Capítulo 42: Todos podemos cambiar

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Adelí Mathews

Siempre pensé que las mañanas en la mansión de los Pearson eran de lo más espléndidas. Solía imaginar a los tres hermanos despertándose los unos a los otros con golpes cariñosos o empujones, para luego bajar a desayunar en la enorme mesa del comedor, junto al bellísimo matrimonio de sus padres.

Pero no fue hasta que me mudé aquí que pude comprender que mi mente humana tenía una idea totalmente errónea de lo que en verdad pasaba en esta casa. La historia de una familia con muchos problemas, tres hermanos que hacían todo lo posible para estar juntos, que habían sido condenados por su propio padre, convertidos en seres despreciables por el resto de la eternidad.

Comprendí todo eso, y no sólo porque antes escuchaba las conversaciones de Alex y Sarah a escondidas, sino por que cada mañana, veía a Rihanna Pearson entrar a cada habitación de la casa en busca de sus dos hermanos, para cerciosarse de que estaban bien. Ella nunca se lo demostraba a nadie, pero podía notarlo en sus ojos, la manera en que miraba a sus hermanos y luego a todos a su alrededor, identificando a aquellas personas en las que podía confiar, y marcando las que resultaban un peligro para su familia.

Yo siempre estuve entre las últimas.

Zack últimamente sólo tenía ojos para Monique Cooper, pero de todas formas lo veías de vez en cuando de pie en algún rincón de la casa, observando a la nada, metido en su mundo. Y sabía que tenía que estar pensando en algo importante, pues con sólo aparecer sus hermanos, Zack salía de su extraño trance.

Y luego estaba Alex, el menor de los Pearson, el chico que cargaba el peso de la familia en sus hombros. Cualquier cosa que le pasara a sus hermanos era culpa suya, no importa que aquello no fuera cierto, de alguna forma u otra él encontraría ser culpable del sufrimiento de sus hermanos.

Otra cosa que tenía en común con Sarah, pues ambos tienen un corazón de pollo, sintiendo culpa por cada paso que dan sobre la Tierra.

Al principio me costó entender como funcionaban las cosas en esta casa. Era como si con cada persona que entrara fuera un nuevo miembro de la familia o riesgo para Rihanna, una cosa en qué pensar para Zack, y una preocupación más para Alex. Pero hubo un día en que simplemente dejé de preguntarmelo, en que comprendí el cariño que se tenían entre ellos, y su extraña forma de manifestarlo.

No podía culparme por ser tan estúpida al principio, yo nunca tuve nada así, en mi familia nunca nos cuidamos los unos a los otros, ni estaba enterada de si le importaba a alguno de mis padres.

Mi madre ahora debería estar viviendo en el Caribe, tranquila, pensando que su hija está estudiando en la universidad. Si supiera que estoy elaborando estrategias para vencer a la bruja con la que la engañó mi padre.

Un crujido me saca de mis cavilaciones, me vuelvo rápidamente para ver a Eric encorvado, sus tenis sobre un montón de ramas.

—Lo siento—me dice, esbozando una sonrisa llena de vergüenza.

—Siempre he dicho que el vampirismo cura todo menos la estupidez—le digo, y vuelvo a prestar atención a las floresillas envueltas en pequeñas llamas de mi fuego.

—No lo he hecho a propósito, sabes bien que no me gusta interrumpirte cuando piensas.

Eric creía que cuando pensaba, un montón de ideas inteligentes y malvadas pasaban por mi cabeza, y formulaba planes de la A hasta la Z para cualquier situación que se nos presentara.

—Sí, lo sé—le digo—. Pero has estado dando vueltas por casi media hora, y aunque puedo ignorarte con mucha facilidad, me está empezando a fastidiar.

Demons| TC2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora