7. A

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Titubeé unos segundos, pero seguí caminando; no quería más preguntas incómodas aquel mediodía. Hacía años que no pisaba ese lugar, cinco años tal vez...

Caminamos por el sendero que la espiral de arbustos marcaba. La plaza estaba muy distinta, había flores y mucho pasto, los arbustos abundaban en hojas y los arboles se veían llenos.

Todo estaba diferente, sin embargo, al pasar por el lugar donde se suponía que debía estar la puerta que alguna vez abrí, el corazón comenzó a latirme con fuerza, y un escalofrío me recorrió el cuerpo. 

Escuché un disparo, un golpe seco y la lluvia.

— ¿Annie? ¡Annie! —escuché a Elioth a lo lejos.
— ¡Oye, Annie! —gritó, y esta vez lo escuché con fuerza —. Despierta, levántate.
Elioth estaba arrodillado junto a mí y me sostenía la cabeza.
—Estoy bien —dije —. Hace calor —me excusé.
—No, no lo hace —contestó —. Ven.
Me levanté, y pasó su mano por mi cintura para que hiciera peso sobre su cuerpo.
—Vamos, sentémonos allí —dijo, y me sostuvo al avanzar.

Caminamos hasta el final de la hilera de arbustos, pasamos la gruesa y espesa cortina del sauce, y el mundo pareció otro. El sol se filtraba por las ramas del gran, gran árbol; la cortina cubría una fuente desteñida, y el columpio para dos que había allí, estaba bastante estropeado. Me senté en la fuente y él me abanicó con sus manos.

—Estas blanca —dijo preocupado.
—Estoy bien, no pasó nada —contesté.
—Annabeth, gritaste ahí afuera.
—Me asusté al desmayarme —me excusé otra vez —. No me mires como a una loca —dije sonriendo.
—No actúes como tal —sugirió riendo también.
Me abaniqué varias veces el rostro con la mano, y limpié el ligero sudor de mi frente, mientras observaba a mí alrededor.
—Nunca había venido aquí —dije desviando la conversación.
—Yo recuerdo haber venido con mi madre. 

Hacía un tiempo que Elioth y yo estábamos muy unidos. Tanto, que un día decidió contarme entre lágrimas que su madre había sido una subversiva. Nunca habíamos hablado de su madre, y nunca lo había visto llorar. Él la vio partir una noche, aunque en ese momento no razonó que su madre estaba yéndose de casa para entrometerse en algo oscuro. Al día siguiente, su padre le contó que había sido arrestada. Mientras relataba todo con lujo de detalles, parecía que daba en las teclas que anteriormente no había entendido. Me dijo que siempre se había preguntado por qué el recuerdo de aquella noche seguía tan vivo. Los Oficiales la habían hecho desaparecer, y Eio nunca volvió a verla.

Nos sentamos en la hamaca y sorprendentemente no hizo ruido.
—Último fin de semana —dije.
Él asintió, como si le pesara. Sabía que le pesaba más que a mí.
—Todo va a ser igual —aseguré.
—No vamos a vernos nunca, Annie —dijo, dejando de lado toda ilusión.
—Daniel te está infectando el cerebro —dije, golpeándole con suavidad la pierna.
Eso lo hizo reír.
—Haremos una cosa —dije —. Pedirás los domingos y miércoles como día de francos, y yo haré lo mismo.
—Está bien —contestó, un poco más animado —. ¿Qué crees que haya en nuestros pergaminos?
—Tengo que confesar que me importa una-mierda lo que diga el maldito-pergamino —contesté disfrutando cada palabra.
—Pergamino de mierda —dijo.
—Esa maldita mierda...

Me concentré en los rayos de sol que lograban colarse por las hojas del sauce. Aquel debía ser muy antiguo. Semejante tamaño, y aún parecía tan fuerte. Si tan solo pudieran los humanos ser un tercio de lo fuerte que se vuelven los árboles al envejecer...

—Creo que voy a extrañar no verte todos los días —asumió. —Aún nos quedan dos.
—Y mañana es tu cumpleaños —dijo levantándose. Su cabello estaba particularmente desordenado esa mañana.
Allí, parado justo frente a mí, Elioth parecía más grande y muy diferente. Supongo que, sin darme cuenta, mi mejor amigo había sufrido la transformación que Daniel había atravesado uno o dos años atrás.
— ¿Qué han planeado? —me abalancé sobre él.
—No empieces...

Cada cumpleaños era una sorpresa. La regla era que los demás planeaban cómo festejarlo y el cumpleañero se adaptaba. Era un verdadero sufrimiento para quien que no le gustaban las sorpresas. 

Lo bueno era que Daniel tenía un don para planear cosas, entonces nunca había que pensar demasiado, él siempre tenía las mejores ideas.

—Que sea bueno —pedí mientras cruzaba la cortina de hojas, y comencé a caminar hacia el lado contrario a la puerta del túnel.
—Tenemos algo en mente —dijo —. Daniel en realidad, pero es un poco loco. 

¿Un poco?


SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora