Falling Down - Capítulo 18

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Abrí los ojos lentamente y volví a cerrarlos. ¿Qué hora era? Los abrí de nuevo y miré el reloj en la mesita de noche. Once de la mañana. Suspiré quitando el edredón de encima de mi cuerpo. 

Me senté en la cama y mi zona íntima protestó fuertemente. Hice una mueca y me moví lentamente hasta poder levantarme. Al instante me arrepentí, ya que mis piernas temblaban como gelatina.

Me apoyé en la pared para poder estabilizarme y me dirigí al baño como pude. Me miré en el espejo. Mis ojos verdes estaban opacos y mi cabello estaba hecho un desastre. Unas ojeras acompañaban mi rostro, haciendo mi piel opaca y desaliñada.

Cepillé mis dientes y lavé mi rostro antes de hacerme un rodete en el cabello. 

Estaba cansada y adolorida. Maldito Tom. Quería desaparecer, quería escaparme. No podía soportar un segundo más. Ese hijo de puta era un enfermo y bipolar, supuestamente quería lo mejor para mí, pero no le había importado violarme por casi cuatro horas seguidas mientras yo luchaba y rogaba para que se detuviera.

Maldito infeliz. Sentía un nudo crecer y apretar contra las paredes de mi garganta. Mi vida era un completo asco. A mis cortos años, sólo tenía tres o cuatro recuerdos felices, los cuales incluían a mi padre y habían sido hace mucho tiempo.

Quería volver a esos tiempos. Desde que tenía nueve y mi padre falleció, mi vida ha estado llena de porquería. No recordaba un solo momento de felicidad ni nada que me hubiese hecho sonreír desde lo más profundo de mi corazón desde hacía ya ocho años. 

No pude evitar recordar a los niños del parque. Así éramos Gio y yo cuando papá estaba vivo. Todo estaba lleno de felicidad y luz, no había un momento aburrido en nuestras vidas, y mucho menos triste. A excepción de esos días que nos quedábamos solos con la bruja.

Lentamente me dirigí hacia la habitación y busqué en el suelo mi bolso pequeño de donde saqué la caja de Camel y mi celular. A un lado se encontraba el vestido color verde agua de la noche anterior, ahora, completamente roto. El muy animal había hecho eso, y era una verdadera lástima. El vestido era precioso.

Me dirigí a una ventana y encendí un cigarrillo mientras buscaba la foto de los niños en mi celular. Di una larga calada al cigarro, reteniendo el humo unos segundos en mi garganta y luego expulsándolo lentamente por la ventana. 

Definitivamente esos niños me recordaban a Gio y a mí. Pasé a la foto de la muñequita con el perro. Sonreí inconscientemente. Era preciosa y se veía muy contenta. 

Un sentimiento de nostalgia me invadió. Quería volver a tener momentos felices, o al menos llenarme con una sonrisa producida por la felicidad de los demás, como en el caso de los viejitos y los niños.

Seguí fumando mientras pasaba las fotos lentamente. Eran en total unas veinte, y todas eran preciosas. El teléfono tomaba fotos bastante buenas. Los colores se notaban bastante claros y la imagen era más que nítida. 

Una idea nació en mi cabeza. Tiré la colilla del cigarrillo por la ventana, la cerré y luego de dejar mi celular en la mesa de noche, entré al cuarto de baño para darme una ducha. Me despojé de toda mi ropa y entré en la misma para dejar que el agua caliente relajara todos mis sentidos.

Tom me estaba haciendo más que infeliz. Me atrevería a decir que estaba mucho mejor en manos de la bruja, ya que, al menos, tenía a Lana y Giovanni de apoyo. Pero aquí, lo único que tenía era un maldito celular. 

Pues para su mala suerte, yo era una Grimaldi. Mi padre nos había dado el apellido a Giovanni, la bruja y a mí para que lo llevásemos con honor, y eso era lo que haría. Iba a salir a buscar momentos como los de los viejitos y los niños en el parque.

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