La red de Wyrd.

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No paraba de dar vueltas por la habitación, llevaba así al menos una hora. Había acostumbrado a hacerlo las noches que no podía dormir, que fueron haciéndose cada vez más comunes. Cuando todos dormían, tranquilos, confiados en el amparo de mi manto, yo estaba despierta pensando en cómo podría abandonarlos, en cómo obtendríamos la siguiente victoria, en cómo podría sanar el dolor, en cómo conseguiría que me respetasen sin convertirme en un monstruo, en cómo le olvidaría. Y como si nada de esto hubiese ocurrido, como si no hubiese sido condensa, hija de un conde, hija de una mujer asesinada por un hombre importante, mujer condenada desde el nacimiento... como si aquello no significase nada, ni hubiese vivido en la agonía más profunda para deshacerme de aquellos nombres... de nuevo volvía a ser Ylva, solo Ylva. La chica que llegó a Cambria sin saber que ocurriría y acabó cautivada por unos ojos de apariencia cruel pero de alma suave. Aquella chica, preocupada cada día por cómo su corazón iba haciéndose cada vez más grande, henchido por el amor... volvía a mí. Y aquella noche después de haber hablado con la reina la abracé, por primera vez en mi vida, abracé a aquella niña inocente, al único ser de mi alma que amaba sin esconderlo detrás de mil capas, aquella cría que se hubiese recorrido los confines del mundo para llegar hasta lo que la hacía feliz, o más bien; quien la hacía feliz. La abracé y le dije que sabía todo aunque nunca hubiese sido capaz de reconocerlo, que sabía que jamás sería feliz si abandonaba aquel poblado sin haberlo intentado una última vez, que si comenzaba a caminar lejos de quién era... perdería todo. Incluso mi propio ser, mi esencia. Le dije que aquella niña que buscaba amor sin pensar en las consecuencias era mucho más fuerte que lo que sería la otra parte de mí, la parte fría y llena de miradas esquivas, la parte que solo sabía dañar y dañarse, la que tenía tantas barreras que había olvidado abrir una ventana para poder seguir respirando. Y así fue como aquella noche, después de haber recorrido la habitación de un lado a otro, ya cansada, decidí que ya había abandonado suficientes veces lugares importantes, y que si lo hacía aquella vez tendría una razón de peso, si lo hacía Kai tendría que mirarme a los ojos y decirme que me marchase, que me odiaba. Decidí ser valiente, decidí quedarme unos días más.

El día siguiente amaneció como si nunca hubiese nevado, como si el frío no hubiese existido nunca. El sol se posaba en el cielo, más azul que nunca, despejado. Una brisa ligera y suave recorría las calles de Rêndir, lo imposible parecía posible.
Abandoné junto a Lyn la estancia para pasear por los comercios, no lo había pensando antes, pero había múltiples cosas que había ido perdiendo por el camino y necesitaba. Así que dediqué la mañana a eso, mientras Lyn compraba nuevos tejidos yo adquiría algunas armas nuevas y material que quizá podría usar para retomar mi antiguo y famoso pasatiempo. Cuando terminé de comprar mis ojos se posaron en un pequeño puesto, había una mujer anciana, quizás la mujer más longeva que habían visto mis ojos. No parecía anunciar la venta de nada, sin embargo estaba claro que ofrecía algo. No pude evitar acercarme, fue casi como un impulso inevitable. Me paré frente a ella y le dediqué una sonrisa.

-¿Estás buscando algo?

-Eh, bueno, no estoy segura, no se bien qué ofreces.

Tendió sus manos ante mí para que las viese, estaban llenas de tinta. Entonces lo entendí. Tatuajes.

-Ofrezco múltiples cosas, quizá incontables, puedo hacerte algo que permanezca en tu piel para siempre, como los recuerdos o las pérdidas pero visibles. Y bueno... diría que alguien como tú debería de llevar una marca que jamás se borre, ya tienes demasiadas internas ¿no crees?

Suspiré ante sus palabras, porque siempre había deseado tener un tatuaje, pero nunca había encontrado un lugar que me transmitiese confianza, también había dudas en mi mente de qué quería tener en mi piel para el resto de mis días. Sin embargo aquel día fue diferente, observé los ojos de aquella mujer, surcados por incontables arrugas, eran azules y podías percibir que no veía perfectamente, sin embargo al mirar sus manos sabía que veía mejor que cualquier persona allí presente. Entonces repentinamente lo supe, supe lo que quería.

El pasado, el presente y el futuro formaban en mi vida algo abstracto que siempre había sido problemático, pero sobre todo incierto, el presente no me representaba, nunca había estado del todo orgullosa del ayer, y siempre había visto inexistente y sin esperanza el futuro, aquellos sentimientos se entrelazaban haciéndome sentir un ser desgraciado la mayor parte del tiempo, pero aquel día creí que de alguna forma sería bonito expresar esas tres realidades de forma que me recordase cada día que debía reconciliarlas, entender que ninguna podía concebirse sin la otra. De aquella forma decidí tatuarme la red de Wyrd. Wyrd era la Diosa del destino y la reguladora de la fatalidad, pero más importante aún, era madre de las tres nornas que tejían nuestras historias y las de los dioses, Urd, Diosa del pasado, Verdandi, Diosa del presente, y Skuld, Diosa del futuro. Ellas tejían el telar del destino cada día, a veces tejían telares tan extensos que mientras una de ellas se encontraba en la cima de una montaña, en el extremo occidental, la otra se encontraba en el extremo oriental. Las hebras eran de colores diferentes, según la naturaleza de los acontecimientos. Me tatué la red de Wyrd no solo por simbolizar el reencuentro de todas las partes de mi vida y sus diferentes colores, sino como una forma de simbolizar mi propia historia. Dos de las nornas tejían sus patrones a la perfección, pero Verdandi sin embargo deshacía su trabajo cuando estaba concluido, lo destrozaba y solo dejaba los jirones, estos acababan danzando con el viento. Y así era mi historia, Urd y Skuld me habían entregado un telar perfectamente compuesto, y yo lo había seguido , y con ello la voluntad de los dioses, sin rechistas, sin pensar en mi propia felicidad y voluntad. Pero finalmente Verdandi me ofreció el regalo más cándido y amable del mundo, finalmente deshizo el final del telar, y con aquel acto de rebeldía había dejado mi historia danzando con el viento, libre por fin. Aquello no había sido una pérdida, era una liberación, era una oportunidad. Los hilos de mi historia estaban sueltos, pero a la vez eran míos. De aquella forma simbolicé mi historia en aquel símbolo triangular que estaría para siempre bajo mi clavícula derecha.
Aquel día supe que me haría cargo de mi futuro, pero sobre todo supe que lo intentaría, una vez más, y aquella con más fuerza que nunca.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora