Capítulo 52

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— Hagámoslo. —dije y él se quedó pasmado. Podría decir que ni respiraba— Es broma. —dije entre carcajadas.

— No es gracioso. —se cruza de brazos.

— Tenías que haberte visto la cara. —aún reía.

— Ya, ¿no? —dice indignado.

— Sí, sí. —me arreglé la voz y me limpié las lágrimas— Voy a darme una ducha.

— Que sea con agua fría, te vendrá bien.

— ¿No quieres venir conmigo? —dije subiendo las escaleras.

— No. —dice serio. Reí.

Me di una ducha con agua fría, que me vino de lujo, comí y me puse a dormir.

A la mañana siguiente me desperté con un mensaje de Thomas.

Él: Levanta ese culo de la cama y ven a ayudarme con las compras.
Yo: Toma un taxi y déjame dormir.
Él: Yo no tengo dinero para malgastar así que ven.
Yo: ¿Lo pago yo?
Él: Toma el metro, te espero en la estación.
Yo: ¿Tan lejos?
Él: A lo mejor te quedas sin compañero de piso.
Yo: Ya estoy yendo para allá :).

Me vestí con la mas poca gana que tenía y fui hacia estación del metro. Bajando las escaleras la vi. O eso creo. Se parecía muchísimo a ella. Sacudí mi cabeza para despertar pero seguía delante mía, ella también bajaba las escaleras. Esto ya es una paranoia pero no dejará de serlo hasta estar seguro. Acelere el paso pero se metió entre la gente y no hubo rastro de ella. Subí al metro sin dejar de mirar hacia los lados. 

Después de estar unas horas de compras, en las que en la mayoría del tiempo me distraía por cualquier cosa, volvimos a casa.

— ¿Qué te pasa? Todo el día estuviste ausente. —me reclama Thomas y yo le miré dubitativo.

— Creo que la vi en el metro.

— ¿Le viste la cara?

— No, la vi de espaldas. Se parecía muchísimo a ella.

— Alan, ¿cuántas chicas rubias hay en el mundo? —se cruza de brazos.

— Muchas.

— Exacto. Todas esas "muchas" —hizo comillas con los dedos— no son ella. —suspire.

— Creo que murió pero no siento que sea así.

— Si hubieses visto su cuerpo, ¿las cosas hubiesen cambiado?

— Supongo. Me daría algo pero... —me interrumpe.

— Sabrías que está muerta de verdad. —asentí.

— A veces te detesto por ser tan inteligente. —le confesé.

— Tú me ayudaste a serlo. —ríe.

— Tus libros te ayudaron.

Es difícil hacerme a la idea de que la persona a la que quiero está muerta y peor aún, si no me hubiese salvado, ella estaría viva. Y no sólo ella sino otras cuantas más personas. Ahora que lo pienso, a lo mejor, por mí culpa no pudimos estar juntos porque todo me sale mal.

(Un año más tarde)

— Alan, dile a la tipa esa que no deje su ropa interior tirada por la casa. —dice Thomas apareciendo con la prenda, sujetándola con mi cepillo de dientes.

— Díselo tú, no te va a comer. Como mucho se te tira encima. —reí.

— Es enserio. Necesito la casa limpia. Hoy es mi cumpleaños y quiero hacer una fiesta con mis amigos. Creo que un día puedes aguantarte sin tirártela.

¡Ups! Una vida menosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora