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2024

—¿Cómo te sientes, nena? —suspiré al volver a oír la pregunta.

—Estoy bien, rubia. Igual que hace cinco minutos —rodé los ojos con fastidio.

—Oye, no seas mala conmigo —se quejó—. Me dejaron a cargo tuyo, llegas a tener un cabello fuera de lugar cuando vuelva tu esposo y estaré en problemas...

—Está hecho un exagerado desde que se enteró que iba a ser papá —resoplé.

—Déjalo, pobrecito —lo defendió enseguida—. Desde que te conoció que quiere tener hijos contigo.

—¡Lo sé! —prácticamente chillé—. Llevamos tanto tiempo juntos... Es increíble... —me llevé una mano al vientre instintivamente.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ustedes? —volteé a verla—. Aún se miran como al principio, aún se tratan como cuando empezaron a salir y se respetan tanto... —su mirada brilló ilusionada.

Cuando ya nos habíamos adaptado a la vida universitaria, a la nueva ciudad y a mantenernos ocultos como cambiaformas, las señales comenzaron a llegar. Muchas noches soñaba con Emily siendo una loba, la veía jugando con Azul, cambiando de color de ojos, gruñéndome...

Tuve que hacerlo. La transformé durante una noche de luna llena. No iba a decir que había sido una noche perfecta y para el recuerdo, porque no lo fue, pero nadie iba a olvidarla.

Para ese momento, Tiffany ya llevaba bien esto de la doble personalidad de su novia, se había leído toda la información que teníamos en nuestra biblioteca y ya aceptaba del todo este nuevo mundo.

Tener humanos involucrados con la manada era complicado. A veces era demasiado para ellos, demasiadas cosas que no comprendían. Además, podía darme cuenta lo que ocultaban sus miradas, las ganas que tenían de poder ser como nosotros, de sentirse uno con la naturaleza, de conectarse con la luna...

Llevaba años dándole vueltas si preguntarle a Emily o no sobre cambiar, pero la Diosa Luna me dio la respuesta antes de que me animara a tener esa conversación con mi mejor amiga.

La Diosa Luna tenía algo planeado para ella, aunque todavía no sabíamos qué...

—Oye, ahí está Lola —señaló la pantalla.

El sabático de Lola había terminado en que se dedicara completamente al patín. Lo bien que hizo, ya que logró hacerse una reputación y el respeto de sus pares. London había ganado trofeos y medallas, había viajado por el mundo y había arrasado en competencias.

Aún lo hacía, aunque ahora como entrenadora en lugar de patinadora.

—No tiene una maldita arruga la perra —exclamó, sacándome de mis pensamientos.

—Y tú eres inmortal —la pelirroja apareció por el pasillo.

—Ya te va a tocar a ti —le sonrió de lado.

—No tengo apuro —se dejó caer en el sofá—. Si sigo siendo humana es porque yo quiero, fue mi decisión.

—Y eso es lo que no entiendo —rebatió la rubia mientras yo me comía un puñado de palomitas—. Has visto de primera mano cómo es ser uno de ellos, uno de nosotros...

—Sí, pero me encanta mi humanidad —esta era una conversación recurrente en la casa—. Y en cualquier caso, si lo necesito, mi chica me defiende —se encogió de hombros.

《Ambett》[AE#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora