Falling Down - Capítulo 6

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Cerré la puerta de mi habitación con tanta fuerza que hice que Lana diera un pequeño brinco sobre mi cama. Estaba que hervía, en serio, estaba completamente iracunda. Ya era suficiente con llevar su sangre, ¿ahora insinuaba que me parecía a ella?

 Y no era cierto. Entré al cuarto de baño para mirarme al espejo. Cabello castaño alborotado en las puntas, ojos verdes, pestañas largas, nariz respingona, labios perfectamente delineados. ¡Maldición!

Di un puñetazo al espejo y este se agrietó un poco mientras que mis nudillos gritaban por una bolsa con hielo.

—¡Maldita!— Grité y de inmediato Lana apareció detrás de mí.

—¡Kiana, cálmate!— Exclamó sacándome a la fuerza del cuarto de baño.

—¡¿Cómo me pides que me calme?! ¡No sabes lo que ha dicho esa hija de puta!— Grité haciendo gestos con mis manos hacia la puerta y hacia todos lados.

Busqué un cigarrillo en mi mesa de noche y lo encendí para darle fuertes y seguidas caladas.

—¡Entonces dímelo!

—¡La muy maldita dijo lo que acabo de decirte en el parque hace unas horas! Somos idénticas, Lana, su sangre corre por mis venas, ¡Sus facciones están destacadas en las mías!— Grité histérica y volví a darle varias caladas a mi cigarrillo de forma desesperada.

Lo acabé en un dos por tres y tiré la colilla por la ventana para luego buscar otro y encenderlo. Seguía fumando con desesperación.

De un momento a otro, Lana me arrebató el cigarrillo y lo tiró por la ventana. Mala idea. Eso sólo aumentó mi rabia a niveles indescriptibles. Sin esperarlo, me arrojó a la cama y se puso encima de mí.

—¿Qué te dije? ¿Qué mierda te dije?— Gritó agarrando mis brazos y colocándolos sobre mi cabeza.

Mi respiración comenzó a calmarse y el arrepentimiento estaba invadiendo mi persona. Esa perra había hecho que todo lo que Lana me había dicho se fuera a la basura. Y para colmo, debía arreglarme para alguien supuestamente especial.

Basura, todos eran iguales. Todos tenían algo entre las piernas, solo les importaba meterlo para satisfacerse y luego largarse como los malditos cochinos que eran.

—Suéltame.— Pedí con calma y ella lo hizo.

—Tienes que sacarte esa idea de la cabeza Kiana, el hecho de ser su hija no te hace igual a ella. Es más, eres completamente distinta.— Dijo seria y yo solo hice una mueca.

—Pásame un cigarrillo.— Dije evitando su mirada y ella simplemente se levantó e hizo lo que le pedí.

Lo encendí y le di una larga calada antes de expulsar el humo lentamente, comenzando a relajarme. Definitivamente hoy no era mi día. Miré mi mano derecha y las marcas de los dientes de Savannah habían comenzado a desaparecer.

Lana era mi mejor amiga, era la única que podía hacerme entrar en razón en momentos como éste y la verdad nunca le he agradecido lo suficiente por ello.

—Gracias.— Dije expulsando el humo lentamente sin poder mirarla aún.

—¿Por no golpearte? Estoy aguantada.— Dijo y sonreí sabiendo que así era.

Le miré.

—No, imbécil. Por hacerme entrar en razón siempre que puedes.— Dije melancólica.

No se me daba muy bien esto de dar las gracias o demostrar cariño, de hecho, esa era la primera vez que le daba las gracias a alguien que no fuera Giovanni. Y si a él se las di unas tres veces en mi vida, son demasiadas.

—No tienes nada que agradecer Ki, sabes que no me gusta verte cabreada por culpa de esa desgraciada sin alma.— Dijo seria y yo solo asentí.

Seguí fumando tranquilamente, mirando un punto fijo en el suelo pensando en quién mierda iba a venir esta noche a "reclutarme". La verdad no tenía ni puta idea.

—¿Me das?— Preguntó Lana refiriéndose a mi cigarrillo y simplemente se lo pasé.

—Acábatelo.— Dije sin darle mucha importancia y recostándome en mi cama con los brazos detrás de mi cabeza.

—¿Dónde está mi patineta?— Pregunté de repente.

No recordaba haberla tomado después de la pelea, lo último que necesitaba era mi hermosa y preciada patineta, perdida.

—Está debajo de tu cama, luego de que tú y la bruja se fueron simplemente la tomé después de decirle unas cosas a Savannah y entré aquí.— Dijo expulsando el humo mientras hablaba.

—¿Le dijiste algo?— Pregunté levantando ambas cejas.

Lana no era como yo, en realidad, éramos bastante distintas. A veces me preguntaba cómo podíamos ser amigas. Ella era demasiado tímida y dócil. Es por eso que decidí hacer que la bruja no la tocara como a todas las demás, era demasiado buena para decir que no.

Sin embargo, la junta conmigo la había cambiado un poco y al parecer ya había aprendido a defenderse.

—Sí.— Dijo apenada mientras tiraba la colilla por la ventana.

La miré inquisitiva, esperando a que continuara.

—Le dije que dejara de ser tan idiota que la envidia sólo la envejecía y que de por sí ya lucía como de unos treinta. Que eso no la llevaría a ningún lado y que está muy lejos de llegar a ser como tú— Dijo sonriendo y estallé en miles de carcajadas.

Maldita sea con mi mejor amiga, joder. Era tan inocente pero divertida a la vez.

—¿En qué tanto piensas Kiana?— Preguntó haciendo una mueca luego de un rato en el que ninguna de las dos dijo nada.

Suspiré.

—La bruja logró manipularme de nuevo.— Dije mirando al techo.

—¿Qué hizo?

—Tengo que arreglarme para alguien "especial" para esta noche a las ocho.— Dije haciendo comillas con mis dedos y luego volviendo a colocar los brazos detrás de mi cabeza.

—¿Y qué le dijiste?— Preguntó con visible enfado en su voz.

—Que no.

—¿Entonces?

—Sabes que no puedo mantener mucho una decisión cuando me saca a Giovanni a relucir.— Dije cansada.

—¿De nuevo?

—Sí.

Cerré los ojos un momento y ya estaba realmente cansada.

—Supongo que hoy no almorzaremos.— Dijo Lana y la miré.

—¿Por?— Pregunté frunciendo el ceño.

—No había nada en la nevera esta mañana, ¿recuerdas?— Hizo una mueca.

—Cierto... Bueno, no es la primera vez que pasamos el resto del día sin comer.— Dije encogiéndome de hombros y ella solo asintió.

—Creo que iré a recostarme.— Dijo levantándose y yo apreté mis labios en una fina línea.

Se dirigió a la puerta y antes de salir me dijo:

—Gracias a ti, Kiana.

Volteé a mirarla y estaba sonriendo.

—¿Por qué gracias?— Pregunté confundida

—Por hacer que olvidara algunas cosas en el parque.— Sonrió más ampliamente y yo hice lo mismo mientras asentía levemente.

—Ah, y por el cigarrillo.— Solté una carcajada y ella se fue dejándome sola con mis pensamientos.

 Fruncí el ceño y volví a recostarme de lado en mi cama. ¿De verdad no era igual a mi madre? ¿Quién era el imbécil que iba a venir? ¿Cuánto más tendría que esperar para salir de toda esta mierda? Cerrando mis ojos con resignación, quedé profundamente dormida.

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