Salvaje.

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La noche dio paso a una sensación de fuerza, no me sentía vulnerable, no era una niña, ya no. Había entrenado durante muchos años de mi vida, en aquel momento era probablemente más fuerte que la mayoría de los hombres de aquella sala. No era la fuerza, era la destreza, el arte de luchar, la habilidad que me había sido concedida. Nadie me reconocía aquello, nadie se paraba a admirar cómo entrenaba o a alabar mis puntos fuertes como hacían con los hijos del rey. Yo era una mujer, o una niña, según lo viesen, pero era una luchadora, y lo verían. Acabarían dándose cuenta.
Abrí las puertas del salón con el pelo perfecto, suelto, hondeando sobre mi vestido. Debajo de este, pegada a la pierna estaba mi espada, y aunque nadie supiese aquello me sentía poderosa, me sentía dueña de mis acciones. Puede que aquella vez fue la que lo cambió todo, la que dio paso a ese ápice de mí que decidió que no debía esconderme, que quizá mi cometido y fuerza no debían estar tan solo en las sombras que yo misma creaba cada día, en la penumbra que ya me perseguía y era más que suficiente.
Observé el gran salón, en el fondo estaban sentados el rey y Magnus, al que yo ya llamaba "papá". Junto a ellos estaban algunos de los hijos del rey, y más allá Yves y Lyn se hacían carantoñas y reían. Junto a los que luchaban en una esquina, apostaban y bebían se encontraba Kai, con un vaso de hidromiel en la mano, no prestaba atención a ellos, ya no. En aquella atmósfera llena de calor, de mujeres, de borrachos, de posibilidades infinitas, tan solo me miraba a mí. Había duda en su mirada y cierto toque de intensidad con el cual estaba más que familiarizada.
La cena estaba apunto de comenzar, así que me dirigí a mi puesto, esperando impaciente a que Alrik invadiese de nuevo mi espacio personal y decidiese tomar la inapropiada idea de sentarse a mi lado. Sabía que si esto continuaba más Magnus intervendría, pero aquella situación, aquella intención de dominación por parte del hombre tan solo me concernía a mí, y era la que me liberaría por fin de sus cadenas.

-Permíteme decirte Ylva que estás insuperable está noche, pero... no veo mi regalo.

En torno a nosotros se creó un silencio que poco a poco iba extendiéndose sobre la mesa. Magnus me miraba por encima del hombro, esperando curioso a ver mi respuesta.

-No me gustan los regalos, tampoco los adornos extravagantes ni las propuestas de matrimonio. Verás, a mí me gusta otra cosa, me gusta el fuego, moldear el hierro entre el calor sofocante para algunos, adoro la lucha y hacerlo solo por el placer de ello, de ver la piel tornarse morada, de verla sanar y solo sentirse más fuerte. Estas son algunas cosas que realmente me gustan y a las que pienso dedicar parte de mi vida, sea corta o larga. No voy a ser tu esposa, no voy a esperar en casa a que vuelvas de una expedición, ni a ti ni a ningún hombre. No me abriré de piernas entre gritos de dolor y agonía para dar a luz a tus hijos, arriesgando mi vida por un hombre que detesto. Debiste aceptar mi negativa tan pronto como se te fue comunicada -me levanté de la mesa, siendo totalmente consciente de que todo estaba en silencio, y de que todos me observaban. Golpeé la mesa con las manos para dar énfasis a lo que iba a decir a continuación-. No te pertenezco, ni a ti ni a ningún hombre, y esa es la respuesta que vas a aceptar, te guste o no, porque es lo único que hay de mí para ti. Cuando hables sobre mí a otros hombres, te inventes historias de lo horrible que soy, del poco encanto que tengo y de lo mucho que me detestabas, te pido algo, sé tan convincente como para que ningún hombre vuelva a pasar por aquí con creencias erróneas, creyendo que puede tener mi mano si le place.

Me moví un metro hacia la izquierda y puse la pierna sobre la silla, subí el corte del vestido y dejé ver mi espada, la desenfundé y mostré a Alrik su regalo, asegurándome de que viese bien las turquesas fundidas sobre el metal, decorando la empuñadura.

-Gracias por el regalo.

Y con aquella frase finalicé todo. No miré a nadie, tan solo volví a enfundar la espada y a bajarme el vestido, me encaminé hacia la puerta, sabía que en cuanto esta se cerrase detrás de mi estallarían murmullos. Cuando lo hice me quedé quieta unos instantes, sintiéndome libre, salvaje y yo misma. Era Ylva, en aquel momento estaba más cerca de Ylva la Inocente, pero eso no lo sabía.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora