Mi identidad.

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Comencé a escuchar voces casi antes de que se pusiese el alba, me quedé totalmente quieta. En el establo había tan solo una niña joven, de unos quince años. Yo no era mucho mayor, había perdido la noción del tiempo hacía bastante, pero sentía que mi alma acarreaba muchos más años de los que a simple vista se veían. La muchacha había llegado hacía horas. No había dicho nada, tan solo intuía su edad por las milésimas de segundo en las que había visto su aspecto cuando habían abierto la puerta y la habían tirado hacia dentro sin el más mínimo respeto. Era una esclava, podría haber sido alguien importante, podría haber sido una chica paseando por el bosque o una forastera, quizá una chica de otras tierras que no hablaba mi idioma. No fui capaz de articular palabra cuando entró, no hablaba con ninguno de los esclavos que pasaban por allí. Mi mente estaba a millas de allí, lejos, concentrada. No pude hacerlo aquella vez, su presencia me inquietaba y apenaba. Entonces escuché su voz como un hilo que viaja con lentitud por la estancia hasta mi pecho.

-Están ahí fuera por ti.

Me giré a mirarla por inercia aunque no pudiese verla.

-¿Quiénes? -pregunté confusa.

-Las voces.

-¿Cómo lo sabes?

-Todo el mundo que viva relativamente cerca de este lugar lo sabe.

-¿De dónde eres?

-No lo sé, nací siendo una esclava, me compraron hace días y llegue aquí ayer, creo que están preparando una subasta.

Me apoyé en la pared e hice una mueca de dolor por las muñecas. La mayor parte del tiempo olvidaba el escozor de las heridas que se abrían constantemente por la fricción de las cuerdas, pero en aquel momento el dolor se hizo latente.

-Me gustaría tener algo que decir... -dije sinceramente.

-Ylva... escuché tu historia hace tiempo. Es una historia muy común entre esclavos, algunas chicas la cuentan por las noches para amenizar el tiempo. Cuentan como le plantaste cara a un importante conde que no aceptaba un no por respuesta delante de toda la gente importante de tu condado... Cuentan como le dijiste que no le pertenecías, que jamás lo harías. Te admiro Ylva, y... cuando supe que venía a aquí sabía que te encontrabas en este lugar. No soporto verte así, eres digna de mucho más, aún así se que ganarás.

Después de mucho tiempo sentí calor en el pecho, después de incontables días sentí algo parecido a una emoción que brotaba del pecho, como una flor que nace casi muerta pero sigue con vida gracias a los mínimos rayos de sol que deja una tormenta. Me sentí aliviada y menos alicaída.

-¿Cómo te llamas? Debes de tener un nombre.

-Algunos hombres que me compran me ponen sus propios nombres...

-Quiero saber tu nombre, tienes que haber pensando uno.

-Astrid.

-Astrid -repetí-, ojalá pudiese liberarte, a ti y a todas las demás. No le pertenezco a ningún hombre, pero tú tampoco. Me siento bendecida por haberme encontrado contigo, si gano este combate y no muero en el intento...

Estaba a punto de hacer una promesa, pero antes de que pudiese seguir escuché pasos y finalmente la puerta se abrió con brusquedad. Un soldado entró y me agarró por los brazos, me deshizo los nudos de las cuerdas y permitió que me pusiese de pie. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, moví las muñecas y reprimí una mueca de dolor. Estaba débil, no podía haberme entrenado demasiado, pero mi mente estaba activa, si algo me había enseñado Váli era que a veces los guerreros más exitosos eran los más fuertes de mente. Me empujó con fuerza al exterior, pero en vez de concentrarme en la muchedumbre que se adivinaba desde dentro le dediqué una mirada a Astrid, con la última fuerza de mi corazón le dediqué una sonrisa que le prometía que volveríamos a vernos. No estaba tan segura de ello, estaba débil y no tenía la misma fuerza física que tenía meses atrás, pero cuando el soldado de Ansgar me apretó el brazo y me impulsó hacia afuera no me acobardé, no podía permitírmelo. Cuando miré el exterior quedé totalmente sorprendida, había cientos de personas, estas no paraban de venir hacia mí. Se agolpaban alrededor de un círculo que dejaba espacio para que se sucediese el combate. Ansgar llegó con dignidad sobre su caballo, aún con todo pensé en Skadi y en su paradero, tenía muchas cosas que arreglar con aquella lucha. Él iba bien vestido, yo sin embargo llevaba ropas ligeras, una camisola marrón y un pantalón de cuero fino negro. Llevaba su espada con él, empecé a preguntarme qué me darían y si me permitirán escoger entre las armas que ya me habían robado a aquellas alturas. Bajó del caballo y se posicionó en el círculo, me dirigí hacia él con pasos lentos pero firmes. Había personas que gritaban palabras, los murmullos se hacían eco pero no había apuestas en sí, aquella gente estaba allí dispuesta a verme morir.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora