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Salgo a paso rápido del bar, con el corazón latiendo a mil por segundo y el horror invadiendo mi sistema nervioso.

Aquella no era la primera vez, pero cada vez que pasaba sentía como si lo fuera. Con el dorso de mi mano derecha limpio mis labios sin lograr efecto alguno, sigo sintiendo suciedad, asco hacia mi misma, hacia él. Mi jefe.

Sufría un constante acoso de parte del señor de cincuenta y tantos que se hacia llamar caballero. Desde mis comienzos en el trabajo de camarera había notado su mirada maliciosa sobre mí. Lo había ignorado pensando que solo eran alucinaciones. No lo eran.

Al cabo de algunas semanas empezaron los roces. Los deje pasar, pensando que eran simples accidentes, tampoco lo eran.

Con el paso del tiempo el roce había quedado atras y ahora eran toqueteos descarados y palabras vulgares. Cada día era peor, hasta que pasó, aquel hombre abuso de mí. Más no llego a la penetración, gracias a Dios, una empleada me había salvado. Pero igual me sentía sucia y me juré no volver.

Sin embargo, al llegar a casa y ver a mi madre postrada sobre la mullida cama con el semblante decaído, pálida y ojerosa no pude mantener mi palabra. Mucho menos cuando veía a mi hermanito de seis años sentado junto a su progenitora sujetando firmemente su mano. Ellos me necesitaban, era vital pagar los medicamentos, el alimento y el alquiler del apartamento. No podía ser egoísta en esos momentos.

Al volver al día siguiente tuve que soportar el acoso de mi jefe una vez más y así sucesivamente por dos meses, hasta el día de hoy. Muchas veces me he planteado el buscar otro trabajo, pero que alguién contrate a un chica de 19 años, sin acabar su estudios y llena de deudas, es casi imposible. Ya lo había intentado, llevé mi resume a decenas de sitios, desde un McDonald's hasta el hotel más lujoso de la ciudad, esperando que con suerte me contrataran para la limpieza. Pero eso no pasó. No había nada, no pude hacer nada.

Por lo tanto me he quedado en este bar de mala muerte, lleno de hombres depravados y mujeres en busca de dinero para alimentarse o alimentar a sus familias. Cada una tenía una historia detrás de todo aquel montón de maquillaje y ropa ajustada.

Seco mis mejillas húmedas por el llanto y abro el pequeño portón que da a las escaleras de mi edificio. Uno viejo y descuidado. No tenía para más, apenas y me alcanzaba para pagar el alquiler de este lugar.

Cerré tras de mí y subí con paso lento las escaleras. Estaba agitada, no había dormido bien la última semana, pues mi madre había empeorado y requería de cuidados más delicados. Sin contar las siete horas de trabajo que hago en las noches en aquel sitio. Pero no me quejaba, mi deber era cuidar a mi madre con todo el amor posible, ella lo hizo conmigo cuanto pudo. Era hora de devolverle el favor.

Le debía aquello y más, ella se hizo cargo y cuido de nosotros hasta que su enfermedad se lo prohibió. Aún cuando el padre de mi hermano pequeño nos había abandonado,  dañando aún más su corazón ya herido.

Nos había dejado tan pronto se enteró de la enfermedad de mi madre. Me decepcionó, de sobremanera pues llegué a considerarlo mi padre.

Mi padre, el biológico, estaba en la carcel por asesinato y violencia doméstica. Estaba allí porque lo merecía, porque él habia matado a mi hermana mayor, su hija.

Recuerdo perfectamente cada instante, aunque ya habían pasado catorce años. Fue en la noche, mientras Lucy con once y yo con seis, jugabamos con las muñecas, llegó a casa nombrando con grito sicópatas a mi hermana mayor. Al escuchar lo ebrio que se encontraba Lucy me escondió bajo la cama.

"No salgas por nada, quédate ahí calladita, ¿Bien?"

Y me arrepiento tanto de no haber echo nada.

Luego de haberle gritado mil y una cosas horribles y haberla humillado, burlándose de su ella, la golpeó hasta dejarla tiesa, sin vida. Yo había visto todo lo ocurrido en silencio. Y estaba marcada de por vida. Nunca lo olvidaría. Mi madre en ese entonces estaba trabajando para mantenernos. Para colmo ese hombre era un completo vividor. Y mi madre siempre lo soportó por miedo a que nos hiciera algo.

Aún la escucho sollozar de vez en cuando mientras llama a mi hermana. Fue demasiado chocante para ella llegar a casa y ver a una de sus niñas amordazada, llena de sangre y sin vida junto al hombre que una vez amó.

Mi madre había abrazado con fuerza el cuerpo inerte de Lucy y le había implorado perdón. Había perdido la cabeza y no dejaba de hablarle a lo que había quedado de mi hermana. Pero fue despues de escuchar la risa maniática de mi padre –quien se encontraba sentado sobre la cama– que cayó en estado de shock. Esa fue la gota culminante, mi madre había estallado en gritos y llantos, llamando la atención de los vecinos.

La policía llegó media hora después y se llevo a mi padre, quién seguía burlandose del sufrimiento de mi madre.

El era la representación de un demonio, no, el mismo diablo. El era la escoria más grande que había pisado la tierra.

Vinieron decenas de personas con diferente uniformes. Interrogaron a todos, incluso a mí. Pero no les fue de ayuda, yo estaba traumatizada y no soltaba gesto ni palabra. Había sido un gran trabajo sacarme de mi escondite, donde mi hermana me había dejado.

Con el tiempo logré sobrellevar el dolor y las imagenes pertubadoras. Mi madre salió adelante gracias a mí y a  Marco. Seguía trabajando, gracias a eso nuestra vida seguía un ritmo medianamente normal. Nos habíamos mudado lejos de allí, a un sitio normal y alegre. Cuatro años despues mamá conoció a Marco, el padre de mi hermano pequeño. Un hombre alto, con buen porte, cabellos cafés y ojos turquesa. Mi hermano se parecía mucho a él, simplemete cambiaban algunos rasgos y el cabello negro que ambos heredamos de nuestra madre.

La relación entre Marco y Mamá iba perfecta, ambos eran felices y yo también. Marco se mudó junto a nosotras luego de un año de relación con mamá, nos ayudaba en todo, no era para nada un vago. Era un buen hombre, o eso creí.

Tres años más tarde nació Sebastián, cuando yo tenía trece. Me había vuelto loca con el bebé, con mi nuevo hermanito. Recuerdo ser muy cuidadosa y celosa con él. Aún lo soy al día de hoy, pues lo amo infinitamente.

Todo era perfecto para esos tiempos, habíamos dejado el
pasado atrás y teníamos una nueva vida. Eramos felices y la familia había adquirido un nuevo integrante. ¿Qué más podíamos pedir?

Pero, no todo lo bueno dura para siempre. Mamá empezó a tener mareos y dolores decabeza constantemente. Cuando fue al médico la diagnosticaron con un tumor cerebral maligno que ya estaba bastante avanzado. Entonces, cuando nos dió la noticia, cinco días despues, Marco se fue de la casa sin mediar palabra. Fue un buen golpe duro para todos, especialmente para mamá. Por suerte Sebastián no entendía demasiado, pues apenas tenía dos años, pero si demostraba la falta que le hacía su padre.

Los tratamientos empezaron y el tumor empezaba a ser controlado, pero el sueldo del trabajo de secretaria que tenía mamá no alcanzaba y cada vez le era más difícil mantenerse firme y trabajar aquellas jornadas exagerdas y agotadoras. Al poco tiempo abandonó el puesto y cayó en cama.

Desde ese día, a mis diecisiete años deje la escuela y me dediqué a trabajar. Primero en una cafetería, luego en una farmacia hasta terminar en el bar.

Maldigo al cancer una vez más, entre las miles que ya he echo. Esa maldita enfermedad se estaba llevando a mi madre lentamente. La estaba alejando de mí y de Sebastián.

No estaba arrebantando el único pilar que nos quedaba. Nos estaba robando a nuestra amada madre.

Y ni Sebastián ni yo estabamos listos para algo así.

Con cuidado de no hacer ruido abro la puerta y entro en silencio. Mamá y Sebastián deberían estar durmiendo a estas horas. Dejo las llaves sobre la mesa y me quito los tacones para luego soltar mi cabello y desabotonar la asficiante blusa con el logotipo del local. El uniforme no me agradaba en lo absoluto. Un blusa de mangas cortas con transparencia, unos shorts negros demasiado pegados y unos tancones de diez centímetros. Un completo martirio para estar con ellos siete horas corridas.

Camino un poco y me asomo al cuarto de mi madre. La luz esta apagada pero algo llama mi atención. La respiración irregular y desesperada de mi madre y su posición fetal en el suelo.

Mi corazón se detuvo por completo.



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