Rêndir.

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Era de noche, no estaba segura de cuánto tiempo faltaba para llegar a Rêndir, pero sabía que no más de un día. Estábamos descansando en una posada de bastante lujo en el comienzo de un pequeño poblado del cual no sabía el nombre, todos dormían, todos menos yo. Tan solo éramos Mérida, Lyn, Váli y yo. Mi yegua descansaba a mi lado, ya le había puesto nombre, se llamaba Skadi, como la diosa del invierno. Era pequeña, pero crecería conmigo y un día sería lo suficiente fuerte como para sostenerme y llevarme a lugares que en aquel momento no imaginaba.
Se escuchaba un silencio sofocante, así que al no poder dormir me levanté y me dirigí hacia la ventana, observé el cielo, estaba lleno de estrellas y de nubes que se dirigían hacia el este. Suspiré y me hice un ovillo sobre la silla en la que estaba sentada. Tenía frío, pero eso ayudaba a no pensar. Cuando no podía dormir imaginaba sus rostros, los de los hombres que habían masacrado a mi familia, los dibujaba en la oscuridad con manos temblorosas, y a veces encendía una vela y los dibujaba sobre el suelo polvoriento. Cada noche repetía el mismo ritual, no podía olvidar nada, no podía permitírmelo.

-¿Qué estás haciendo?

Giré la cabeza rápidamente, Váli me estaba observando con los ojos entrecerrados. Miré por la ventana de nuevo, avergonzada. Se levantó y se sentó junto a mí, me miraba de una forma curiosa, quizás con la misma mirada que un artista dedicaba a una hoja en blanco. Yo era así, estaba en blanco, dispuesta a ser moldeada.

-Lo único que me ayuda a dormir -confesé avergonzada.

En su mirada había algo diferente, algo que me recordaba a mi propio reflejo, algo que era parecido al brillo de mis ojos. Aquello hizo que todas mis barreras se destrozasen de golpe, no una a una, sino con un solo movimiento. Sentí que necesitaba decirlo, en alto.

-Imagino las caras de los dos hombres que asesinaron a mi familia, para no olvidar.

No le miré, era demasiado doloroso. No había dicho en alto la verdad, no había confesado a los cuatro vientos qué significaba el dolor que me recorría el interior.

-Lo imaginaba.

Me giré sorprendida.

-¿Cómo? -pregunté frunciendo el ceño.

-Es algo que solo el que ha vivido lo mismo puede identificar en otros.

-¿Tú también?

Me fijé en como la sutil y cálida luz de las velas alumbraban sus cicatrices, me pregunté la historia detrás de ellas.

-Al igual que tú no he hablado de ello, tampoco espero empezar a hacerlo ahora. Pero solo quiero decirte que comprendo tu dolor.

-Sé que hay otras cosas que tienen que preocuparme, pero no puedo... ¿Se hace más fácil con el tiempo?

-No, nunca se hace fácil, pero sí tolerable. Pero Ylva, eres una niña, aún estás a tiempo de encontrar otras cosas que te motiven el mismo interés que la venganza, tienes toda la vida por delante. Yo era demasiado mayor para buscar algo que me hiciese olvidar.

Era una niña, claro que lo sabía. Faltaban pocos días para que cumpliese siete años, pero aquello no me hacía pensar en otras cosas. No me hacía querer buscar más allá de la historia con la que había comenzado mi dolor, porque era algo que no solo me ponía triste, sino también me enfurecía. Era una niña, al igual que mis hermanas, teníamos toda la vida por delante, pero ¿qué teníamos entonces? Ellas no tenían nada, y yo... una vida que parecía no remontar.

-No quiero nada más -murmuré observando el movimiento de las llamas.

Noté un aire gélido que se colaba por las finas líneas de las paredes.

-¿Crees que podrás ser feliz así?

Cogí una de las velas que estaban puestas sobre la mesa que había junto a la ventana y pensé, pero no se me ocurrió ninguna respuesta afirmativa. Tan solo cuando la cera derretida y caliente de la vela recorrió mis dedos y el dolor me despertó pude contestar.

-Eso ya no importa.

-Importe o no, espero que cuando emprendas el camino que los dioses te han otorgado termines siendo feliz.

Imaginé mi vida por unos instantes, ¿llegaría a crecer? ¿Moriría prematuramente? Y si crecía y acababa emprendiendo dicho camino ¿qué ocurriría? Me imaginé a mí misma sin saber cómo podía ser en el futuro. En aquel momento fui incapaz de imaginar un día más lejano que el siguiente, no sabía qué caminos tomaría mi historia, y si pudiese haberle dicho a aquella pequeña lo que ocurriría más tarde; no lo habría hecho. Me quedé sujetando la vela, sintiendo el calor que desprendía la cera caliente que recorría mis dedos, y poco a poco fui sintiendo como el sueño me atrapaba. Noté como Váli me quitaba la vela de la mano y después me cogía en brazos. Después solo hubo oscuridad, y más tarde ojos negros como las plumas de un cuervo, y cánticos de bárbaros que nunca escapaban de mi mente.

Habíamos llegado a nuestro destino, aún no habíamos visto a los hijos del rey. Y el propio rey en sí se había marchado con Magnus hacia poco más de un día, ya no estaban gran parte de sus guerreros, había un aire sombrío y extraño. El poblado era hermoso, las calles estaban llenas de pequeños establecimientos donde comprar todo lo que una persona podía necesitar, y al final, tal y como estaban las cosas dispuestas en Cambria, también estaba el gran salón junto a los aposentos de la familia. Nos dispusieron una estancia cerca de las suyas, pero no demasiado, lo cual me hizo feliz, Lyn quedó totalmente decepcionada. En aquel momento solo éramos ella y yo en nuestra habitación, la cual compartíamos con Mérida, pero esta se había marchado a comprar algunas cosas. Posiblemente Váli estaría por ahí, asegurándose de que estábamos sanas y salvas.
Alguien tocó a la puerta, yo me quedé muda ¿quién podía estar interesado en vernos? Lyn contestó por mí, era un señor e Yves, uno de los hijos del rey. Noté la felicidad de Lyn a mi lado al instante, yo me sentí indiferente, me quedé en silencio.

-Quería invitaros en persona a cenar con nosotros esta noche, mi madre y mis hermanos estarán más que felices de recibiros.

Lyn me apretó el brazo y tuve que fingir que todo estaba bien, le dediqué una sonrisa de agradecimiento.

-Gracias por vuestra generosidad, estaremos allí.

Me sorprendí ante las maduras palabras de Lyn, sabía que en cuanto Yves se marchase empezaría a saltar por la habitación. Ya había quedado clara la predilección que Lyn tenía por este hermano, y era normal. Era rubio, sus ojos verdes y de una altura más que aceptable para un chico de diez años. Me quedé por unos segundos comparándolo con su otro hermano, Kai. Este tenía tres años menos, pero era casi igual de alto que Yves. Y respecto al resto... eran diferentes. Pero es que Kai no se parecía a ninguno de sus hermanos, tenía una mirada diferente y una esencia complicada. Mientras que sus hermanos desprendían una inocencia más propia de la edad, Kai inspiraba algo más, algo que no sabía describir ni adivinar. Tampoco sabía si lo deseaba.
Skadi estaba hecha un ovillo a mi lado, acaricié su suave pelaje para tranquilizarme, no había sido consciente hasta aquel momento de que en unas pocas horas volvería a ver a Kai, y no sabía si me emocionaba o por el contrario me agobiaba.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora