soledad, y aquellas nuevas calles parecían más vivas y amenazantes.
—Por ahí —dijo Helen y desvié mi vista.
Más allá del enorme jardín abandonado de la casa de Zora, había un pequeño espacio entre las verjas que separaban los terrenos, y se extendía hacia la casa de Thomas. Entonces recordé el día que lo conocí: él me había dicho que al acabar la hilera de árboles había un camino seguro. Comprendí que nunca se había referido al camino que utilizaba yo (obviamente más peligroso), para atravesar todos los jardines.

Inclinadas logramos llegar hasta la hilera de arbustos del jardín de Thomas, que se encontraba plagado de guardias. Entre ellos, a lo lejos, logré distinguir a Wong.

Hubiera podido jurar que Wong volteó en el mismo momento que abrimos la puerta del jardín de invierno. Helen lanzó un largo "wow" hecho susurro.
—Thomas —llamé con cautela, pero nadie contesto.
—Thomas...—intentó Helen. Pero en las escaleras no había nadie.
—Mierda —dije.
— ¿Qué hacemos? —preguntó ella.
Medité unos segundos. Recordaba algunos caminos de la casa de Thomas, y probablemente todas las puertas estarían sin llave; lo que suponía un gran inconveniente era el hecho de que el lugar era inmenso, y que no estaba segura de que nadie más estuviera dando vueltas durante el día.
—Iremos a buscarlo —dije, y abrí la puerta que daba al invernadero —, sólo espero no encontrarnos con alguien más.

Cruzamos el invernadero gateando, y al llegar al otro extremo entramos al pasillo de alfombra.
Miré a ambos lados y me dirigí hacia lo que se veía más lejano.
Observé a Helen, su rostro petrificado y nervioso no hacía más que recordarme lo fría que debía mantenerme en situaciones así.
El silencio en el salón era increíble, como si la casa estuviera aislada del mundo. El lugar se encontraba tan muerto y con tal parsimonia que no podía dejar de sentir desesperación.

Llegamos a unas escaleras e instintivamente comencé a subirlas. Nunca había ido allí, pero todas las casas que conocía tenían sus habitaciones subiendo las escaleras. Como era de esperar, allí había más pasillos y puertas; algunas de ellas estaban abiertas y nadie las ocupaba. Otras tenían sillones, mesas; y una de ellas tenía camas tendidas. Sin dudas lo más sorprendente del segundo piso era que había una escalera que conducía a un tercero.

Entonces percibí una sombra de reojo y escuché un grito interrumpido. Volteé lista para enfrentarme a Wong pero, en lugar de eso, encontré a Donald inmovilizando por el cuello a Helen y tapándole la boca. Del otro lado, Thomas había comenzado a bajar su ballesta, y maldecía al aire.
— ¿Qué mierda estabas pensando? —me espetó.
—Oh cielos, perdona chiquilla. ¿Estás bien? —Donald soltó a Helen.
—Está bien —decía mi hermana con cara de pánico y los ojos llorosos.
—Perdona, siéntate...
Me acerqué y ella negó con la cabeza.
—Fue el susto. Solo necesito... recuperar... aire.
—Más vale que sea importante, porque casi haces que te clave una flecha en el estómago —Thomas estaba alterado y manejaba la ballesta como si fuera una toalla.
Era la primera vez que lo veía de cerca con aquel aspecto: peinado con gomina, de traje azul y perfumado. Me perturbó verlo como realmente era: un líder.
—Lo vale —aseguró Helen, a raíz de mi silencio.

Subimos al tercer piso, justo donde ellos estaban antes de darse cuenta de que alguien había irrumpido en la casa. Había dos puertas allí, y una de ellas era la única de todas las que habíamos visto que tenía un tablero de reconocimiento en uno de sus costados.
Dentro había una sala bastante grande con dos escritorios, y muchos lugares de almacenamiento. No había ventanas pero sí mucha iluminación, esto hacía que las estanterías con cofres perfectamente acomodados parecieran aún más simétricas de lo que ya eran.

Helen comenzó a explicar lo que me había dicho en Civitas, sólo que agregó bastantes detalles. Concluyó afirmando que cada conjunto de cuadras en Genux estaba calificado y definido por letras.
—Y eso importa porque...
—Porque los códigos no son de acceso, sino de ubicación —le respondí a Thomas —. Los códigos podrían marcar lugares dentro de Genux, y no ser en sí una forma de salir.
—Oigan, oigan. ¿Puede alguien pensar con lógica? —Rogó Thomas Wobe alejándose de la mesa — No es ni un cuarto de la información que necesitamos para pensar que descubrimos algo —exasperado se dio la vuelta y se dejó caer en un sillón alto —. Necesitaríamos un mapa para comprobarlo, y de ser así, los códigos del diario están conformados por letras y números.
—Calla, niño —se limitó a decir Donald y caminó hasta una estantería. Movió una palanca detrás de un mueble, descubriendo así una caja de llaves. Sacó una de ellas y accionó una cerradura en la pared contigua; de lo que parecía ser el marco de un cuadro salió un tubo que contenía un papel largo y enrollado.
Desplegó en la mesa el mapa de Genux que, hacía unas horas, había conseguido. Cada manzana, de cada barrio, de cada zona; estaba trazado con tinta negra.
Pequeñas y distanciadas (casi invisibles), como Helen las había descrito estaban las letras en el centro de las líneas grises que encerraban cada conjunto de manzanas.
Thomas se acercó y se unió a la ronda que habíamos hecho sobre la mesa.

Donald tomó el mapa, lo dobló dos veces a la mitad y lo volvió a abrir.
—Ahí tienes tus números, niño. Pídeles disculpas a las señoritas Bless.
Pude jurar que un ligero rubor apareció en los marcados pómulos de Thomas. Donald había marcado los cuatro puntos cardinales con las dobladuras que acababa de hacer.
Todos le habíamos dado poca importancia al hecho de que los únicos números que formaban parte de los códigos eran uno, dos, tres y cuatro. Es decir, noroeste, noreste, suroeste y sureste.

Cada dúo de letra y número era la coordenada de un lugar en el mapa. Las coordenadas marcaban un radio de X manzanas, todo dependía de la zona, ya que al menos en la Civitas todo era asimétrico.

Donald parecía sonreírse de a momentos, incluso emocionarse. Mientras que Wobe se limitó a replicar cómo era que hacía horas que aquel mapa se encontraba en su casa, y él ni siquiera había sido informado de su existencia.

Habíamos encontrado coordenadas, ¿De qué?

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora