Golpeé la espada por décima vez. No me había quitado el vestido aún, Lyn me mataría. Me retiré de la zona de trabajo y poco a poco fui sacándomelo por encima de los hombros. Por aquello odiaba los vestidos tan recargados, no era que no fuesen bonitos, pero para lo que yo hacía con mis días era completamente incompatible. Me quedé con el vestido fino color marrón de la ropa interior y seguí trabajando. Solo se escuchaba el sonido del hierro, el fuego crujiendo alrededor y la brisa que agitaba las pequeñas llamas de las velas. Muy en el fondo, si te concentrabas podías escuchar el murmullo del banquete al que yo no pensaba regresar. En aquel momento de concentración lo sentí, no eran pasos, no era un sonido, era la sensación que siempre me producía cuando se acercaba con su característico sigilo.
-¿Vas a quedarte ahí fuera mucho más tiempo? -pregunté por encima del ruido de la espada que yo misma creaba.
Escuché sus pasos acercarse, sentí el frío que entró en la herrería los segundos que la puerta estuvo abierta y después de nuevo el silencio. Me quedé quieta, sin atreverme a volver a golpear la espada. Me enjuagué una gota de sudor que me caía por el puente de la nariz y cerré los ojos. Finalmente dejé todo y me di la vuelta. Kai me miraba con la cabeza ligeramente hacia un lado, semblante concentrado y serio, atractivo como siempre.
-¿Tu forma de olvidar? ¿Hacer armas?
-Esto no es solo hacer armas Kai... es algo más.
-¿Cómo lo llamarías? -preguntó curioso acercándose a mí.
-Arte -murmuré por lo bajo.
El concepto de arte no existía para nosotros, aunque podíamos pasar nuestros días rodeados de ello. La lucha era arte, nuestros barcos eran arte, nuestras armas... Pero no era algo que hiciésemos con la predisposición de querer crear algo bello, era algo que simplemente sabíamos hacer. Yo conocía la palabra gracias a Magnus, el mejor explorador de aquel momento, no solo se concentraba en saquear o destruir. Estaba más interesado en adquirir conocimientos, había aprendido a leer las lenguas de otros continentes, había traído el arte que allí creaban. Poco a poco me había enseñado nuevos conceptos y palabras que yo escuchaba embelesada.
-¿Qué es arte? -preguntó Kai como si fuera un niño pequeño.
Sonreí ante su pronunciación.
-Arte es algo que te hace sentir de una manera única, que te mueve por dentro algo que no sabrías como explicar, algo que te hace querer vivir.
-Como la batalla.
-Exacto, es algo parecido a lo que sientes tú cuando escuchas historias en las que asesinan a cristianos.
Aquella explicación pareció dejarlo satisfecho, se quedó en silencio observándome como hacía infinitas veces, me miraba directamente a los ojos. Era algo que le fascinaba, no estaba acostumbrado a que nadie hiciese contacto visual con él, al menos por tan largo periodo de tiempo. Aquello era algo nuestro que nadie más podía ver. Nos mirábamos durante tanto rato como pudiésemos, a través de las calles, a través de la mesa, desde el otro lado de el gran salón, practicando movimientos, cuando estábamos con amigos... Era nuestra burbuja, nuestro propio mundo al que nadie podía entrar. Nos quedamos así, en nuestro pequeño juego. ¿Quién perdería? Usualmente perdía yo, alguien me interrumpía, o bien sentía la necesidad de decir algo... Pero aquella vez fue él el que decidió romper el silencio.
-Tus manos.
Agaché la mirada y las observé. Estaban llenas de quemaduras, ampollas y heridas. Algo poco común para una mujer de mi edad. Pero no me dedicaba a las tareas comunes, así que tampoco tenía el físico común.
-No son unas manos muy delicadas... mejor, así quizá alejo a más pretendientes.
-Sería imposible que no le resultases preciosa a cualquier persona.
Alcé la mirada y me quedé observándole, aquellas palabras eran nuestras, solo nuestras. Kai y yo no solíamos comportarnos así, nuestros días estaban llenos de piques, peleas, nos tentábamos todo el rato... Pero había veces en las que se producía la magia. Como no supe qué contestar, decidí ser sincera.
-Un día estas manos hicieron cosas muy diferentes, me gustaba hacer ramos de margaritas y posarlos cada mañana sobre el lecho de mi madre. Me encantaba trenzar el pelo de mis hermanas, incluso si lo hacía mal. Acariciaba el pelaje de nuestras ovejas por las mañanas, y las cortezas de los árboles antes de ir a bañarme al río cada tarde, antes de que el sol se pusiese. Y ahora míralas, unas manos estropeadas, que seguirán ensuciándose y corroyéndose con el paso del tiempo... Manos que un día hicieron cosas bellas y llenas de amor, y hoy han olvidado todo, han olvidado todas las cosas hermosas que sabían hacer.
Después de un silencio eterno, él dijo las palabras más agradables, y las más inesperadas.
-Todo aquel que olvida puede recordar, con la paciencia y la ayuda necesaria.
Desenvainó una daga de pequeño tamaño de su cinturón y se hizo un corte en la palma de la mano. Me quedé observándole extrañada.
-¿Pero qué haces?
Levantó la vista con la daga ensangrentada y la palma herida.
-Una vez prometimos algo, tú dijiste que aunque hubiesen cientos de pretendientes en tu vida jamás los aceptarías. Yo te dije lo mismo, y sé que no me crees... porque te conozco. Esto es un juramento de sangre, sabes que no hay nadie que se tome esto tan en serio como yo.
Se levantó y yo le imité, emocionada. Extendí la palma de mi mano y se la ofrecí, dispuesta a sellar aquel pacto.
-Hazla profunda, para que la cicatriz quede para siempre.
Me hizo caso y clavó el borde de la daga más profundo de lo esperado. La palma de mi mano se llenó de sangre como un pequeño lago rojo en escasos segundos. Deslizó suavemente su mano para entrelazarla con la mía, juntando la sangre de ambos, pero obviando todo rastro de dolor. No éramos capaces de prometernos nada, no éramos capaces de prometernos amor mutuo o fidelidad para siempre. Éramos demasiado extraños y complicados, y en el fondo teníamos miedo. No hicimos una promesa normal, no prometimos estar juntos para siempre, ni querernos hasta el fin de los días, prometimos algo más importante para nosotros, algo que era más difícil de evitar, porque querernos siempre nos querríamos. Nos prometimos que la vida no se interpondría entre nosotros, que ninguna persona conseguiría hacer que nos olvidásemos. Kai era oscuridad y luz a la vez, y aunque no supiera en qué iba a resultar aquella promesa, la dejé entrar.

ESTÁS LEYENDO
Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|
Ficción GeneralMi historia se contó durante infinitas décadas, enrevesada, retocada, fantástica, ficticia a veces... En esta historia se me llamaba muchas cosas, a veces solo Ylva, otras Ylva la Inocente, inmortal, sanguinaria, asesina, mata-hombres, bruja, dios...