Solo quedaba el dolor.

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Cuando había observado por última vez mi poblado, el cual me pertenecía antes de subir al gran barco que me llevaría a mi destino no creí ni por un segundo que llegase a ocurrir lo que estaba viviendo.
Había muerto, lo sabía. Era como un pequeño susurro que se metía cada vez más en mi pecho, la boca seca, los ojos cerrados, como si los párpados no fueran dos finas capas de piel, sino más bien dos pedazos de hierro pesados. Noté el sabor de la arena y el fango, el escozor en la nariz y como todo iba apagándose. Caía peso sobre mí, e incluso aunque intenté abrir los ojos del todo, solo pude observar un pequeño agujero por el que se colaban los rayos de sol, fue tapado por otro cuerpo sin vida antes de que pudiese aprovechar la última bocanada de oxígeno. Olía a sangre y a muerte, mi boca estaba llena de arena y no sentía el resto de mi cuerpo, aunque estuviese lleno de heridas profundas, aunque estuviese sangrando por todas partes. Cuando me di cuenta de aquella realidad me di cuenta de una terrible verdad, una que me consumió por dentro incluso aunque estuviese en el vértice de la vida y de la muerte. Dejé de respirar sin darme cuenta, y finalmente mis ojos se cerraron dando paso a una profunda y remota oscuridad.

Un grito atronador salió desde lo más profundo de mi interior hasta mi garganta cuando sentí un gran dolor en la pierna derecha. Nada más abrir los ojos y ser consciente de mi existencia solo pude intentar seguir respirando, porque el dolor que sentía en aquel momento era descomunal, un dolor atronador que habría hecho desmayar al hombre más rudo y fuerte del mundo. Sin embargo allí me encontraba, entre mis dientes había un pedazo de cuero el cual mordía con fuerza, posiblemente si no fuera por él me los habría partido en pedazos. Había un montón de manos a mi alrededor que me empujaban hacia abajo y me sujetaban por todas partes, me decían que me tranquilizase mientras yo tan solo chillaba y gemía como si me estuviesen abriendo el pecho en canal. Miré hacia el lado y vi cómo mi brazo estaba totalmente descolocado, justamente una mujer se acercó a esa zona y me lo agarró con fuera, entonces sin apenas pensarlo lo movió violentamente hacía ángulo correcto, en aquel momento pensé que me desmayaría, pero aún me quedaba mucho más que sufrir. Deseé con todas mis fuerzas morirme, deseé haber muerto en terreno de batalla para haberme ahorrado todo aquello. La sangre se escurría por las comisuras de mis labios, el aire olía a piel quemada. Entonces vi como uno de los hombres se dirigía hacia mí con la punta de una espada roja y humeante. Me miré el pecho, justo en el hombro tenía una profunda herida, miré hacia el techo respirando con fuerza y rápido, me faltaba el aire. Entonces lo noté, un gran dolor, como la piel se me derretía bajo el hierro de la espada, justo cuando olí mi propia piel quemada caí rendida junto a un grito desgarrador de dolor.

La próxima vez que abrí los ojos todo fue diferente, sentía un profundo dolor en cada parte de mi cuerpo, pero era un dolor más lejano, más seguro y constante, uno que te recordaba a la posibilidad de la curación y no al que te instaba a desear la muerte. Estaba recostada sobre una cama de aspecto lujoso, entonces lo comprendí, habíamos tomado la cuidad de El Hierro. A aquellas alturas ya habrían saqueado toda la ciudad y la gente habría huido despavorida, la que hubiese quedado viva. Me alcé un poco más, pero no pude, tenía el brazo derecho pegado al pecho por un trapo. Me habían lavado y vendado cada herida, aunque estaba llena de moratones y rasguños que sí podía ver. Me habían puesto unos ropajes limpios y cómodos, en frente había un fuego humeante que creaba un ambiente cálido y acogedor.

-¿Cómo te encuentras?

La voz de Astrid me sobresaltó. Miré a la izquierda, estaba sentada en una silla, estaba llena de heridas pero viva, aunque no tenía tan mal aspecto como yo, estaba en última fila así que no habría llegado a sufrir los horrores del todo. Recordé las imágenes de sentir el peso de mil hombres sobre ti, cientos de espadas cortando el aire a tu alrededor. Cerré los ojos con fuerza y respiré profundamente.

-¿Qué ha ocurrido? -fui capaz de preguntar.

Mi voz sonaba rasgada, cansada, rota.
Astrid se levantó y se sentó en la cama con cuidado a mi lado, deslizó su mano hasta la mía y la entrelazó sin apretar demasiado.

-¿No lo recuerdas?

-Recuerdo algunas cosas, el comienzo, el golpe cuando ambos ejércitos chocaron, recuerdo como rebanaba una cabeza tras otra, las flechas... No mucho más, sobre todo recuerdo el dolor.

-Entraste como una bestia, nada te paraba, te adelantaste a todos aunque te gritaron que no lo hicieses, vi desde atrás como esquivabas las espadas y los golpes, era como si... sus ojos podían verte pero no podían tocarte. Caminabas como si no estuvieses andando por un terreno de guerra, con una facilidad sorprendente... Pero entonces algo pasó.

Algunos recuerdos me acecharon la mente, yo sobre un caballo, flechas... muchas flechas...

-Cuando nos reagrupamos tú estabas en primera fila sobre Skadi -mi corazón se contrajo-, alzaste la espada y justo cargamos otra vez, pero ellos se quedaron quietos así que aminoramos la marcha, solo que tú te adelantaste... y entonces lo vimos, como alzaban sus flechas había arriba, tú estabas lejos de nosotros, no podías cubrirte. Pero hiciste algo increíble, mientras Skadi seguía trotando introduciste de alguna manera la pierna dentro de la correa y cogiste sin bajarte de Skadi un escudo del suelo, pero no pudiste protegerla. Justo cuando las flechas caían e intentabas evitarlas volviendo a atrás... una flecha atravesó el ojo de Skadi. Caíste del caballo y te quedase en el suelo con ella entre los brazos... nadie comprendía la reacción, justo en aquel momento te perdí de vista unos instantes, pero minutos después te vi de nuevo, llevabas una flecha atravesándote el hombro, estabas llena de heridas, no te mantenías en pie. Intenté salvarte, pero no podía llegar hacia a ti, cuando ganamos te buscamos y allí estabas, juro que si hubieses estado un segundo más... habrías muerto, estabas casi muerta.

Sentí una tristeza asfixiante, sentí que aún seguía bajo la tierra.

-¿Ganamos? ¿No?

-Claro, todos están orgullosos de ti, aún cuentan como te enfrentaste al ejército, dicen que tus enemigos ni siquiera tenían tiempo a defenderse porque no veían como llegabas a atacarles.

-Todos hicimos un buen trabajo.

Me agarré con fuerza a la manta inquieta.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Adelante -murmuré, sabiéndola de antemano.

-¿Por qué tanto por un caballo?

Me giré ligeramente, sintiendo como las lágrimas afloraban en mis ojos.

-Porque ella era lo último que tenía de mi pasado, porque significa mucho más que un simple animal, porque ha sido mi única compañía por mucho tiempo, porque con ella comenzó todo... Era mi amiga, lo único que conservé del pasado junto al dolor.

-Ylva... debes de pensar en lo que has conseguido, has liderado por primera vez un ejército y has ganado, eres una leyenda, todos te seguirán al fin del mundo.

Me arropé y me hundí en la manta e hice un gesto con la mano, necesitaba estar sola.
Solo quedaba el dolor.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora