VOL. 3 Cap. 1: Parte 4

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Capítulo 1:
¡Primero los preparativos!
Recuerdos sin turismo

Parte 4

Fueron dos días después, un sábado, cuando finalmente volví a casa. Tanto mi tío como yo queríamos celebrarlo a lo grande, así que decidimos ir a la considerada por nosotros, y porque no hay ninguna igual, mejor picantería de nuestra Ciudad Blanca. Sí, estoy hablando de aquella ubicada a un poco más de dos cuadras de la plaza de armas: ¡El Pato!

Aún recuerdo como era, pues la última vez que fui allí fue justo antes de entrar a la primaria. La habían cerrado. Pero lo que si recordaba era la estupenda comida que servían, y cuando mi tío me contó que la reinauguraron mientras estaba en aquel proyecto, sin más, decidimos venir.

Y... No solo la había reinaugurado, la habían super mejorado.

Aún mantenía la misma fachada, pequeña y pintada de rojo, es más, el pequeño y desgastado letrero seguía siendo el mismo. Sin embargo, al entrar, me sorprendió ver que el pasadizo seguía igual de pequeño, pero había reemplazado las pequeñas habitaciones por otras de mayor tamaño y de paredes de sillar blanco con varios diseños agradables a la vista y algunas macetas. Me gustaba y no podía dejar de admirarlo todo. Tanto que casi me puse correr y verlo todo de inmediato. Pero me controlé. Al ingresar al comedor, vimos que casi todo seguía igual: la caja, al costado derecho, igual de pequeño; el comedor igual de grande como lo recordaba, incluso con el mismo patrón de sillas. Sin embargo, el piso había sido reemplazado por madera y las paredes blancas ahora eran adornadas por algunas plantas enredaderas (que crecían de algunas macetas), y por los mismos cuadros que ni siquiera habían cambiado de lugar; en especial, la foto de la madre del propietario que aún permanecía arriba de donde el mesero recibía los platos de la cocina. El ambiente que irradiaba era más fresco y agradable de como recordaba, eso sí, sin olvidarse de poner música criolla.

Pero eso no era todo, y como broche de oro, habían hecho un segundo piso. A la cual, obviamente subimos. Las escaleras se ubicaban al fondo a la derecha y a un costado del baño. Arriba, nos acercamos a una las contadas mesas que había y que, al igual del primer piso, eran de madera y sobre ellas unos manteles azules con bordes de bordado blanco. El techo era de tejas y de forma triangular, del cual colgaban algunos faroles. Las paredes también eran blancas, salvo las que daban al Río Chili, las cuales eran de vidrio con algunas figuras de patos que quedaban graciosas.

Ya tenía en mente pedir el Especial Americano, el cual representaba casi todos los mejores platos de la carta. En mi humilde opinión. Pero antes de sentarnos, nos percatamos de que no éramos los únicos allí arriba.

Habíamos elegido venir a las 10, pues a esa hora el lugar estaba bajo de clientela, y al subir solo me dispuse a admirar el lugar que, no me di cuenta que más adelante se encontraban un par de familias sentadas sobre dos mesas unidas.

- Pero si es el señor Bruno y su esposa. ¡Ah! Y los señores Kobayashi. —Antes de verlos bien, mi tío los saludó con bastante familiaridad.

Eran dos parejas, un niño y una niña; creo que de mi edad. Una pareja y la niña eran extranjeros, del oriente. ¿Chinos? ¿Japoneses? No estaba seguro. Pero al ver a la otra pareja, vi que el hombre tenía ciertos rasgos orientales también, pero su pareja si parecía latina, es más, podría apostar que era Arequipeña. El niño tenía más rasgos latinos de quien parecía ser su padre.

- ... ¡Oh! ¿Cómo está Ruiz-san?

El padre del niño le devolvió el saludó con un impecable español latino, seguido de un saludo de su esposa, y unas pequeñas reverencias de sus compañeros, diciendo algo que no entendí.

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