¿Sola?

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Finalmente me marché a Cambria, aunque todos lo hicimos salvo Lyn que rehusó a marcharse del lado de Yves de nuevo. Nadie la contradijo, pero aquella vez la despedida se me hizo dura, no solo por la propia añoranza que se aproximaba, sino porque recordé que un día me debería de acostumbrar a aquello, a no tenerla a mi lado cada día. Pero me marché a Cambria y no me despedí de nadie más, no vi a Kai y tampoco pregunté por él, aunque lo único que mi corazón quería era saber algo de él, cualquier cosa para alimentar mi terrible obsesión. Tuve fortaleza y no hice nada, tan solo monté sobre Skadi, me abrigué y me armé, y emprendí junto a Magnus y Váli el camino de vuelta a casa. Mérida se quedó allí con Lyn, así que poco a poco fui dejándolas atrás. Quizá aquello haría más fácil la despedida definitiva. Aunque todavía no había decidido si realmente me despediría o tan solo me marcharía para hacer las cosas más fáciles.

Entonces el tiempo pasó, sin más. Los días se fueron arrastrando con una rapidez sorprendente, tan fugaces que apenas podía pensar en nada más. Los días eran así, rápidos. Dedicados en cuerpo y alma al entreno, quizá forcé mi cuerpo más de lo adecuado pero aún así nunca paré, ni siquiera cuando Váli me recomendaba hacerlo. Aunque los días se hacían llevaderos las noches eran horribles. Hacía un tiempo que no tenía pesadillas pero estas habían vuelto, me habían visitado como viejas amigas que realmente nunca se habían marchado del todo. Y aquel momento de mi vida era tan solo eso, pesadillas y luchas. Me acostaba cada noche con nuevas heridas que seguían sangrando, otras tantas que aún supuraban ya que no les permitía curar, y una colección increíblemente grande de moretones de todo tipo de gravedades y tamaños. Aquella era yo, decorada por el dolor que servía como antídoto frente al dolor interno, al emocional. Me levantaba con la garganta rota y a veces, cuando aún estaba entre el sueño, entre las pesadillas y la realidad, atontada y adormecida, tenía la pequeña esperanza de sentir peso sobre la esquina de la cama, y sentir su tacto, abrir los ojos y encontrarme con que Kai había encontrado dentro de su corazón la forma de decirme que me amaba, la súplica que me rogaba que me quedase. Pero nada de aquello sucedía, me levantaba cada mañana vacía, a mi alrededor no había nadie, no había amigos, no estaba Lyn ni Kai, no estaba ni siquiera yo misma. Pero nada importaba realmente, porque todo llegaba, incluso mi decimoquinto cumpleaños. Y cuando llegó no pude pensar en nada más que en mi marcha y en cuanto debía concentrarme en ella. La mañana en la que cumplía quince me levanté extremadamente temprano, me dirigí al lago, me lavé y me vestí con mi ropa de entreno, me vendé los nudillos los cuales estaban destrozados de pasar horas golpeando cualquier superficie, y finalmente me senté en la roca donde había conocido a Kai. Recordé aquel día como si hubiese sido el anterior, la novedosa sensación que me produjo aquel extraño niño, la presión en el estómago, los pequeños ojos azules de Kai que ya eran inquietantes. Aquel día cuando le vi por primera vez no pude ni siquiera intuir que él sería el causante de todo lo que sentía en aquel momento. Amor, odio, ira, miedo, esperanza, agotamiento... una mezcla confusa que jamás había experimentado de aquella extraña manera. Y es que no sabría expresar con palabras por qué nuestra relación era especial, él y yo habíamos crecido juntos, y todo había sido progresivo. Nos habíamos visto llenos de tierra mojada los días de entreno, hechos pedazos y en una tesitura muy poco atractiva. Nos habíamos retado cada día de todas las formas posibles, pero cuando no había nadie nos sentábamos y nos acariciábamos las heridas y los moratones. Cuando nadie miraba todo eran palabras agradables y paz, aunque a veces todo estallaba. Pero las cosas habían ido despacio, creciendo en cada etapa de la vida con la mayor naturalidad posible. Yo me había ido enamorando de él tan progresivamente que ni siquiera me había dado cuenta. El amor se fue creando, cuando le veía al otro lado de la mesa, cuando lo veía sudando y con la respiración agitada después de haberle ganado en alguna competición, cuando exploraba sus rasgos con las manos bajo los árboles y las hojas caídas hasta que se quedaba dormido sobre mi regazo, cuando lo escuchaba entrar tarde en mi habitación y sentarse a mi lado hasta que me quedaba plácidamente dormida, y cuando me levantaba a la mañana siguiente descansada sin haber tenido pesadillas. Aquel era nuestro mundo propio, un mundo de cristal, quebradizo y amenazado en cada momento por un exterior sombrío, y dos destinos totalmente diferentes.
Alcé la vista al cielo y me quedé contemplando el azul que se extendía ante mí, entonces le hice una pregunta a los dioses con la esperanza de que me respondiesen de alguna manera, ¿a qué estaban jugando? Me había entregado a mi destino, lo había perseguido y aceptado. Entonces ¿por qué habían puesto a Kai en mi vida? ¿Por qué querían complicarlo todo? Más aún. No lo sabía, en aquel momento de mi vida no sabía nada, me encontraba perdida y confusa y el tiempo seguía pasando. Los días pasaban, los meses pasaron... no hubo rastro de los reyes ni de sus hijos, tampoco de Lyn. Y yo no pregunté en ningún momento, ni cuando la preocupación me atenazaba el pecho, ni cuando me levantaba entre gritos esperando encontrármelo sentado en mi cama. Aquella mañana de mi decimoquinto cumpleaños nadie había venido a verme, nadie había procurado que no me sintiese tan sola, y en el fondo lo agradecí. Todos estaban ocupados viviendo sus vidas y yo debía hacer lo mismo. Aquel día cambié de opinión sobre cómo celebrar mi cumpleaños, tan solo me dediqué a entrenar un poco por la mañana, pero después en casa de Váli me sentí claustrofobica y decidí que debía marcharme de Cambria un rato.

-¿Te sientes sola? -preguntó mientras me curaba un corte del brazo.

Él mismo me lo había hecho minutos atrás, en un momento de despiste.

-Es una sensación extraña... No es algo tan simple como decir si me siento sola o no, es más una sensación sofocante.

Hice un gesto de dolor cuando sentí como unía la herida, más por inercia que porque realmente me estuviese doliendo.

-Te has encaminado más aún a tu destino, diciéndoles adiós, separándote poco a poco de tu mundo... Comprendo lo que sientes y es mejor así, tendrás que acostumbrarte a estar sola y no romperte por ello.

Asentí convencida de que tenía toda la razón.

-Quería decirte que esta tarde no habrá más entreno, no habrá celebración, tan solo me iré sola a pasar un rato fuera de Cambria.

-Me parece aceptable, me encargaré de que los demás lo sepan -terminó de coser la herida y alzó la vista-. Ten mucho cuidado y recuerda lo que siempre te digo, no hagas ninguna locura.

Sonreí ligeramente y me levanté, cuando salí por la puerta pensé en lo curioso de la vida. Mis pasados cumpleaños habían estado llenos de hidromiel, grandes cantidades de comida, sacrificios, melodías, compañía, Kai a mi lado... Pero entonces estaba sola, o eso era lo que creía en aquel momento.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora