D a n a | I

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I

Por norma general, a una persona orgullosa no le resulta agradable estar equivocado. Menos aún en algo en lo que nunca creyó que pudiera ocurrir. En mi caso, podemos sumar todo esto a que me explotó en la cara, con la mala suerte de que la metralla fuera directa al corazón. Pero si algo positivo hay en que además de orgullosa goce de un gran grado de tozudez, es que mi cabeza se encargó de actuar de amortiguador en una constante retahíla de estonohapasado o, dado el caso, estonohasignificadonada.

La verdad es que en esto de los temas del amor, las adolescentes como yo tendemos a idealizar un poco el todo, para que luego resulte ser el nada. Me explico, y es que estar enamorada de tu mejor amigo no es agradable, o por lo menos no lo es cuando este se encarga de dejarte claro que por su parte es un gran NO. Ya, lo sé, hay novelas juveniles en grandes cantidades que remarcan el hecho.

Simplemente paso de leerlas.

En este caso, mi historia cuenta con un pequeño filo donde mi ego ha decidido anidar en todo este verano donde mi ciudad y yo nos hemos mantenido separadas. Es sorprendente lo que un resquicio como este puede hacer en una persona como yo. Y es que mis sentidos, en ningún momento, han recibido el mensaje de ese mencionado gran NO.

Nah... a una persona tozuda, y aún por encima llamada Dana Ginestera, hay que dejarles las cosas claras si no quieres que coja su chaqueta, se haga una coleta, amarre sus ovarios y se plante delante de tu puerta a pedirte verdades firmes.

Miento, porque en este caso las respuestas vienen hacia mí sobre las calles abarrotadas de un día festivo como lo es hoy. Exactamente el día antes de comenzar el instituto y, por tanto, el mejor día para hablar con él.

Mientras, el móvil quema en la colcha de mi cama reclamando mi atención. Yo me concentro en las cartas que se despliegan ante mí, buscando distraerme de la necesidad de mirar los mensajes que se refleja en el continuo golpeteo de mi pie sobre el colchón. Miro las cartas sobre la colcha y el montón que tengo en mi mano. Si he escogido este juego, es porque no hay que pensar mucho. Pero aquí estoy yo, pensando en la manera en la que enfrentar a Darío.

Quizás ese es el problema, ya que yo no me considero de ese reducido grupo de personas que piensa antes de actuar.

Diez minutos después, oigo el timbre en la planta baja del ático. Dejo las cartas, salgo de mi cuarto y bajo corriendo las escaleras justo en el momento en el que Maika usa sus llaves para abrir la puerta y entrar en el ancho salón. Salto los últimos escalones y corro a abrazar a mi amigo sin esperar demasiado tiempo, que está de pie en el recibidor con las manos metidas en los bolsillos justo detrás de su madre.

—Me siento desplazada —ríe Maika cuando paso a su lado sin pararme.

Pero su voz queda relegada a segundo plano cuando los brazos de Darío responden a mi abrazo, rodeándome también por los hombros y apretándome contra él. Yo sonrío y me permito quedarme allí unos momentos más, intentando desplazar el sentimiento de extrañeza que lucha por hacerse oír en mi interior.

—Estás muy contenta de verme para no haberte despedido de mí. —Levanto la cabeza de su hombro y me separo para ver sus ojos.

No está enfadado, y la verdad tampoco es que lo esperara. Si algo es mi mejor amigo, es pasivo respecto a la vida. Yo me encojo de hombros y, por una vez en toda mi existencia, me muerdo la lengua y no digo nada de lo que mi cabeza quiere gritarle. Sí, fui a despedirte. El problema fue que no estabas solo en tu portal.

Tras eso miro a Maika, que carraspea con fuerza mientras abre sus brazos, y yo río mientras correspondo.

Luego me acerco al cuenco situado en el mueble de la entrada, que no es más que un aparador que combina con el resto de los muebles del salón, perfectamente arreglados por mi madre. Cojo mis llaves y me vuelvo hacia Darío, el cual está ayudando a su madre a sacar el uniforme de su mochila. Cuando se gira hacia mí, aprovecho para hacer sonar las llaves y hacerle un gesto a la puerta con la cabeza. Da un beso a su madre, la cual rebusca algo en el fondo de la bolsa.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora