10 de Noviembre del 2011.
2 meses desde la llegada de los gemelos.
—¿Cómo se supone que haces eso, nena?— Preguntó Abraham a mis espaldas.
Me encontraba dándole una ducha a Annette, la cual movía sus pequeños brazos extendiendo sus manitas para intentar salir de la bañera especial para bebés, por supuesto, en vano. No lloraba, pero se notaba bastante inquieta.
Y Abraham luego de haberme visto hacerlo unas mil veces desde que nuestros hijos nacieron, aún no se atrevía a hacerlo él mismo. Ni siquiera había querido cambiar pañales, ya que por más de que intentaba enseñarle, no lograba entender.
—Ya te he dicho que no es algo del otro mundo.— Reí.
Terminé de enjuagar las piernas de mi bebé con agua tibia y la saqué de allí para envolverla en su pequeña toalla color rosa pastel. Me miró rápidamente con sus ojitos, los que se notaban que iban a ser claros. Aunque nunca se sabía ya que había leído que el color puede cambiar al pasar del tiempo.
Alessandro comenzó a llorar desde su cuna, por lo que supuse que ya se había fastidiado. Mi hijo era un completo gruñón, igual a su madre.
—¿Puedes tomarlo? Debo vestir a Ann.— Dije colocándola sobre el pequeño mueble donde vestía a cada uno de ellos.
—Está bien.— Dijo no muy convencido.
Rodé los ojos con una sonrisa. Aún no había perdido su miedo y paranoia con respecto a los bebés. Sabía que tenía miedo de dañarlos, pero a veces de verdad me hacía falta su ayuda.
Le coloqué el pañal a Annette, llenando su cuerpo con perfume especial para bebés, luego la enfundé en un conjunto de blusa blanca y pantalón de algodón color rojo. Unas medias blancas en sus pequeños y dulces pies, junto con un gorrito de color blanco que tenía un pequeño girasol en uno de los costados.
Sonreí y planté un beso en una de sus mejillas regordetas. Ella realizó un sonido con su lengua mientras movía sus piernas. Reí levemente y la levanté.
—No quería que lo levantara.— Dijo Abraham con Alessandro en sus brazos, llevando un conjunto igual al de su hermana de color naranja.
Mi bebé estaba completamente enganchado a su cuello. Rodé los ojos sin apartar la sonrisa de mi rostro. Annette también se enganchó a mi cuello, pero estaba completamente entretenida con varios mechones de mi cabello que se habían salido de mi desordenada cola de caballo.
—O tú no querías hacerlo.— Levanté una de mis cejas.
—Me daba miedo lastimarlo.
—Lo sé.— Me acerqué y besé sus labios levemente.
Caminé fuera de la habitación y con cuidado bajé las escaleras con Annette enredando sus pequeñas manos en mi cabello. La deposité con cuidado en la carriola, la aseguré a ella y comenzó a arrugar su rostro, en una clara señal de que empezaría a llorar.
Tomé un pequeño oso color rosa y lo deposité a su lado. Eso le mantuvo ocupada por unos minutos mientras tomaba a su hermano en mis brazos para poder bajar de nuevo las escaleras. Abraham no se atrevía a hacerlo con alguno en brazos.
Lo coloqué en el otro lado de la carriola, asegurándolo también y le di su pequeño pez color azul. Comenzó a tocarlo y también se entretuvo.
—Bien pequeños, daremos un paseo.— Sonreí.
—¿Qué? ¿Estás loca?— Dijo Abraham.
—¿Por qué?
—¿Acaso no ves el frío que hace? Es Noviembre.— Dijo frunciendo el ceño.
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Falling Down
Ficción General¿Qué sucede cuándo a una chica la obligan a, prácticamente, arruinar su vida? ¿Y si la persona que la somete a esto, fuese una de las que debe amarla más que a cualquier cosa en el mundo? ¿Qué puede llegar a ocurrir si la vida obliga a una joven a c...