Salí de la ducha para vestirme con mis shorts de mezclilla, una blusa sin mangas color blanco que dejaba al descubierto mi sujetador negro a los costados y mis converse negras. Recogí mi cabello castaño en una cola de caballo ya que estaba más alborotado de lo normal.
Eran las ocho de la mañana así que tenía tiempo para andar en mi patineta luego de desayunar. Hoy la bruja estaba haciendo no sé qué fuera de la ciudad así que podía salir de mi habitación al menos por unas horas.
Salí para encontrarme con Lana y así dirigirnos a la minúscula cocina que había. Nos las arreglamos para conseguir dos trozos de pan y unos huevos. Los preparamos y luego de desayunar fuimos por mi patineta y sus patines.
—La bruja debería irse más seguido.— Dijo Lana impulsándose con sus piernas para seguirme el paso. Ya ven, no soy la única que le dice así.
—Esa maldita se las arregla para hacer todo desde su cuchitril o manda a Gio a hacerlo.— Dije rodando los ojos mientras tomaba impulso con mi pie izquierdo sobre el asfalto y el otro sobre mi amada patineta negra.
—Es cierto.— Dijo Lana con amargura.
Seguimos andando hasta encontrarnos en el parque que quedaba a unas tres calles de donde estábamos siempre encerradas. Nos sentamos en una banca así que dejé mi patineta reposando al lado de mis pies.
Había gente realizando ejercicios, otros paseando a sus mascotas, aprovechando el agradable clima de una mañana de verano. Ninguna de las dos dijo nada por un buen rato, por lo que pude pensar en paz.
Esta era otra de las cosas que me había perdido por culpa de esa hija de puta. Con solo recordarla, recordar su voz, sus ojos, su maldito cinismo, mis puños se cerraban con tanta fuerza que mis nudillos llegaban a ponerse blancos.
Eran tantas las cosas que me había arrebatado. Tantas sonrisas y días perdidos que me daban ganas de golpear a la primera persona que se me cruzara por el frente.
—Kiana, no pienses en ella ¿vale? Estamos aquí para olvidarnos de toda eso por un segundo.— Dijo Lana tratando de que dejara de hacer presión con mis manos.
—No puedo.— Dije apartando mis manos con brusquedad.
—Sí que puedes, sólo que eres tan malditamente cerrada de la cabeza que no quieres si quiera intentarlo.— Dijo con rabia y la fulminé con la mirada.
—¡¿Y quién te crees tú para decir eso?!— Bramé.
—¡Me creo tu mejor amiga!
—¡Serás mi mejor amiga pero no eres yo! No sabes la porquería que he tenido que vivir.— Dije con recelo.
—¿Y crees que yo no he vivido algo parecido? Estoy viviendo contigo en ese maldito asilo de prostitutas. ¡Todas las noches me vendo para darle de consumir a una chula!— Exclamó en un susurro para que la gente de cerca no lograra escucharla.
—¡Esa chula es mi madre, por desgracia! Te aseguro que no tienes ni idea de lo que es vivir con eso! Vivir con la idea de que puedo llegar a ser así.— Hice gestos con mis manos.
—Nunca lo serás.— Sentenció.
—Soy su hija.— Escupí.
—¿Y eso qué?
—Olvídalo.
—¡No eres como ella! ¡Con un demonio que no! Kiana, escúchame bien, por más que lleves su sangre, no eres como ella, nunca lo serás.— Exclamó furiosa.
Dimos por zanjado el tema y miramos hacia otros lados para tratar de despejar nuestras mentes.
—Pero, ¿qué tenemos por aquí? Unas pequeñas putas.— Dijo un chico detrás de nosotras.
Lana y yo fruncimos el ceño y nos dimos la vuelta para mirar al maldito imbécil, el cual no estaba solo, un chico moreno de ojos verdes lo acompañaba.
—Puta tu madre.— Respondió Lana y se dio la vuelta cruzándose de brazos.
—Oh vaya, la pequeña rubia se molestó.— Dijo el moreno riendo.
—Lárguense si no quieren lamentarse más tarde.— Dije seria y ambos rieron.
—No me digan que les dimos en el orgullo.— Dijo el chico de cabello negro, el que habló primero.
—¿De qué hablas, imbécil?— Dijo Lana levantándose y yo la seguí.
—Vamos, no se hagan las idiotas.— Dijo el moreno sonriendo.
—¿Cuánto por una noche, rubia?— Dijo el de cabello negro acercándose a Lana.
—Las hemos visto salir del edificio rojo.— Dijo el moreno mirándome fijamente con una sonrisa.
—Vete a la mierda.— Dijo Lana a punto de abalanzarse sobre él pero la detuve.
—Sólo quieren un presupuesto, ¿no es así?— Dije sonriendo.
—Sí, aunque no les daría más de cuarenta.— Dijo el moreno sonriendo y me acerqué a él.
—Qué raro, eso no es ni una pequeña parte de lo que me dio tu madre por un rapidito. Estaba tan desesperada, pobre.— Dije sonriendo y su semblante se ensombreció.
—Pequeña puta.— Dijo entre dientes.
Sin que lo viese venir le di un puño en toda la nariz, haciéndole caer.
—¡Maldita!— Gritó antes de levantarse gracias a la ayuda de su amigo.
—Esta me la pagas, castañita.— Dijo señalándome con su dedo índice.
—Perro que ladra no muerde.— Dijo Lana y chocamos nuestras manos al tiempo que esos malditos se alejaban.
Lana y yo empezamos a reír descontroladamente y nos sentamos de vuelta en la banca ante la mirada atónita de casi todas las personas que estaban en el parque.
—Necesitaba descargarme con alguien.— Dije entre risas.
—Y vaya que lo hiciste.— Sonrió.
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Falling Down
General Fiction¿Qué sucede cuándo a una chica la obligan a, prácticamente, arruinar su vida? ¿Y si la persona que la somete a esto, fuese una de las que debe amarla más que a cualquier cosa en el mundo? ¿Qué puede llegar a ocurrir si la vida obliga a una joven a c...