Un secreto.

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Durante un tiempo intenté ignorarle, pero poco a poco iba calándome más hondo, no importaba a qué dedicase mi tiempo. No importaba si entrenaba durante horas tan duro que cuando terminaba acababa doliéndome cada centímetro del cuerpo, todo lo que podía ver era lo mismo, unos ojos que me devolvían la mirada, mirase donde mirase. El tiempo pasaba, y aunque intentaba aparentar normalidad, no había nada normal en aquella situación. Lyn y yo nos quedaríamos por un tiempo en Rêndir mientras Magnus, el rey y algunos condes menos importantes que él iban de exploración por temas que no comprendía, y tampoco me importaba. Estaba sola en la estancia, Mérida había salido al mercado y Lyn estaba jugando con Yves y algunos niños más. Me tumbé en la cama, y cuando no pude más decidí algo, lo más sensato era contarle todo aquello a la misma persona a la que le había contado la única cosa que tampoco le había contado a nadie. Váli. Lo busqué por todas partes, cuando por fin lo encontré el sol se escondía tras la montaña y en el cielo apenas quedaban unos rastros de rayos rezagados. Estaba entrenando.

-Váli, ¿puedo hablar contigo?

Se giró poco a poco y me observó, estaba sudando y tenía la cara ligeramente roja. Me fijé en su torso desnudo, lleno de cicatrices, lleno de historias. Intenté imaginar mi cuerpo de aquella manera.

-Claro, sentémonos.

Nos colocamos sobre un tronco bastante grueso frente al lago.

-Supongo que sabes de lo que vengo a hablarte...

Estudié su mirada, intentando descifrar si realmente lo sabía.

-¿Por qué iba a saberlo?

Puse los ojos en blanco, un poco enfadada porque me estuviese poniendo las cosas más difíciles de lo que ya eran.

-Porque sé que me observas, porque sé que forma parte del entrenamiento.

-Está bien, puede que me haga una idea.

-¿Qué opinas?

-He de decirte que ese no es mi trabajo, a menos que realmente lo necesites.

-No puedo contarle esto a nadie, preferiría morirme ¿entiendes? No puedo permitirme sentir algo así, mi mente... mi alma deben de estar en otro lugar. Esto no debía pasar así.

-Ylva, las cosas escapan a tu control, ya has comprobado que es así.

-No, yo no debería de ser así, no debería de sentir esto, no después de lo que ocurrió.

-¿Por qué?

-Porque pensé que un corazón roto no podía sentir algo con tanta fuerza.

-A veces son los que sienten todo con más intensidad.

-¿Y siempre será así?

-Temo decirte que sí, pasa pocas veces, pero cuando ocurre... suele quedarse durante mucho tiempo. Pero eres joven, eres una niña, aunque a veces pienses que ya no eres inocente, lo eres, tus sentimientos pueden cambiar, incluso lo que deseas puede...

-No, no respecto a lo otro, no voy a cambiar de opinión, jamás.

Me miró durante unos instantes, asintió ligeramente.

-No me refería a eso, porque muy a mi pesar sé que eso jamás cambiará. Sé que un día te marcharás, sé que un día tu nombre llegará a mis oídos y me sentiré orgulloso.

Me quedé contemplado el lago, pensando en aquellas palabras llenas de significado. Había veces en las que tenía miedo, y aquel momento era una de esas veces. Lo más lógico sería haber temido cumplir mi promesa, temer marcharme lejos y sola, enfrentarme a un mundo lleno de peligros. En aquel momento mi mayor terror no era ese, mi mayor terror estaba en la parte de marcharme, tan solo por dejarlos atrás. Conforme iba pasando el tiempo, tenía más claro que el día en el que partiese sería el peor y mejor día de mi vida.

-Tengo miedo -admití en voz alta.

-A veces el miedo es útil.

-¿Cómo?

-El miedo que sienten los demás suele ser por causas más mundanas, miedo a la enfermedad, miedo a la guerra, miedo a la muerte, miedo a la desdicha, el desamor. Pero ahora mismo no temes nada de eso, temes algo mucho más humano, pero sin embargo menos común. Temes llenarte de tanto amor que al marchar todo lo que encuentres sea un vacío mucho más grande que el que tenías cuando llegaste aquí.

Sentí como si alguien hubiese apretado mi corazón con todas sus fuerzas. Porque era cierto, en mi antigua vida me había llenado de tanto amor que al perder todo el vacío que me consumía era aún más grande, por aquello me prometí no llenarlo más, porque sabía que no podría volver a soportar todo aquello. Pero contra todo pronóstico allí estaba yo, frente al lago de la ciudad más importante del país, pensando en uno de los chicos más importantes del país. Con el corazón lleno de personas que un día tendría que perder, una a una. Personas a las que abandonaría, personas a las que tendría que traicionar. ¿Sería capaz de hacerlo llegado el momento? ¿O sencillamente fallaría? No podía pensar en aquello, no podía. Aquel día decidí que cada vez que esas preguntas me inundasen la mente dedicaría ese mismo tiempo a entrenar hasta que no pudiese pensar, hasta que sintiese el mismo dolor que mi pensamiento del lago congelado, para tener la misma sensación, una sensación tan fuerte que me dejaría sin respiración.

-Debo irme, me esperan -murmuré levantándome y sacudiéndome un par de hojas secas de la túnica-, gracias Váli, por siempre estar ahí.


Caminé ansiosa hasta llegar a mi destino, un claro que estaba a un paseo, detrás de el gran salón tras una alboreada. Divisé el final, donde había una cabaña. Aquel lugar se había convertido en mi favorito de Rêndir, no solamente era la vista que quitaba la respiración, ni que dentro de aquella cabaña estuviese una gran colección de armas de toda clase. Había una razón por la que aquel lugar se había convertido en un refugio, un sitio que me hacía sentir cálida. Corrí hasta la cabaña tan rápido como pude, y sin esperar a recuperar la respiración abrí la puerta.

-Has tardado -me dijo una voz cálida y a la vez gélida, como siempre.

Allí estaba Kai, afilando uno de mis cuchillos favoritos. Aquel lugar se había convertido en nuestro lugar de encuentro, un lugar en el que podíamos ser nosotros mismos. Un secreto.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora