Mi fin.

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Mandé varias cosas a la mañana siguiente. Puse a todo el mundo a mi disposición, limpiaron la fortaleza, cambiaron la disposición del salón principal, ordené que colocaran un solo trono, mi trono. Trajeron comida, bebida y caballos. Todo el mundo asistió creyendo que iban a contemplar un sacrificio y una gran comida antes de hablar de negocios y ver cuando nos marchábamos y quien se quedaría en la fortaleza. En parte era así.
Cuando finalicé de arreglarme me quedé quieta de nuevo frente al ventanal, estaba tan limpio que podía ver mi reflejo a la perfección. Por unos segundos no pude evitar comparar aquel reflejo con la persona que se encaminó buscando su destino tiempo atrás, poco quedaba ya de aquella niña. Me encontraba cansada, no sabía quién era, pero tenía una responsabilidad.
Tocaron a la puerta, me encaminé a abrirla, detrás estaba Astrid, en los brazos aún llevaba al bebé, asumí que no la soltaría nunca más. Me dedicó una mirada de arriba a abajo.

-Realmente pareces lo que eres...

-¿Qué parezco?

-Una reina.

Le sonreí y asentí, me había arreglado más de la cuenta, no como lo hacía usualmente, sino para una ocasión especial. Llevaba un vestido largo blanco impecable, alrededor de mi cintura una cinta roja color sangre, como la misma que me enhebraba las múltiples trenzas del pelo.
Caminamos hasta el salón, todo el mundo estaba sentado en su lugar, también Frei y Alsan, los hombres que habían violado a aquella mujer en contra de todas mis órdenes. Observé a sus hombres y mujeres, todos me adoraban. Si había algo especial en todo aquello es que no solo me seguían por miedo o por leyendas, sino porque realmente les había generado empatía, me querían, y aquello hacía todo mucho más fácil, aunque a veces también más complicado. Seguí caminando hasta llegar al trono, algunos de los hombres esperaban que charlase antes con ellos, pero no tenía intención de tal cosa. Todo el mundo fue quedándose en silencio y levantando la vista hacia mí.

-Hemos ganado y tomado con facilidad la ciudad de El Hierro, estoy profundamente orgullosa de todos vosotros, habéis actuado con valentía, sin miedo a la muerte, lo cual diferencia un ejército imparable de uno... mediocre -me levanté del trono y coloqué una mano en mi espada, que la llevaba enfundada en la cintura-, eso me honra. Cuando decidí uno por uno el grupo de personas que vendría a esta expedición lo hice con cautela, la mayoría de los hombres fuertes y estúpidos lo hacen fijándose en eso mismo, en sus músculos y sus posesiones, pero en vosotros veo más allá. Sin embargo... como todos sabéis esto no es una expedición cualquiera, despojamos al enemigo de sus tierras, asesinamos a algunos de ellos, no somos salvajes ¿verdad? No como gran parte de nuestra estirpe. Vemos más allá, expandemos nuestras tierras, hacemos que nos quieran donde vamos para mantener nuestro puesto, y sobre todo hacemos que nos teman... ¿Qué pasa cuando no te temen? Que no cumplen tus órdenes. Eso no hay nadie que pueda permitirlo.

Bajé las escaleras y comencé a pasear por las mesas, la gente me miraba extasiada ante mis palabras, pero había algunos que veían más allá, estaban expectantes. Coloqué las manos en los hombros de Frei y Alsan, estos me sonrieron con orgullo, les devolví la misma sonrisa, pero no con la misma connotación.

-Vosotros elegisteis seguirme... junto a vuestra gente -miré a ambos grupos de hombres y mujeres-, ¿sois más felices ahora? -muchos levantaron los vasos y contestaron que sí.

Sus ejércitos eran pequeños pero fuertes, aunque el mío los triplicaba a ambos. Ambos hombres eran ligeramente importantes, pero no tenían las suficientes tierras ni posesiones como para hacer que otros hombres decidieran seguirlos. Sus gentes eran en parte infelices sin los alimentos necesarios en invierno, haber participado en aquella expedición cambiaría todo, no solo por las múltiples riquezas que allí habíamos hallado, sino por los terrenos nuevos que podíamos usar. Tenían que agradecerme todo, y cuando los miré sabía que me seguirían al fin del mundo.

-Bueno, lo que quería decir es... un líder es un líder, no hay dos ni tres, tan solo uno ¿eso lo sabéis verdad? No contestéis, imagino la respuesta. Yo soy la única que decide, la que pone las normas, y si hay alguien que no está de acuerdo con esto le invito felizmente a desafiarme a un combate como hice para estar donde estoy, ¿alguien lo haría?

Observé la sala, todo el mundo se quedó en silencio.

-¿Por qué haríamos eso? -preguntó Frei confuso.

-Porque al parecer no estáis de acuerdo con mis normas, ¿lo negáis?

-Hay algunas cosas que... -comenzó a decir Alsan.

En aquel momento no pude más, no paré de imaginarme a aquella mujer corriendo de sus garras, sus piernas amoratadas... Simplemente no pude contenerme, desenfundé mi espada en un giro rápido y lo atravesé por la espalda, todo el mundo contuvo la respiración y escuché algunos gritos de sorpresa. Saqué la espada de su cuerpo que cayó desplomado al suelo, lo observé unos instantes, aún vivía. Levanté la vista y miré a Frei, me dedicaba una mirada llena de confusión, con los ojos muy abiertos. Con la espada volví a mirar el cuerpo casi sin vida de Alsan, podría haber parado, pero sabía que no podía, tenía que demostrar mucho más. Lo decapité en unos segundos, me agaché y agarré su cabeza, la levanté por los aires y después la coloqué en el plato de Frei.

-Seguramente sabréis por qué hago esto... Bien, estos dos hombres violaron a una mujer, una de las esclavas de los nobles. Sabéis que no puedo permitirlo, no si queréis formar parte de mi ejército. En el momento en el que no acatéis mis normas esto es lo que tendréis, ni más ni menos.

Todo el mundo me miraba aterrorizado pero también con admiración, cuando los miraba a los ojos apartaban la mirada, aquello era lo que debía conseguir si quería que aquello no volviese a ocurrir. Me giré y me encaminé de nuevo a mi trono, casi pude escuchar como la respiración de alivio se escapaba de entre los labios de Frei. Me giré y observé a su grupo de hombres, y entonces lo dije.

-Cogedlo y colgadlo, necesitamos un sacrificio después de todo ¿no?

No lo pensaron ni dos segundos, acataron mis órdenes y yo me reí, me reí como una desquiciada. Me senté de nuevo en el trono y observé la espada llena de sangre, una de las quinas estaba limpia, así que me devolvió mi reflejo. Un rostro lleno de heridas y de sangre, aquel ser no era yo, aquel ser era el fin de todo lo que una vez había sido.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora