La despedida.

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Mis días en el poblado del rey tenían fecha de caducidad, y tanto Kai como yo lo sabíamos. Sabíamos que aunque podríamos vernos más adelante sería en contadas ocasiones, así que después de aquel acontecimiento nuestra relación se encauzó como los hilos de la historia de dos niños inocentes, que realmente casi nunca lo fueron. Kai y yo teníamos muchas cosas en común, y aunque ambos sentíamos que era así no podíamos descubrir el porqué. Éramos demasiado pequeños, tan solo niños con dos almas de personas que un día serían importantes, más de lo que ninguno de nosotros pudimos imaginar o soñar. Aún recuerdo nuestra última conversación antes de que Magnus y el rey volviesen victoriosos, con los barcos llenos de riquezas e historias que se contarían a través de los tiempos, historias que jamás dejarían de ser escuchadas, ecos que se escabullirían a través del viento, de corazones y escritores por toda la eternidad. Antes de que volviesen Kai y yo estábamos sentados en el borde del acantilado, era muy temprano, ninguno de nuestros responsables reparaba en nuestras ausencias. Curiosamente no hacía tanto frío como días atrás, y aunque hubiese un abismo a nuestros pies el que había en nuestro interior era mayor.

-Ylva... -murmuró Kai mirando hacia el horizonte.

Aunque le miré directamente a los ojos aquel día no fue capaz de devolverme la mirada. Me había dado cuenta de que cuando estábamos solos me abría una parte de él que nadie conocía, ni siquiera su familia. Una parte que tan solo su madre intuía y yo acabé conociendo demasiado bien. Y es que estaban esas dos partes de él, siempre estuvieron ahí. La primera era totalmente absurda, loca, enfermiza incluso, violenta y sangrienta, y después estaba la otra, una parte que tan solo me pertenecía a mí, esa parte suave, limpia, llena de dolor, vulnerable, tan solo esperando amor. Y debía de admitirme a mí misma que me gustaban esas dos partes, y una parte de mi alma sabía que siempre sería así. Lo que aquella niña de corta edad no intuía era que realmente lo haría el resto de mi vida, que mis días estarían tristes y fríos, que sus ojos me perseguirían hasta los confines de la tierra, que cada pincelada de azul que el mundo posase sobre mi camino me recordaría a él, y que aquel sería el único color de mi mundo, porque el resto estaría lleno de grises. Pero en aquel momento no tenía ni la menor idea de nada, y mi corazón tan solo intuía que quizás mi apego hacia él se debía a algo más que una amistad infantil, quizás había una parte mucho más astuta en mi interior que sabía que los dioses habían puesto a Kai en mi camino por una razón, ¿pero cuál? Aquello no lo descubrí hasta mucho más tarde de lo que cualquiera pueda imaginar.

-¿Sí? -contesté apartando la mirada.

Me fijé en el bosque que se extendía más allá de nosotros, al otro lado del abismo.

-Tú... ¿por qué me soportas?

Fruncí el ceño pero no aparté la mirada del bosque. Sabía que había llegado el momento en el que debía dejar paso a mis sentimientos, a mi instinto humano que me decía qué decir, el que por aquel entonces sustituía una inteligencia emocional más madura, cultivada por la edad y las experiencias.

-Cuando te conocí te odiaba, o eso creí. Y puede que lo siga haciendo, que una parte de mí odie tu lado arrogante y desagradable... Pero hay una parte que también quiere ese lado, y ahora mismo no puedo decirte el porqué.

-El odio nos conecta, ¿lo sabes, verdad?

-No es odio como tal, es... algo que nos ocurrió y que ahora hace que nuestros corazones estén así, rotos.

¿Pero qué le había ocurrido a Kai para ser así? Había muchas cosas que se me pasaban en aquel momento por la mente, pero la verdad sea dicha; ninguna verdadera, ninguna acertada. Eso debería de descubrirlo mucho más tarde, cuando fuese capaz de ver más allá de las capas, más allá de lo evidente.

Una inocencia maldita 1 |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora