VOL. 3 Cap. 1: Parte 5

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Capítulo 1:
¡Primero los preparativos!
Recuerdos sin turismo

Parte 5

El auto llegó hasta la 96 de Liverpool St y se detuvo delante de una minivan blanca, de la cual bajaban unas sillas plegables y que luego transportaban por el pasaje que se encontraba al lado del café-snack.

Tras bajar con mi mochila y mis bolsas de compras, me despedí del conductor. Pero antes de seguir con mi camino, al frente, observé una casa que más parecía una mini mansión y, detrás de él, edificios tan altos que parecían llegar al cielo. Un auto negro paso por delante de mí, robando mi mirada y estacionándose un poco más adelante. De él salieron un grupo de amigos que, entre risas, bajaron y sacaron sus maletines de la maletera e ingresaron al edificio.

En ese momento me di cuenta del letrero colgante que había arriba de mí. Era de color negro, teniendo escrito de blanco "Meriton" y Serviced Apartments de amarillo y de menor tamaño. Pero al ver más allá del letrero, me di cuenta del enorme edificio al que iba a entrar y que también parecía llegar al cielo. Era el World Tower.

Sonreí, volví mi mirada hacia el frente y vi, tras un pequeño pasadizo y una puerta de vidrio, la recepción del hotel. Sin embargo, mientras todo el mundo seguía su ritmo y el sonido de la ciudad invadía mis sentidos, no pude moverme ni un centímetro. Mi sonrisa poco a poco se apagó al mismo tiempo que una gota de sudor se deslizaba por mi mejilla.

Por alguna razón, me había olvidado de hacer la reservación.

Inmediatamente solté mis bolsas y saqué mi billetera, rogando y ofreciendo mi alma a quien fuese. Por fortuna, no tuve necesidad de vender mi cuerpo; había encontrado una de mis armas secretas, pero fue una que borró mi sonrisa apenas la encontré.

Pero me recompuse, entré y me dirigí hacía el recepcionista. Parecía ocupado, pero al verme me saludó cordialmente y me preguntó sobre la reservación. Le dije que no la hice, pero le pregunté si tenía una libre para una persona. Por suerte, el amigo me comprendió y buscó una habitación. Lo malo fue que, por su expresión, no había habitaciones. Pero antes de que me lo dijera, le mostré mi arma secreta: una tarjeta de crédito negra con letras que parecían escritas con oro. Su cara de sorpresa fue tal que pudo hacerme reír, pero mi control fue superior por poco. Segundos después de tener la tarjeta en manos, dando pequeñas miradas entre la tarjeta y yo, logró recomponerse. Me pidió un momento, manejó un par de cosas en su computadora y utilizó la tarjeta. Segundos después y tras verificar la autenticidad de la tarjeta me dio una llave casi asustado, llamó a alguien del personal y fui llevado al piso 51.

Tras un pequeño paseo por el ascensor y conversando con la señorita que me habían asignado, sobre los servicios y beneficios que podía brindarme el hotel, llegamos a mi piso y me guio hacia una elegante habitación. Una Ocean Suite.

Apenas ella se retiró, dejándome otra vez solo, observé mi habitación. Había un bonito y largo sofá con una pequeña almohada encima, un televisor suficientemente grande, y un mini escritorio con un teléfono encima y cerca de un espejo en la pared. Pero mi atención se centró en lo que había al fondo. Dejé caer mi mochila y las bolsas sobre el sofá y caminé de largo hasta llegar a la pequeña mesa con un par de sillas junto a la enorme ventana. Me acerqué aún más a la ventana, y sin decir nada, observé ese cielo australiano, la ciudad, sus edificios, árboles y, en el horizonte y todavía bajo gruesas nubes, el mar.

Varios segundos después y sin atreverme a pensar, me volví e ingresé por la puerta que había a un costado de la salida. Una enorme cama de sábanas y almohadas blancas que parecían brillar, llamaron mi atención y sin contenerme, me lancé de lleno.

- ¡Fuwah! ¡Es tan suave y esponjoso!

Dije, con mi más grande sonrisa, incluso me di unas cuantas vueltas sobre la cama. Aun así, mi voz y el ruido que hice fueron tragados por el silencio, una vez más. Y tras varios segundos sin hacer nada, me incliné en dirección a la ventana.

Desde que bajé del avión, fui invadido por esa sensación de estar en un lugar nuevo. Ya saben, aquella que uno siente al cambiar de ambiente y que, por muchas veces que viajé a un mismo lugar, siempre se sentía placentero y extraño a la vez. Pero ahora, esa sensación se combinó con otra que no había sentido en mucho tiempo. Una que solo nacía en el silencio y por mis otros pensamientos.

Entonces saqué la tarjeta negra que guardé entre lasotras tarjetas que tenía en mi billetera, y sujetándola entre mis dedos,sonreí. Sin embargo, mi sonrisa no era de satisfacción, tampoco es que me hayaacordado de algún chiste o de la cara del recepcionista, tampoco porque latarjeta me haya recordado algún buen momento. Todo lo contrario, tener esatarjeta en mi mano... Depender de ella... Utilizarla... Me hacía sentir tan...lamentable.    

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