Capítulo 36

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—Annie. ¡Annie! —susurró Helen con desesperación.
La luz del alba iluminaba débilmente mi habitación.
—Qué... —dije pestañeando varias veces.
—Hay Oficiales en la puerta.
Bastaron aquellas palabras para que saltase de la cama con el corazón en mis manos.
—...ceremonia el día lunes.
La voz gruesa de uno de ellos se escuchaba en la sala. Desde la escalera, y con un hilo de respiración, aguardamos hasta que oímos la puerta cerrarse. Entonces bajamos los últimos dos escalones y nos encontramos con un panorama bastante desorientador: mi padre con expresión de perturbado, y mi madre observándolo. Él tenía tres sobres en la mano.

El primero de los sobres informaba que la ceremonia de Reclutamiento había sido reprogramada para el día lunes a las cuatro de la tarde. Algo inédito.

El segundo sobre especificaba que mi hermana debería permanecer en la Escuela de las Convenciones hasta las tres de la tarde el día lunes, debido a que había sido convocada a clases de apoyo.

El tercer y último sobre indicaba (me), que debía estar en la Fábrica de Ropas del Este a las doce del mediodía del aquel mismo domingo.

Mi padre asistió a mi habitación poco después de la llegada de los Oficiales; supuse que percibía algo extraño. En tan solo unos cuantos minutos no sólo habían logrado acortar la estadía de mi padre en la casa, sino que habían asegurado el contacto mínimo entre nosotros hasta la ceremonia. Estaba claro que se trataba de algo más que sólo coincidencia, de lo contrario... ¿Por qué habría de separar de esa forma a una familia?

Las esperanzas se encontraban en el piso, habían sido pateadas y pisoteadas hasta morir.

La puerta sonó tres veces, luego dos, y por último una vez más. Aquello era una especie de juego entre mi padre de antes y mi yo pequeña, nos habíamos inventado código para reconocernos al otro lado. "Cuando encuentres alguien en quien confíes tanto como en mí, entonces puedes regalarle nuestro código" me había dicho una vez, y eso había hecho. Al conocer a Elioth, no había dudado en convertir ese sonido en nuestro sonido.

Mi padre se sentó en mi cama, se detuvo unos segundos y luego dijo:
—Si crees que vale la pena, inténtalo. Inténtalo incluso cuando te canses de hacerlo, porque justo en ese momento estarás a unos pasos de la recompensa.
Parecía leerme la mente con sus inmensos ojos claros, y entender todo lo que estaba pasando sin siquiera habérselo dicho. Aún así, con mucho esfuerzo, me mantuve imparcial. Como si no supiera de lo que estaba hablando. Él va a unirse a Ellos, y Ellos van a tragárselo.
—Todos tenemos miedos —continuó —, pero tienes que saber que esos miedos existen sólo en tu cabeza. Cuando tengas miedo, ahuyéntalo recordando por qué estas tomando el riesgo. Y convéncete de que te lo vale.
Mantuvimos el silencio, él desde la cama y yo desde la escalera, entonces me acerqué para tatuarme en la memoria cada parte de su rostro.
—Hace mucho tiempo intenté cambiar las cosas —confesó —. Pero entonces supe que mi mujer tenía un bebé en su vientre... —se sonrió— Nada me pareció que valiera más la pena que abandonar mi lucha por disfrutar plenamente de mis hijas.
Una lágrima me brotó del ojo derecho, y luego le siguió otra. Pronto mi visión ya no era más que nubes de colores.
—Si me hubiera mantenido en ello, quizás hoy no estaría despidiéndome, y todo sería diferente. O estaría muerto... Hubiera valido la pena morir por ello, ¿No crees?

Me besó en la frente y me abrazó un largo rato, hasta que mi memoria guardó su aroma.
—La única cosa de la que me arrepiento es de haber pensado que las estaba protegiendo... Ahora veo el mundo con el que se quedan...
Chasqueó la lengua y volvió a besarme.

Cuando cerró la puerta subí al segundo rellano y abrí la ventana, para que la brisa fresca secase mis lágrimas. No había podido decirle nada aunque sabía que él lo había entendido todo.
En aquel momento se derrumbó la pared que se había construido entre nosotros al desaparecer Elioth. Entonces volvimos a ser padre e hija, los mismos de antes.

Justo antes de encaminarme hacia la fábrica, dirigí mi mirada al segundo rellano de mi habitación, y logré imaginar a mi padre joven, con sus increíbles y vivaces ojos, y su esbelto cuerpo. Lo recordé trepado a una escalera muy alta, martillando unas tablas contra la pared.
—Este segundo lo voy a hacer más alto, Annie, para que puedas tocar las estrellas con los ojos.

Sonreí en la mirada que mi padre me daba y derramé la última lágrima justo antes de cerrar la puerta.

Claro que valdría la pena morir por ello.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora