Falling Down - Capítulo 16

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—¡No!— Gruñí.

Maldito zombie estúpido.

—¡Ah! ¿Por qué no corres? Estúpido.— Le dije desesperada a la pantalla de mi celular.

Hace más de cuarenta minutos que había llegado al departamento y sin tener nada mejor que hacer, descargué un estúpido juego de zombies mientras estaba acostada en la cama. Por más que intentara, el zombie no podía tomar su energía de muerto andante y correr para atrapar al humano.

Tiré el teléfono con fuerza al colchón y me levanté. Justo en ese momento, se escucharon tres golpes a la puerta. Cerré mis ojos y respiré profundo para no mandarlo a la mierda. El juego me había dejado alterada, lo menos que necesitaba era verle la cara a ese imbécil.

Pero lamentablemente, no tenía elección, así que lo dejé entrar con un leve "adelante" que salió de entre mis dientes.

—Hola princesa, Carolay dijo que llegaste hace ya casi una hora.— Dijo sonriendo mientras cerraba la puerta tras de sí.

Casi vomito al escuchar la palabra "princesa" salir de esa asquerosa boca. Sonreí a medias.

—Cuarenta minutos, en realidad.

—Ya veo... ¿Qué hacías?— Sonrió.

—Juagaba con mi celular.

—¿Te gustó?

—Sí.— Dije tratando de sonreír con sinceridad, pero no pude.

El teléfono era hermoso, y en otras circunstancias estuviese bailando en un pie. Pero nada que viniera de él me hacía feliz. 

Nada.

—Me alegra escucharlo.— Se sentó sobre la cama.

Me abracé a mí misma y me quedé sin decir nada.

—¿Tienes hambre?

—No.

—¿Segura?

—Sí.

—¿A qué hora almorzaste?

—Una menos cuarto.

—Kiana, son casi las seis.— Dijo serio.

—No tengo hambre.— Encogí los hombros.

Suspiró abatido y se levantó para acercarse a mí. Retuve el impulso de retroceder y me quedé abrazándome a mí misma, sin levantar la mirada para no encontrarme con esos ojos oscuros que no me apetecía mirar.

—¿Le entregaste el dinero a Teressa?— Preguntó una vez que estuvo lo suficientemente cerca como para que su asqueroso perfume de viejo llegara a mi nariz.

La arrugué disimuladamente antes de levantar la mirada. Su expresión era seria pero relajada al mismo tiempo. Algo realmente escalofriante.

—Sí.

Asintió lentamente.

—¿Segura de que no tienes hambre?

Suspiré. ¿A dónde quería llegar?

—Sí, Tom, estoy segura.— Dije esquivándolo para dirigirme a la cama.

Tocó su nuca con incomodidad y se dio la vuelta para mirarme.

—Es que...

—¿Qué?— Pregunté ya exhausta.

—Tengo una cena con unos compañeros de negocios y quería que vinieras conmigo.— Dijo con visible inseguridad.

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