Demons| TC2

Capítulo 33: Engaños, inteligencia y mucha maldad.

Adelí Mathews

En la vida hay muchos tipos de personas, desde santos hasta demonios. Prodigios a ineptos, y reyes a inadaptados. Pero existe una parte del mundo en donde todo eso no importa, pues allí hace falta ser inteligente para sobrevivir.

En la cima de la cadena alimenticia, oculta a los ojos humanos, se encuentra en letras mayúsculas la palabra "VAMPIROS". Aborrecída por todos quienes nos temen y han querido extinguirnos (Sin éxito, por supuesto) pero siempre en la cima, pues hasta ahora no ha aparecido otra criatura que nos supere.

Pero lo cierto es que también los vampiros tenemos una cadena alimenticia. Yo misma la inventé, pues parece ser que soy la única que piensa que aunque seamos parte de la misma especie no somos específicamente una "Familia", pues aún persiste el odio entre algunos de nosotros.

Claro está que no hace falta mencionar que en la cima de nuestra cadena alimenticia está el nombre de James Black, el primer vampiro de toda la historia, quien es también el hijo de Tsalia Morengei, la perra...digo la bruja más poderosa de todo el mundo. Cualquier idiota creería que después de él continúan los vampiros "Selectos", vampiros que además de poseer sus respectivos dones, poseen la habilidad única de manipular la mente de los demás de todas las formas imaginables, todo depende de su edad y experiencia. Pero lo cierto es que en tiempos de guerra, un vampiro no es peligroso por su fuerza o poder, sino por su inteligencia.

Hace falta pensar para formular estrategias. Y hacen falta estrategias para ganar batallas. Es por eso que Tsalia Morengei está a nada de derrumbarnos de la cadena alimenticia, pero siempre existirá un bache para todo, y en el caso de Tsalia Morengei ese bache tiene cabello rojo, y es muy, muy cabrona; y ahora está enojada.

—¿Señorita Mathews, puedo hacerle una pregunta?

Miro a Kenna de reojo y finjo pensar en la respuesta por unos segundos. La verdad es que ahora no tenía nada mejor que hacer que escucharla parlotear con su acento inglés y sus palabras que sólo ella y William Shakespeare conocían.

—Escúpela—le digo.

Ella se queda procesando mis palabras por un momento hasta que parece captar su significado. Carraspea y al fin me pregunta.

—¿Por qué hacemos esto?

—Ohhh, creí que Eric era el único curioso desesperante—murmuro.

Arqueo una ceja y trato de hallar las mejores palabras para expresarle la razón por la que esta parte de la misión es primordial para nosotros.

—Bueno, sucede que existen personas tan idiotas que no se ponen a pensar en los riesgos que lleva meter a un completo extraño a tu casa, pues ese extraño podría resultar el monstruo de tus peores pesadillas—le explico.

—¿Habla de cuando usted decidió vivir en casa de los Pearson y ellos no pusieron objeción?—inquiere.

Hago una mueca, si fuese otra persona la que me hubiera dicho eso, su cabeza ya se encontraría en una de mis vitrinas, pero tratándose de la bruja que me salvó la vida, tengo que reprimir el impulso de empujarla al vacío.

—No, Kenna—digo entre dientes—. Hablaba de ella—señalo a unos cuantos metros por debajo de nosotros al par de ineptos caminando por el bosque.

—¿La señorita Dalia?

—La traidora, perra y zorra, Dalia—le corrijo, y ella asiente.

—¿Y por qué la estamos siguiendo entonces?

Me recargo en el tronco y me vuelvo hacia la chica. Camina con tranquilidad, mirando de vez en cuando al chico de cabellera color zanahoria que la acompaña.