A veces llegas a lugares que siempre te han enseñado que son exclusivos, esos sitios con el piso como un espejo, cuyas vitrinas no tienen ni una mancha y cuyos aparadores están repletos de cosas relucientes, resplandecientes, y las cuales tienen precios más cercanos al cielo que al bolsillo de las personas que quieren adquirirlos; espacios donde el maquillaje y el plástico abundan, las risas escandalosas están prohibidas y llegar sin una prenda extravagante o muchas joyas o una actitud arrogante y medianamente imponente es casi tan grave como negar a un pariente.
En aquellos sitios la gente cree que es de mejor descendencia por comprar un collar carísimo que no usarán en más de una ocasión, las mujeres toman agua o infusiones porque las palabras "azúcar" y "dulce" fueron reemplazadas en sus diccionarios por "gordura", "buena figura" y "apariencia", y los hombres sólo tienen permitido mirar a los demás por encima del hombro e ingerir bebidas y alimentos cuyas calorías sumadas no superen las 100.
Al llegar puede ser abrumador, porque no ves que todos ellos son personas del común criadas en entornos aparentes y cuentos de hadas que suponen que su problema más grave es elegir entre un Dolce o un Channel, o escoger entre 25 pares de zapatos algunos que combinen con un par de jeans, o no saber a que bar ir para poder demostrar su poder adquisitivo, pero la realidad es que reina la apariencia, y entre más costoso te veas es mejor.
Pero no valen nada, realmente son contadas las personas de esos entornos que valen más del costo que tienen las etiquetas de sus prendas.
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Confesiones de un corazón juvenil
SaggisticaVivencias, dolores, risas, pero más que nada, amor e inspiración.