Capítulo 56

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Después de meterme en aquel furgón, me destaparon. Hudson estaba a mi lado. Norton y Louis estaban en la parte delantera.

— ¿A dónde vamos ahora? —pregunté.

— A vuestra nueva casa. —dice Norton.

— ¿Ya lo tenían planeado? —dice Hudson achinando los ojos.

— Sabíamos la respuesta. —dice Louis— Un médico estará con vosotros una semana para estar al tanto de tu salud. Luego irás tú a sus consultas. —cerré los ojos.

Esto ya es mucho que asimilar. ¿Cómo puedo hacerles una cosa así a Alan y a Ace, hasta a Thomas? Sobre todo a mi. Arrugue la cara por el dolor que sentía por todo el cuerpo. Hudson lo notó y tomó mi mano.

— Todo va a estar bien. —susurra.

— Eso espero. —suspire.

— Lo estará. —me quita un mechón de la cara.

Me quede viéndole. ¿Vivir con éste espécimen? Pues tengo que parar todos mis impulsos. No puedo hacerle esto a Alan, es su mejor amigo. Espero que averigüe pronto que estoy viva hasta que no sea tarde. Hudson sostuvo mi mano por todo el camino y yo no paraba de mirarle ya que el techo lo tenía muy visto. Una vista buena nunca viene mal.

Al llegar al lugar, me ayudaron a entrar dentro y me pusieron cómodamente en un sofá. Toda casa necesita un sofá. Norton y Louis se fueron a prepararnos un té. Por lo visto conocían muy bien la casa.

— Bueno chicos, aquí tienen los papeles de la casa, tienen que firmarlos. —dice Louis entregándonos los papeles.

— ¿Va a ser nuestra? —pregunté algo perdida.

— Sí. Ésta casa es muy especial para nosotros y confiamos en vosotros de que la vais a cuidar. 

— Gracias. —dice Hudson haciendo una cara rara mientras me mira— ¿Y cuál será mi trabajo? 

— Serás el panadero del pueblo.

— ¿Enserio? —toma la taza y bebe todo el té de un trago— ¿Algo de alcohol no tienen por aquí?

— No. —dice Norton muy tranquilo dejando su taza en la mesa sin hacer ningún ruido— Los dos vais a empezar a trabajar cuando tú —me mira— te hayas recuperado. Mientras, nosotros, vamos a venir a visitarlos.

— Finn ya mismo llega. —dice Louis mirando la pantalla del móvil.

— ¿Finn? —pregunté curiosa.

— Tu enfermero. —rodeé los ojos.

(Un día después)

— ¡Eres un inútil! ¡Vete ahora mismo! —le grité a Finn. Él me mira raro.

— Te sugiero que la escuches. —le dice Hudson detrás suya.

— Pero tengo que cambiarte la venda y desinfectar la zona.

— Yo lo haré, te he visto hacerlo y puedo hacerlo. —dice Hudson.

— Pues ya está. Ahora puedes irte. —le señalé la puerta.

Él recogió sus cosas y se fue.

— Tampoco lo hacía tan mal. —dice Hudson tumbándose a mi lado en la cama.

— Lo sé, la verdad que no lo hacía nada mal.

— ¿Entonces?

— No me gusta que me estén toqueteando todo el rato y vigilando todo lo que hago.

— Pues ahora lo tengo que hacer yo.

— O a lo mejor te meto una ostia. —le enseñé mi puño.

— O a lo mejor me calló.

— ¿Vamos a dar un paseo? —dije después de un largo silencio.

— Claro, nos vendría bien conocer un poco el pueblo y la gente que vive en el. —se levanta de la cama— Voy a por la silla de ruedas.

Seguí a Hudson con la mirada hasta que salió por la puerta. Como yo salí de la vida de ... Jamás tuve unos días tan horribles, me duele todo el cuerpo hasta el corazón. Aún no me acostumbre a una vida sin ellos y creo que tampoco lo pueda hacer. A veces miro la puerta esperando a que entre por ahí, como antes lo hacía. La entrada de Hudson en la habitación, me hizo volver a la realidad.

— Vamos. —dice él tomándome con cuidado para ponerme en la silla.

Tomó una manta y me la puso encima, hubo mal tiempo estos días. Con todos el cuidado que pudo me llevo fuera. Los dos inhalamos el aire sintiendo cada partícula.

— Creo que somos los únicos jóvenes de aquí. —dije bajito para que ningún anciano me escuchara.

— Bueno, eso hace más tranquilo el pueblo.

Era muy bonito el pueblo, todo muy limpio y verde, llenó de flores por todos lados. Deberíamos de plantar nosotros también algunas flores ya que las que había, se habían marchitado. Seguimos por el pueblo y en la vuelva a casa, la anciana que vivía a nuestro lado nos llamó.

— ¡Hey chicos! —levanta la mano. Nosotros la miramos— Venid. —sonríe de oreja a oreja.

— ¿Vamos? —me susurra Hudson.

— ¿Por qué no? —le sonreí.

— Vengan a sentarse aquí. —dice al vernos parados en el porche. Hudson me llevo con cuidado— Sois los nuevos vecinos, ¿no?

— Sí. —contestamos los dos.

— Ay pero que pareja tan bonita hacéis. —dice ella poniendo sus manos en el corazón. Hudson y yo nos miramos.

— Gracias. —le contesta él.

— Que descortés soy. —se toca la cabeza— Me llamo Betty.

— Ella es Madison y yo soy Hudson. 

Betty nos miraba con una sonrisa tierna que emanaba todo el amor del mundo.

— ¿Qué te ha pasado chiquilla? —me mira preocupada.

— Tuve un accidente. —le sonreí— Nada grave.

— ¿Nada grave? —ríe— Eso es lo que les digo yo a mis nietos cuando en realidad me duele todo. Voy a por unas tazas para vosotros. —se levanta.

— No hace falta. —dije pero fue en vano, ella ya se había ido. Pero volvió rápidamente con dos tazas llenas de té.

— ¿Cómo consiguieron comprar la casa? Lleva mucho tiempo sin que nadie viva en ella. El dueño se negaba a venderla.

— ¿Por qué? —pregunté para evitar su pregunta.

— Ahí vivía una pareja muy feliz, ellos se mudaron después de que yo llegara aquí. Ella fue mi mejor amiga, se llamaba Anna y él Kyle. Pasado los años, él encontró un trabajo que le hacía estar todo el tiempo fuera. Nunca le dijo a su mujer cual era su trabajo pero el dinero sí se lo traía. Los años siguieron pasando y ella no podía aguantar estar más sin él, así que le hizo decidir entre su trabajo o ella. Él muy tonto eligió el trabajo y no volvió nunca más por aquí. Le dejo todo el dinero que tenía y la casa. Desde ese día, ella aún lo estaba esperando y una vez me dijo que si volvía no dudaba en perdonarlo pero no volvió. Ella lo quiso hasta que murió. Entonces él regreso para su funeral. Claro está que le di un gran sermón.  —nos cuenta ella con mucha tranquilidad y tomando poco a poco del té.

— ¿Por qué murió? —pregunta Hudson.

— La edad hijo. —ríe ella— Pronto me iré yo también con ella. —Hudson y yo nos miramos con cara de entenderlo todo.

— No diga tonterías. —dije haciendo un gesto con la mano— ¿Cuántos tiene? ¿Veinte? Porqué más no le doy. —vuelve a reír.

— Más quisiera.

Betty siguió contándonos cosas y respondiendo a cada una de nuestras preguntas. Es muy maja y no dudo que el resto del pueblo sea igual.

¡Ups! Una vida menosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora