Falling Down - Capítulo 13

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—Disculpa a mis hombres, Kiana, no sabían que estabas ahí.— Dijo Rogelio luego de hacer que los hombres se retiraran y que yo entrara a la casa.

—No pasa nada.— Dije seria.

De pronto, una señora de unos setenta años llegó con una bandeja que tenía una servilleta y un vaso de agua. Me miró con una sonrisa y yo solo fruncí el ceño.

—Tómate esa pastilla. Luego de ese golpe, no creo que no te duela la cabeza.— Dijo Rogelio.

Sin decir nada, tomé la pastilla que había dentro de la servilleta y me la tomé con el vaso de agua. La mujer se retiró. Aún no terminaba de comprender todo. ¿Cuál era ese idioma? ¿Por qué me parecía conocido? ¿Qué hacía ese chico aquí? ¿Por qué lo sacaron de esa forma? ¿Quién era? ¿Por qué era tan apuesto?

Bueno, esa última la dejaba a mi criterio, las demás, las buscaría en la boca de Rogelio.

—¿Quién era ese chico?— Pregunté.

—Un imbécil.— Dijo Rogelio restándole importancia con un encogimiento de hombros.

—¿Qué idioma es ese?

—Italiano.

Ya entendía por qué me parecía conocido. Mi abuela había hablado en italiano cuando había venido estando mi padre vivo aún. Solo que fue tanto tiempo atrás que no lo recordaba con exactitud.

—¿Por qué lo echaron así?

—Oh Kiana, haces demasiadas preguntas.— Dijo pasando un dedo por mi nariz.

Me retiré rápidamente.

—En vez de preguntar estupideces, ven para que los estilistas empiecen a trabajar contigo.— Dijo serio y comenzó a caminar en dirección a las escaleras de caracol que habían en medio de la casa.

Sin decir nada, lo seguí. Era mejor no darle más vueltas al asunto. Empezamos a subir las escaleras hasta llegar al segundo piso. Entramos a una habitación en la que se encontraban unas treinta chicas sentadas en sillas de cuero blancas. 

Todas voltearon hacia la puerta y los sesenta ojos se fijaron en mí. Unas me miraban con indiferencia, otras con algo parecido a rencor y otras solo se voltearon luego de unos segundos. Rogelio me condujo a una de las primeras sillas.

Me senté frente al espejo. Él tomó el vestido de mis manos y lo colgó en un perchero que había al lado. Los zapatos los dejó justo debajo del vestido y después aplaudió dos veces seguidas.

En ese mismo instante, chicos y chicas vestidos de negro entraron por la puerta. Un chico se puso detrás de mi silla y soltó mi rodete de inmediato. Rogelio salió sin decir una sola palabra y el chico comenzó a peinar mi cabello.

~~~

Me encontraba peinada y maquillada, sentada en medio de dos chicas en una Cadillac SRX color negro. De casa de Rogelio, habían salido unas diez más del mismo modelo y color. Sabía que nos llevaban a una supuesta calle popular, pero no tenía idea de cuál era.

Me dediqué a observar Los Ángeles desde donde estaba, a través de las ventanillas. Nunca había salido de noche a ninguna calle, nunca había conocido mi ciudad como se debía ya que una puta bruja me ha tenido encerrada por diecisiete años.

Luego de unos quince minutos nos detuvimos en una calle más o menos oscura. Habían varios autos aparcados en la acera del frente. Nos bajamos y simplemente me quedé de pie en la acera, junto a las otras chicas.

Como si hubiese un botón mágico o algo por el estilo, más de veinte hombres se bajaron de sus autos y vinieron directo a nosotras. Pude observar como cada chica se iba con alguna hasta su auto. Todas se empezaban a ir, y yo comenzaba a sentir un gran alivio de que nadie me hubiese reclutado a mí aún.

Creo que agradecí demasiado pronto, ya que en un dos por tres, dos chicos se me acercaron, uno por cada lado.

—Hombre, yo la vi primero.— Dijo el moreno a mi derecha.

—Lárgate.— Dijo el de cabello rizado a mi izquierda.

Comenzaron a discutir sobre quien se iba a quedar conmigo. Mierda, me sentía un objeto, algo sin valor y sin importancia. Discutían por mí como si yo fuese el último pedazo de carne en un supermercado. Suspiré abatida, no iba a comentar nada, que se mataran si querían, no me interesaba.

—¡Yo la quiero!— Exclamó el moreno.

—¡Yo la vi primero!

—¡Hagamos algo!— Casi gritó el moreno con visible exasperación.

—¿Qué?

—Podemos compartirla.

—¿Qué?— Dije frunciendo el ceño.

—No suena mal.— Dijo el de cabello rizado sin prestarme atención.

No tengo idea de cómo sucedió, pero ahora ambos me tenían tomada de la mano y me conducían a un auto color naranja. Me lanzaron, literalmente, al asiento de atrás. El moreno entró y se puso sobre mí, sonriendo, mientras que el de cabello rizado entraba en el asiento del conductor y prendía un cigarrillo.

—Eres jodidamente ardiente.— Dijo sonriendo y empezó a besar mi cuello.

Maldición.

~~~

Las lágrimas caían por mi rostro sin control alguno. Me abracé más al edredón blanco y solté un sollozo.

Maldita sea, me sentía la cosa más asquerosa del planeta. Me sentía completamente desmoralizada y utilizada. Me daba asco reconocer lo que había hecho hace tan solo cuatro horas.

Eran las doce y media y no había podido pegar un ojo en todo el rato que llevaba acostada. Esos malditos me utilizaron. Primero uno, luego el otro, y luego... Son unos malditos animales. Tuve que darme una ducha de más o menos una hora para poder reconfortarme aunque fuese un poco.

Me sentía completamente acabada y adolorida. Una chica de diecisiete años, en condiciones normales, estaría adolorida por haber perdido su virginidad con un noviecito, o por haber bailado hasta morir en una fiesta del instituto. 

Pero yo no conocía nada de eso. Todas las cosas que se hacen por naturaleza siendo adolescente me habían sido arrebatadas desde que tenía trece años. Nunca pude disfrutar de un buen tiempo con amigos, nunca pude dar un primer beso especial, nunca pude emborracharme hasta los huesos en una fiesta.

Nunca pude gozar de la vitalidad que mis diecisiete años me brindaban. En cambio, debía utilizar esa vitalidad para hacer que hombres en un posible adulterio, tuvieran un momento de satisfacción y así otros pudieran llenarse de dinero a costa mía.

Mi vida era una porquería. Muchas veces había pensado en hacerme un daño fulminante para así poder ver a mi padre de nuevo, pero no estaba sola. Giovanni me necesitaba más que a cualquier otra persona en el mundo, y no sería tan débil como para dejarlo solo.

Pero algunas veces esa idea sonaba más que tentadora. Simplemente quería desaparecer, quería que nada de esto fuese así. Quería recuperar todo el tiempo perdido. Pero tenía más que claro que nunca podría hacerlo. 

Y eso era lo que me frustraba y en ese momento me hacía llorar de manera descontrolada. Es cierto, soy una persona fría, fuerte, testaruda, cínica, altanera, sarcástica... Pero no soy de piedra, también tengo mis bajones, y en ese momento estaba más que decepcionada y asqueada de mí misma.

Sollozando y pensando en miles de cosas para tratar de olvidar lo que había pasado horas atrás, cerré los ojos y caí en un profundo sueño.

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