Capítulo 5:
Karaoke
Centro ComercialParte5
Era una gigantesca y moderna estructura a base de tres imponentes edificios en torno a un gran patio central. Pero ahí, donde usualmente circulaban decenas de personas por minuto y a diario, ahora, y si no fuera por las sirenas de ambulancias y policías que sonaban a lo lejos, solo albergaría un silencio total y sepulcral.
En uno de esos tres edificios, en el tercero —o más conocido como la Zona 3—, en una de sus entradas, había una gran cantidad de escombros: de cemento, adoquines, acero, madera y vidrio. Todavía había indicios de fuego, humo y algo de polvo. Estos últimos aún se elevaban hacia el cielo. Sin embargo, había algo más trágico y lúgubre que tales desastres materiales. Había sangre, cuerpos desmembrados en un lugar u otro. Cuerpos inertes, de hombres, mujeres, niños o ancianos. Los habían dentro y fuera del edificio, cerca o sepultados por escombros, rodeados o sobre charcos de sangre, muchos producto de balas más que por las explosiones que hubo. Aun así, lejos de ser una verdadera matanza, la cantidad de cuerpos ni siquiera cubría el cinco por ciento de los clientes que había antes del atentado.
De un momento a otro, un hombre pasó de largo, evitando algunos cuerpos, escombros, sillas, mesas y demás cosas dejadas atrás por los que pudieron, y no, escapar. Vestía ropa deportiva roja, una casaca y buzo, nada de otro mundo. Sin embargo, su cabeza estaba cubierta en su totalidad por un pasamontañas y unos lentes protectores. El pasamontañas negro sobresalía de su ropa y tenía el diseño de un cráneo sin la mandíbula inferior, siendo reemplazado por dos huesos largos unidos en línea y otros tres pequeños a un lado del hueso inferior. Simulaban la forma de una llave. En sus manos cargaba un rifle semiautomático, implementado con una culata estilo suizo, un carril para la fijación de accesorios —donde tenía fija una mira óptica de punto rojo—, y un cartucho desplegable.
Caminó hasta pasar el estrado, en la cual y alrededor, había tres hombres con el mismo pasamontañas y lentes, pero con diferentes ropas; uno de ellos con el uniforme de los agentes de seguridad del Centro Comercial. Ellos apuntaban sus armas a las personas arrodilladas sobre el estrado: Sus rehenes.
Y llegó hasta un hombre, un enorme hombre de casi dos metros. Vestía un pantalón estilo militar y un polo negro de mangas cortas que apenas soportaba la corpulencia del tipo. A diferencia de los demás terroristas, él tenía el rostro descubierto, dejando a la vista su corte militar y una nariz ancha. Sus ojos fríos, tenaces y flojos a la vez, observaron a su subordinado, quien le habló en inglés.
- Los policías se están juntando, señor.
- De acuerdo —respondió. Su voz ronca y floja no mostró emoción alguna—. La fase dos está completa. Ve a tu posición.
Dicho esto, vio a su subordinado agruparse con los que cuidaban a los rehenes. Había otro grupo en el tercer piso, sin embargo, para él no eran utilizables y sea donde sea que se ocultaran los de pisos superiores no le interesaba. Solo le era necesarios los que estaban a su alcance, en el estrado.
Así, él los volvió a ver y no pudo evitar que un extremo de sus labios se levantara.
Era un grupo numeroso, mayor al esperado. Los pocos hombres que quedaban llevaban el terror en sus rostros, temblando; otros rezaban tambaleándose; uno abrazaba sus piernas, se balanceaba y murmuraba. Algunas madres abrazaban a sus sollozantes hijos, a pesar de que ellas mismas parecían a punto de romperse en cualquier momento. Algunas adolescentes en uniforme, también abrazando sus piernas, trataban inútilmente calmar sus nervios conversando entre ellas, trataban de controlar una desesperación que, al igual que todos los demás, podría explotar en cualquier momento. Trataban de controlar un corazón que no paraba de latir y hacían todo lo posible para quitarse esa extraña y desesperante sensación de frio que no desaparecía al recordar una y otra vez lo que había ocurrido. La explosión, los gritos de espanto y terror. La otra explosión que hubo y los gritos posteriores. El tiroteo, la sangre. Algunos se refugiaron donde pudieron, otros corrieron. Más balas, estruendos, más gritos, de ayuda y de lamento. Otro tiroteo. Silencio, un abismal silencio que volvió a romperse con suplicas, gritos y callados por una serie de balas.
Él recordó aquello, aquel emocionante momento. Que fue corto, pero tan bueno como siempre. Había vuelto a experimentar aquel momento, pero otra vez fue tan fugaz que, cuando debía seguir con su deber, volvía ser consciente de que ya no estaba en aquel mundo que él tanto anhelaba. Así que, suprimiendo sus propios deseos, levantó su mano derecha hasta su oreja y presionó su auricular transmisor.
- ¿Todo listo en sus posiciones?
Preguntó y recibió varias respuestas de afirmación: del hombre al mando de los cuatro que estaban en el tercer piso, de los dos que cuidaban los pasillos del quinto piso, del que estaba en la sala de control, del que se ubicaba en la azotea, y el asentimiento de los cuatro que estaban con él.
- Entonces... —dijo y caminó hasta los rehenes. Bajó su mano y estrelló sus palmas para llamar la atención de todos—. Solo tengo una orden. Hagan todo lo que les ordene y podrán conservar sus vidas.
Su japonés era apenas entendible, y su tono era aburrido. Aun así, la imponencia de su voz y la fría mirada que mostró, fue suficiente para intimidar a todos sus rehenes.
- Pero si no...
Entonces se levantó, sin esperar respuesta alguna, y sacó una pistola automática de su cinturón. Las reacciones fueron lo que él esperaba. Algunos dejaron salir un pequeño gemido retenido, otros empezaron a temblar pensando lo peor, y otras empezaron a llorar tapándose la boca. Esperó unos segundos más sin decir nada, hasta que uno de ellos se quebró y salió corriendo mientras gritaba, repetidamente. No quiero morir.
Ninguno terrorista lo detuvo. Sin embargo, un fuerte estruendo calló sus alaridos y lo hizo caer al suelo. El desagradable sonido de su cabeza sangrante chocando contra el suelo, formando un charco de sangre, se perforó en la mente de todos los que vieron aquel asesinato.
- Eso sucederá.
Dijo, burlándose, tan a gusto que ni siquiera se molestó en decirlo en japonés. Después de todo, al oír sus gemidos ahogados, al ver sus ojos estremecidos e incapaces de aceptar o reaccionar ante lo que acaban de presenciar, lo dejaron satisfecho.
Pero aun después de encontrar una pequeña chispa de emoción, volvió a mostrarse aburrido y hartado. Sin embargo, su mirada, su presencia misma, no dejaba de reflejar su poco aprecio a la vida, mostrando a un asesino experimentado y listo para disparar al siguiente revoltoso.
- Entonces —dijo, mirando a sus subordinados—. Elijan ocho.
Levantó una silla y se sentó para observar a quienes serían la clave para la siguiente fase del plan.
Después de unos momentos, y ya contados los ocho elegidos, se puso de pie y les observó con más detenimiento. Eran un par de temblorosos hombres en traje, dos adolescentes, dos señoritas que parecían haberse desviado de la oficina y finalmente dos chicas de preparatoria. Una de cabello corto y la otra que sujetaba su cabello con una coleta baja sobre su hombro. La segunda tenía abrazada a la primera quien, igual que a muchos de ellos, se mantenía cabizbaja y temblaba sin control.
Era expresiones que él veía a menudo, y a base de casi los mismos métodos. Por eso estaba aburrido. No era más que el mismo trabajo de siempre, las mismas reacciones de siempre. Así que sin más que esperar, decidió seguir con el plan.
- Entonces...
ESTÁS LEYENDO
Donde todo empezó
RandomÉsta es la historia de Alex, un estudiante mitad peruano y mitad japonés, quien empezó a estudiar en Japón en su Primer año de Preparatoria. Sin embargo, lejos de ser una persona entusiasta, su actitud asocial lo convirtió en un solitario. Todo esto...