Dormí por varias horas, y al igual que Helen, sólo me levanté a comer. Una vez recuperada mi vida, caí en la cuenta de cuánto me dolían los músculos. Desde el cuello hasta los pies.
Me levanté y crucé en puntas de pie hasta la habitación de mi hermana, donde el sol entraba sin filtro y había olor a naranjas.
—Hola —dijo desde uno de sus rellanos.
Subí las escaleras y observé la pintura que hacía sobre un lienzo. El catalejo estaba sobre la mesa y su pincel corría de un lado a otro.
—Esto ayuda para los nervios —me ofreció un pincel.
Negué con la mano y sonreí en una mueca.
—Perdón, todo fue una locura —dije.
—Sí, gracias por salvarnos —me contestó.
— ¿Qué pasó cuando me fui?
Me explicó cómo habían tenido que sostener a Elioth para que no fuera detrás de mí. Me dijo que luego habían corrido hasta la puerta del otro extremo y habían llegado pronto a mi casa, Daniel y Moro siguieron camino, y Eio frenó allí. Mientras hablaba no podía hacer otra cosa que mirar mis rodillas a través de mi pijama deshilachado y viejo.
— ¿Y luego? —pregunté.
— ¿No vas a decir nada? —dijo y la miré extrañada —. Eio se cegó, Annie, quería ir por ti sin importar qué.
—Lo sé, ya lo sé. Él tiene ese instinto, lo sé. Voy a agradecérselo, muchísimo. Te puso a salvo, le debo mucho, lo sé —no podía dejar de mirar de un lado a otro.
—Annabeth, Elioth está muerto contigo.
No la escuches, no la escuches. Algo sonaba de esa forma dentro de mí. Ya no podía escapar más.
—Eio hubiera hecho eso por ti, por mí, por cualquiera de nosotros. Me quiere tanto como a los demás —resoplé.
—Si hubiera sido yo la que hubiese lanzado esa piedra... Él no se hubiera separado un segundo de ti —lo espetó casi como una obviedad.
—Ya, Helen, basta. Estas diciendo tonterías.
—Ha estado toda la maldita madrugada dándose la cabeza contra la pared esperando que aparecieras, Annie. Se le nota en la cara, ¿Vas a decirme que no te has dado cuenta?
Caminé hasta la puerta mordiéndome el labio inferior.
—Annie —llamó —, hace una hora ha venido a ver si estabas. Será mejor que vayas a verlo.
—Está bien —y salí de la habitación echando humos.El agua acariciaba mi cabeza y masajeaba mi espalda. Las gotas recorrían una senda hasta mis tobillos, y desaparecían en la espuma de mis pies. Nacían en la regadera, como lo particular. Se unían a la lluvia, que aceleraba el proceso, y se mimetizaban con la espuma. Como parte de un todo.
Me cambié y me calcé los zapatos, sabía que tenía que aprovechar mientras pudiera. Probablemente, mi padre acabaría con todas mis libertades en cuanto llegara a casa; no podía dejar eso sucediera sin antes agradecerle a Elioth.
—Voy a casa de Elioth —dije desde la base de las escaleras que llevaban a mi cuarto.
Era una de esas afirmaciones que esperaban una respuesta.
Mi mamá me observó, titubeando.
—Bueno, pero... Vuelve en menos de una hora, cariño. Por favor.
Había tanta desconfianza en su voz. Una desconfianza que dejaba al descubierto una necesidad irremediable por cuidarme.
Asentí.Las palabras de Helen resonaron en mi mente durante todo el camino a casa de Eio, de pronto, me di cuenta que cada vez mi paso era más lento.
Debería tomármelo a la ligera, fue sólo un comentario. Pateé una piedra mientras acomodaba mi cabello. Helen me conocía, no podía pensar así de Elioth y de mí. Es decir, nos conocía a los dos. Desde hacía unos años se había convertido en el chiste del grupo, pero nunca había ido más allá. Desde que Eio y yo comenzamos a ser más hermanos que amigos, entonces todos se habían empeñado en hacernos saber que acabaríamos juntos.
¿Y si soy quien está generando falsas expectativas? ¿Y si Elioth está confundido por mi culpa?
Inhalé y toqué la débil puerta. Nadie contestó y tanteé el picaporte. La casa estaba más caliente que de costumbre, nadie parecía estar allí. La luz triste pintaba el suelo de a momentos. Sobre un mueble a medio refaccionar, había una hilera de fotografías en marcos de madera, había fotos de la madre de Elioth; de su padre, de ellos juntos; con su abuela. Y al final, una foto de nosotros dos. Estábamos pequeños, él sentado sobre el columpio y yo asomándome a su derecha. Una ola de vergüenza me pegó en la cara.
—Annie.
Elioth apareció por la puerta de la cocina, con los pelos mojados. Cruzó en dos zancadas el cuarto y nos fusionamos en un abrazo.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...