Prólogo

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Aquí estaba yo, apuntando con una pistola a un señor de mediana edad que estaba en una silla de ruedas.

— ¿Qué coño hace aquí? No debería de estar, mierda —la rabia subía por mis venas—. ¿Dónde esta?

— No sé de quien me habla —levanto sus manos pero parecía estar tranquilo. Hm...

— Claro que lo sabe —le golpeé con la pistola en la cara y volví a apuntarle—. Sé que esta mintiendo, dígame o le mato ahora mismo.

— Pues hazlo, no tengo nada que decirte —dice sereno.

— Tranquilo que lo haré, pero primero tengo que encontrar a Steve Rold. 

Escuche un ruido de neumáticos. Me dirigí hacia la ventana, acababa de llegar una furgoneta. Mierda, tengo que encontrar a ese Steve. Y no me costo. Fui agarrada del cuello.

— Han llegado, estas acabada. 

El señor discapacitado, no era tan discapacitado al final.

— Eso es lo que tu crees. 

Me zafe de aquel agarre, cual no me costo nada. Le di un golpe en el estómago haciendo que se agachara. Aprovechando le di con la rodilla en la nariz. Acababa de escuchar la puerta de fuera, tengo un fino oído. Terminé con él disparandole en la cabeza, muerte segura.

— ¡Ups! Una bala menos —o una vida, dije antes de saltar por la ventana. Salí corriendo por los patios de las otras casas— ¡Joder! —dije al ver que me seguía un perro algo rabioso. Pude pillar una tabla de madera, la cual se la tire a la cabeza, atinando a la perfección. Tomé una bicicleta, aunque no me era de gran ayuda.

Al llegar a casa, tire la bicicleta en el patio del vecino. Me tire en el sofá e intente tomar aliento.

— ¿Qué coño hiciste? —dijo Alan. Él era mi mejor amigo, mi amigo con derecho y mi compañero en las misiones.

— Déjame —me quite una zapatilla y la tire al suelo.

— Te dije que si querías que te acompañara —dijo este antes de sacarme un cristal incrustado en el pié.

— Gracias —dije haciendo una mueca y sacando el móvil porque estaba sonando. Era el señor K. Él era el jefe, él nos daba las misiones. Nunca le hemos visto, nadie sabe cuál es su rostro ni su verdadero nombre.

— ¿Qué pasó?

— Nada, le llegaron refuerzos —dije poniendo mis piernas encima de Alan para que me quitara los pequeños trozos de cristal que me clave al salte por la ventana—. Nadie me dijo que se estaba haciendo pasar por un discapacitado —dije furiosa—. Pensé que sabían todo sobre la víctima.

Y así es, solo que se me olvido decirte ese detalle pero ¿completaste la misión? —dijo él tranquilo.

— La próxima intente no olvidar. No del todo, no pude obtener los archivos pero acabe con él.

— Irás esta noche, antes de que los encuentren otros. Irás con Alan.

— Vale —le colgué y tire el móvil a mi costado.

— ¿Qué hizo ese capullo? —dijo Alan quitándome el otro zapato.

— 49 asesinatos y 5 violaciones, estaba bajo observación de la policía. Por lo tanto lo tiene todo bien escondido.

— Pobre, le faltaba un asesinato para los cincuenta —ríe éste.

— Podría haber sido yo —me cruce de brazos.

¡Ups! Una vida menosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora