—Oye, despierta.— Escuché decir.
Mantuve mis ojos cerrados, odiaba que me despertaran.
—Llegaremos a Madrid en treinta minutos, Kiana.— Dijo duramente.
Gruñí y abrí los ojos luego de un rato.
—¿Por qué no podíamos tomar un tren de tres meses para poder dormir con comodidad?— Bufé.
Me incorporé, sentándome sobre el sofá-cama que Abraham había arreglado para nosotros la noche anterior.
Aunque cabe destacar que ni siquiera quise tocarle al momento de dormir, ya que estaba bastante sensible por haber tocado ese tema tan delicado para mí.
Le miré y me sonrió radiante, aunque yo le estaba mirando como si quisiera asesinarle.
—¿Quieres desayunar aquí o cuando lleguemos?— Preguntó.
Suspiré casi quedándome dormida de nuevo. Moví mi cabello que seguramente estaba hecho un desastre y se me escapó un bostezo.
—Definitivamente no me arrepiento al haber dicho que eres un oso perezoso el primer día que hablamos en aquel hospital.— Dijo entre risas.
Le fulminé con la mirada y luego rodé los ojos.
—Aquí.— Dije antes de levantarme y estirar mi cuerpo.
Escuché una pequeña carcajada de su parte que me hizo rodar los ojos de nuevo.
Caminé hacia mi equipaje, para sacar de uno de los bolsillos de la maleta, un cepillo de dientes desechable que había tomado del baño de huéspedes de Jaxon.
Me dirigí a las puertas de vidrio y oprimí el botón para que se abriesen. Seguí caminando hasta llegar al baño, y luego de esperar unos minutos a que se desocupase, entré para cepillar mis dientes y lavar mi rostro.
Cuando salí, me encontré con una de las mujeres uniformadas entrando a nuestro cubículo con dos bandejas en su mano. Las dejó en la pequeña mesa que había en el centro y salió dedicándole un asentimiento cordial a Abraham.
Entré y él se quedó viéndome por unos segundos, luego, se levantó y extendió su mano mientras sonreía.
La tomé y no pude evitar sonreír también.
—Buenos días.— Dijo halándome un poco hacia él.
—Buenos días.— Reí.
Se acercó y rozó sus labios con los míos como si fuese una pluma.
—¿Crees que podría besarte?— Preguntó haciéndome reír de nuevo.
—¿No lo has hecho antes?— Levanté una ceja inquisitiva.
—Sí, pero teniendo en cuenta que somos las personas más bipolares que existen, es preferible preguntar.— Dijo encogiéndose de hombros.
—Sólo hazlo.
—Si tanto insistes...
Rodé los ojos.
Se acercó lentamente y sus labios se juntaron con los míos en un simple y delicado choque que no duró más que unos segundos.
—¿Desayunamos?— Preguntó haciendo un gesto hacia la mesa.
—No será necesario que preguntes siempre, será muy tedioso si lo haces.— Confesé.
Rió y yo le acompañé en ello.
—De acuerdo.— Sentenció.
Me hizo sentarme sobre el sofá-cama antes de destapar una de las bandejas y colocarla sobre mi regazo.
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Falling Down
General Fiction¿Qué sucede cuándo a una chica la obligan a, prácticamente, arruinar su vida? ¿Y si la persona que la somete a esto, fuese una de las que debe amarla más que a cualquier cosa en el mundo? ¿Qué puede llegar a ocurrir si la vida obliga a una joven a c...