Capítulo 30

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Una de las misiones más complicadas que había tenido hasta el momento, había sido desprenderme de mis padres y salir de mi casa sin que lo notasen. Quizás mi madre no intentaba retenernos, pero mi padre se empeñaba (desde que habíamos recibido la carta) en pasar el mayor tiempo del día con nosotras. No lo culpaba, pero algo debería hacerle entender que no podríamos "salvarlo" si no nos dejaba siquiera respirar tranquilas.
—Déjalas ir, William —pidió mi madre, azotada por el cansancio. Parecía como si estuviera deseando, todo el rato, que su cerebro detuviera sus engranajes por un instante.
Durante la cena, habíamos estado hablando de Salvador. La noticia no había caído muy bien, pero supongo que todos esperábamos en algún momento lo inevitable. Varias veces durante la comida, había notado cómo mi padre se perdía en sus pensamientos y dejaba sus ojos vacíos; era evidente que no era la única que sabía que él había sido Reclutado estratégicamente.
Con suerte, si lograba administrar los datos que tenía sobre el afuera, podría persuadir a Thomas de eliminar a mi padre de aquella bendita lista de Reclutados. Justo después, tendría que unirme a la Edad Negra, para que Fiera lo aceptase en sus filas; y Douglas le diera trabajo.
Una vez asentado el polvo, buscaría la manera de encontrar a Elioth. Te extraño, Eio.

Asombrosamente, mi hermana no se presentó en mi habitación; por lo que no tuve que demorarme explicándole mi nuevo encuentro con Thomas, ni revelándole que existía una nueva (posible) luz al final de corredor. Ya no sabía qué tan profundo era el pozo de mi esperanza... Quizás no tenía fondo.

Crucé el túnel, y el sótano de Zora se encontraba sumido en el aquel conocido tiempo estático. Cada vez que entraba, el reloj parecía moverse unos cuantos minutos, y volvía a detenerse al traspasar la sala para subir la escalera. Aquella habitación estaba muerta la gran parte del tiempo, y revivía ante el movimiento de un ser humano. Como si hubiera estado esperando que alguien se sentara en sus sillones, y acariciase sus libros. El alma de Zora se encontraba plasmada en cada uno de los rincones del lugar.

Mis pasos resonaron en el salón, como el eco constante de un repiqueteo.

Wong se encontraba custodiando el otro extremo del jardín, y del lado de la hilera de árboles y arbustos por la que había andado días atrás, había un hombre que no dejaba de pellizcarse el puente de la nariz. Estaba segura de que aquel cambio había sido a posta, y que Thomas había elegido específicamente a ese hombre para que pudiera pasarlo casi sin problemas. Me supo a subestimación, pero en realidad, no creía que estuviera lista para afrontar a alguien como Wong. Simplemente porque era casi obvio que éste había matado a más de una persona.
Di un paso en falso, y estalló una rama en mis pies. El hombre dejó de pellizcar el puente de su nariz, y volteó bruscamente, alzando su rifle y apuntando de un lado al otro. Dejé de respirar, y justo cuando estaba acercándose, me encontré con un nido de pájaros a la altura de mis ojos. Lo que parecía ser el pichón de una paloma, me observaba con ojos perplejos; así que lo tomé por el cuerpo con delicadeza y lo apoyé en el suelo, lo más cerca del otro extremo que pude.
Ni bien liberé al pichón, éste salió disparado hacia el centro del jardín. Corría con sus patitas flacas, y piaba como un loco.
—Amiguito —oí luego de un minuto —. Pí, pí...
Un guardia hablando con un pichón. Casi no lo creía.

Continué hasta la puerta del jardín de invierno, y Thomas parecía haberme estado esperando. Porque en el mismo momento en el que me frené frente a la puerta, ésta se abrió casi por completo.
Cuando Wong se encontró mirando hacia la acera, salté fuera de los arbustos y me metí en el refugio. Cielos.
—Bueno, creo que no fue tan difícil —dijo Thomas.
Tenía los bucles mojados, como si recién hubiera salido de la ducha. Le brillaban los pómulos.
Me saqué el pañuelo, y lo até en mi muñeca.
— ¿Pudiste quitar a mi padre de la lista?
—Quiero ver la información de la que hablabas hoy...
Se sentó en uno de los escalones, con las manos juntas en su estómago, y medio recostado.
Me quité la capucha, y la bolsa que tenía en la espalda. Al agacharme para sacar lo que había dentro, acomodé mi cabello detrás de mi oreja, y me dispuse a abrir la bolsa.

Justo en ese momento, Thomas se levantó y colocó su mano en mi barbilla. Mi primer instinto fue retroceder, pero él posicionó su otra mano en la corona de mi cabeza. Había enloquecido, sus ojos estaban totalmente idos.
Pensé que estaba mirándome a mí, pero luego caí en la cuenta de que no... Thomas estaba concentrado en algo que llevaba puesto.

— ¿Quién te dio ese arete?
Lo aparté con desconfianza, y me eché lentamente para atrás.
— ¿Por qué?
Se quedó en silencio.
—Creo que hay alguien a quien debes conocer...

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora