Epílogo 1
Después de que el barco turístico cruzara bajo el puente, el azulado y nublado cielo australiano volvió a ser visible. Las luces de la creciente noche poco a poco se hacían más brillantes, ya sean de las calles como de los muchos edificios que había a la vista, así como de la propia ópera, que hacía justicia a su imperecedera fama.
Era un fantástico panorama, casi tanto como la primera vez que lo vi, cuando Jessi-nee nos trajo para conocer a su mejor amiga y colega: Jenny-nee.
Eran las celebraciones del Día de Australia, en pleno verano. La tendencia local nos invitaba a realizar una parrillada, la cual hicimos junto a la familia de Jenny-nee, quienes nos hicieron vestir de verde y morado junto a ellos, así como permitirnos ser partícipes de la competencia del mejor barco decorado. No ganamos, pero disfrutamos de las innumerables fotos que hicimos junto a otros turistas. Y fue en la noche cuando Oliver, el primo de Jenny-nee, nos prestó su yate privado, el cual Brian manejó a lo largo de todo el puerto de Sidney.
No sé cuántas fotos nos tomamos aquel día, pero mi favorita es sin duda aquella que tomé a modo de selfie y de improviso, justo cuando explotaba los fuegos artificiales y nos bañaba de colores. Yo sonriendo en el medio, mientras que en una mitad Alex y Mari abrazaban alegremente a una sorprendida Jessi-nee, muy cerca al borde del yate; y en la otra mitad, Jenny-nee miraba furtivamente a un callado y distraído Brian que miraba el cielo.
- ¿No descubriste nada más?
Preguntó Alex, súbitamente, despertándome y haciéndome consciente de la realidad.
No era verano, no había fuegos artificiales en el cielo, y no estaba en aquel yate. Estaba sentado en una de las muchas mesas llenas de parejas, niños y ancianos, siendo la música de fondo un compendio de varios como diferentes sonidos, ya sea el ruido del motor del barco, el viento, el mar y las numerosas voces que había en alrededor.
Alex estaba sentado al frente mío, revisando por fin la última hoja de las muchas que tenía en manos. Tanto su postre como su caliente capuchino habían desaparecido hace mucho, pero él en ningún momento apartó sus ojos del informe, ignorando por completo el hermoso paisaje así como mis preciosos sentimientos. Digo eso, pero él estaba tan concentrado que no podría haberse dado cuenta de mi expresión. Aunque claro, si hubiera sentido su mirada, inmediatamente habría disfrazado u ocultado mis emociones como acto reflejo.
Era consciente de tal contradicción, pero qué podía hacer. Con el actual Alex, las palabras eran insuficientes. Por lo que, resignado, retomé mi habitual actitud frívola.
- ¿Por qué tan poca confianza Alex? —refuté, fingiendo desconsuelo—. Desde que llegaste no dejas de poner en duda mi integridad, ahora lo haces con mis capacidades. ¿Qué pasa?
No me respondió de inmediato, sino que frunció el ceño y me miró en silencio por un par de segundos antes de dejar los papeles sobre la mesa, justo al costado de su platillo de postre vacío. Quiso decir algo, pero de repente, un par de niños y una niña empezaron un pequeño alboroto mientras tomaban fotos a la ópera, peleándose sobre quien tomó la mejor foto. Ambos los observamos por un tiempo hasta que ellos, incapaces de llegar a un acuerdo, decidieron correr hacia sus padres pidiendo su opinión.
Al ver sus pequeñas espaldas, con mi codo sobre la mesa y apoyado sobre la palma de mi mano, me dieron unas increíbles ganas de suspirar. La cual creció al momento que vi ese brillo confuso y apagado en los ojos de Alex, como si su mirada se perdiera en el tiempo. Quise creer que Alex estaba recordando aquella primera vez que vinimos; entonces sonreiría débilmente, me diría algunas palabras y miraríamos el paisaje juntos, sumergidos en nuestros pensamientos y recuerdos.
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Donde todo empezó
RandomÉsta es la historia de Alex, un estudiante mitad peruano y mitad japonés, quien empezó a estudiar en Japón en su Primer año de Preparatoria. Sin embargo, lejos de ser una persona entusiasta, su actitud asocial lo convirtió en un solitario. Todo esto...