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CAPÍTULO 29


—¡Marie! —la llamó cuando la vio pasar por el pasillo.

—Creí que estarías durmiendo —murmuró la mujer, entrando al cuarto.

En la madrugada había encontrado a ambos adolescentes juntos, ellos estaban viendo una película mientras comían golosinas de una máquina y charlaban animadamente. Le dieron ternura, pero tuvo que pedirle que se marchara y la dejara descansar. Eso se había repetido varias veces en la última semana, empezando la noche en la que Amber le pidió que le llevara una manta.

—No, ya desayuné y todo —le señaló la fuente vacía. Al principio se había negado a comer, pero ahora su apetito era mayor y no dejaba ni las migas—. ¿Te puedo pedir un favor?

—Dime, cariño —enseguida recolectó todo. Su turno estaba por acabar y estaba deseosa de ir a dormir a su casa, pero no se quejaba de la compañía, le agradaba la chica, la conocía desde pequeña.

—¿Puedes conseguirme un uniforme o algo? —la observó con una ceja alzada—. Ya sabes, como esos que les dan a los familiares que asisten a los partos, yo los he visto.

—No niego que el verde agua te quedaría bien —bromeó—. Pero, ¿para que lo quieres?

—Odio esta bata, me hace sentir más enferma de lo que ya estoy y se me enfría el trasero —protestó haciendo un mohín, lo que terminó de convencer a la enfermera.

—Veré qué encuentro...

Volvió a los veinte minutos, con un uniforme de obstetricia bajo el brazo.

—Creo que es tu día de suerte —le sonrió, entregándole el uniforme rosa.

—Lo será si puedo ducharme —resopló.

—Mi turno termina en veinte, ¿quieres que te ayude? —la vio con complicidad.

—¿Lo harías? —preguntó ilusionada, la mujer asintió—. Eres la mejor, en serio.

—No me halagues tanto que si nos descubre tu madre nos mata —ambas rieron.

Los veinte minutos se volvieron una hora. Marie la había ayudado a ducharse con cuidado de no mojar su yeso ni los puntos que tenía; le había lavado el cabello, y una vez que Amber ya estaba vestida, se lo peinó y se lo secó. Había necesitado bastante ayuda ya que la muchacha no podía mantenerse de pie.

Por suerte aún era temprano y sus padres estaban descansando en una de las salas para los médicos de guardia.

—Gracias por ayudarme —la tomó de las manos y les dio un apretón—. En serio te lo agradezco, ya me estaba volviendo loca —hizo una mueca.

—Fue un placer, cariño —le dio un rápido abrazo—. Ya me voy. No te metas en problemas, ¿ok?

—Me conoces, Marie... —la observó divertida.

—Bien —soltó una leve risa—. Cuídate, nos vemos mañana. Y dile al niño bonito que no puede seguir escondiéndose aquí o tendremos problemas.

—Lo haré —le prometió—. ¡Hasta mañana! —se despidió contenta.

La idea de andar en una silla de ruedas no la entusiasmaba, pero peor era estar postrada en esa cama. Se sentía bien hoy, tenía energía y debía aprovecharlo.

Recorrió los pasillos, buscando una cara conocida. No sabía qué hacer y estaba aburrida.

Decidió subir al elevador y, una vez allí, presionó el piso de la cafetería. Se había quedado con ganas de comer algo más.

《Ambett》[AE#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora