Cuando Váli se marchó, sentí que una parte de mí se iba con él. Algo me decía que pasaría mucho tiempo hasta que lo volviese a ver, si es que lo volvía a ver. Me prometió que nos volveríamos a encontrar, pero ninguno pudimos decir cuándo. En aquel mundo no existía nada certero, nada se podía dar por sentado. Me adentré en la cama y cerré los ojos, no pude pensar en nada, caí rendida, aún confusa por todo lo que estaba pasando, ni siquiera tuve tiempo de preocuparme por cómo enfrentaría mi posición.
El tiempo fue el que colocó todo en su sitio, poco a poco fui estableciéndome en mi lugar como condesa. El comitatus de Ansgar nunca me gustó, los analicé uno a uno, intenté descubrir sus intenciones, finalmente tuve que prescindir de una gran parte de ellos. No estaban bien entrenados, no eran inteligentes y tampoco me miraban con ojos llenos de confianza. Las mujeres aumentaron en mi bando, poco a poco acudieron a mí, preguntándome si podría entrenarlas, si podrían llegar a parecerse a mí. Allí empezó todo, decidí que antes de que comenzase la temporada de saqueos y travesías convertiría a mi comitatus en un gran ejercito, fuerte e imparable. Llamé a los hombres más fuertes del poblado y juntos, junto a mis entrenamientos, los cuales copiaba uno por uno de Váli la cosa fue mejorando. Los veía más fuertes por cada día que pasaba, las mujeres tenían una seguridad que jamás habían conocido. Aquello me ocasionó un gran reconocimiento, y poco a poco fui ganándome a todo el poblado, incluso a los reacios, a los hombres más duros, los que no podían asimilar que una mujer joven mandara sobre ellos. Reforcé la seguridad de Garland y mandé que hubiese varias personas vigilando quién entraba y salía, después de todo lo que había ocurrido habíamos tenido a más visitantes de lo normal, muchos de ellos llamados por el morbo de la historia, dispuestos a contar por unas monedas la realidad decorada de lo que estaba pasando conmigo.
Estaba sentada en la parte delantera de el gran salón, en una gran silla de madera al sol, aunque una fría brisa agitaba mi pelo y mis gruesos ropajes. Me hundí más en el asiento y observé a los niños que jugaban frente a mí, Astrid, la esclava que había liberado jugaba con ellos. Me había querido seguir y servir, aunque le había dicho que era libre, dijo que si era libre quería escoger servirme libremente. Le encomendaba algunas tareas ligeras, aunque mayormente ocupábamos nuestro tiempo charlando o entrenando juntas. Me había rogado que le enseñase a pelear, a ser invencible como yo lo era, así que dediqué un tiempo extra a cumplir sus deseos. Era una niña, a penas debía tener catorce años, no es que la edad nos diferenciase demasiado, sin embargo sentía que me correspondía un edad mucho más elevada que la real, y aquello hacía que me sintiese como si estuviese cuidando de una niña pequeña, curando sus heridas. Se quedó observándome y finalmente se dirigió hacia mí correteando, una niña de unos cinco años la siguió. Astrid se sentó a mi lado, y miré a Kat, la cual estaba en mis brazos envuelta en una manta de pelo, estaba dormitando, no pude evitar pensar en lo mucho que se parecía a mi hermana.
-¿Necesitas algo? -me preguntó Astrid.
Siempre que se relajaba a mi lado se sentía culpable.
-No, estoy perfectamente, gracias.
Aquellos momentos me hacían feliz, tener a Kat en mis brazos y observar el movimiento de la gente, ver como el poblado había prosperado desde que estaba bajo mi mandato. La gente parecía más feliz, sobre todo por la temporada de incursiones. Según había descubierto el poblado no era tan poderoso como Ansgar quería hacer ver. Las incursiones eran escasas y las riquezas iban siendo cada vez más pobres. Pero yo había sido entrenada respecto a ese tema por el mejor, debido a que Magnus me había pedido ser la jefa de su comitatus, me impartía clases sobre cómo saquear, sobre cómo se distribuía el mapa, los lugares más peligrosos, los inexplorados... Que yo supiese aquella información sorprendió a mi comitatus, pero también los llenó de alegría.
-¿Cuándo os marcháis? -me preguntó Astrid cogiendo en brazos a la niña que la había seguido.
-En tres días -anuncié sin poder creerlo.
No me había enfrentado a ninguna situación así, no había peleado con grandes ejércitos, pero había reunido una cantidad importante de aliados que habían querido unirse a la incursión. Algunos aseguraban que unirse a mi historia les honoraba, aunque no podía comprender por qué pensaban que yo conseguiría la victoria. No sabía qué ocurriría al marchar, pero sabía que estaba dispuesta a darlo todo, mi vida iba incluida en la apuesta.
-¿Estás nerviosa?
-No
-He escuchado cosas en las tabernas... La gente confía en ti.
Me quedé observando sus ojos azules. Su rostro era inocente en apariencia, pero había sido maltratado múltiples veces, lo podía leer en sus apenas perceptibles cicatrices. Yo también las tenía, tanto externas como internas, éramos como un reflejo distorsionado de la otra, no éramos iguales, pero se podía leer una historia parecida en nuestras miradas.
-¿Y tú? ¿Confías en mí? -pregunté curiosa.
-¿Yo? Estoy casi segura de que no hay nadie en la faz de la tierra que confíe en ti tanto como yo lo hago, pondría mi vida en tus manos. Después de todo te lo debo.
Agachó la cabeza y se quedó mirando el polvoriento suelo de madera, algo gastado.
-Tú no me debes nada Astrid... Eres una mujer libre, fuerte. Eres mi amiga, los amigos no se deben cosas, las hacen movidos por el amor que se profesan... ¿Lo entenderás alguna vez?
Me miró directamente a los ojos, húmedos, llenos de emoción y felicidad. Cuando observé aquella mirada llena de tantas cosas, de tantas historias, me di cuenta de que todo lo que había hecho, todo lo que había sacrificado y sufrido... merecía la pena por estar allí, ante aquella niña inocente, dolorida por el pasado, pero libre y con un futuro en sus manos. Si moría próximamente en el terreno de batalla, aun con una espada atravesándome el pecho... sabía que me sentiría satisfecha por lo que había hecho, y sabía que aquella mirada cristalina de Astrid vendría a mi mente como un último recuerdo, asegurándome de que no había tomado el camino incorrecto, aunque me hubiese llevado al fin. No, no me arrepentía de nada. En aquel momento, después de mucho tiempo, aparte de todo atisbo de dolor que soportaba, una pequeña parte me aliviaba la pesada carga, la parte que sabía que aunque muchos me viesen como un monstruo, aunque hubiese hecho cosas propias de uno, aún había una parte de mí, llena por todas las cosas buenas que hice.
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Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|
Ficção GeralMi historia se contó durante infinitas décadas, enrevesada, retocada, fantástica, ficticia a veces... En esta historia se me llamaba muchas cosas, a veces solo Ylva, otras Ylva la Inocente, inmortal, sanguinaria, asesina, mata-hombres, bruja, dios...