XIX
Lo basaría si no hubiera más gente en el archivo. Pero me contento con apoyar la cabeza en la madera pulida de la mesa y suspirar con cansancio. Dios, nunca hubiera pensado que encontrar documentos sobre esta ciudad en la Edad Media fuera tan difícil. Despejo mi mente del estrés y abrazo el viejo libro entre mis brazos, dando gracias a lo que fuera que me hizo mirar en la sección más recóndita del archivo, donde el tomo descansaba mal recolocado.
Corro a despegar el volumen de mi pecho cuando la bibliotecaria pasa corriendo tras la silla donde me encuentro sentado como una flecha, abriendo cajones y archivos con pasmosa velocidad. Arrugo mi frente al caer en la cuenta de que no había visto antes a la bibliotecaria subir al piso del archivo, lejos de sus libros de ficción de la planta baja.
Dejo que su figura se diluya entre las estanterías y estiro el brazo para agarrar algunas hojas donde empezar con los apuntes del libro. Cuando mi muñeca entra en mi campo de visión, la hora que marca mi reloj hace que mis dedos se queden en suspensión sobre las hojas desperdigadas por la madera. Es bastante tarde, y si me pongo ahora a escribir a mano, no voy a acabar nunca.
Me levanto con prisa, haciendo una mueca ante el chirrido de la silla, mirando a mi alrededor para disculparme encontrando solo dos personas en la estancia ajenas al ruido. Sin más dilación, recojo con ímpetu los periódicos y demás libros para correr y dejarlos donde las barritas. Con el importante tomo bajo el brazo corro al mostrador, donde la bibliotecaria de antes revuelve entre papeles.
—Penélope —llamo, haciendo alusión al nombre de la chapa metálica prendida en su pecho y al nombre que me ha repetido cada una de las veces en que he bajado a la biblioteca.
—Dime —contesta con apenas un hilo de voz. Levanta un segundo la mirada y me sonríe, reconociendo mi cara, tras la máscara de preocupación que ocupa sus facciones—. Cuéntame, ¿hubo suerte?
—Sí, lo encontré —suspiro con alivio, levantando un poco el tomo—. Pero me olvidé el portátil en casa y necesito usar uno de los ordenadores de la biblioteca. Pero supongo que no hay nadie abajo para activarlo.
Penélope levanta la mirada para alternar sus ojos entre mi rostro y los papeles, mordiéndose el labio y moviendo el pie nerviosamente al otro lado del mostrador. Estoy a punto de decirle que lo olvide, que volveré mañana, cuando sus ojos se enfocan en algo sobre mi hombro y su cara se ilumina.
—¡Odiseo, hijo! ¿Puedes activarle un ordenador de la biblio al chico? —inquiere señalando mi figura con un gesto. Cuando ese alguien que ha visto responde afirmativamente, Penélope se olvida de mí para volver a rebuscar entre los documentos bajo sus manos. Pero eso ya me da igual desde el momento en que oí ESA voz responder.
¿Odiseo? ¿Se llama Odiseo?
Procuro darme la vuelta despacio para no dislocarme el cuello, hasta que mis ojos quedan frente a frente del chico moreno. Mis labios se entreabren sin pretenderlo, analizando la forma en la que el asa de su mochila se desliza por uno de sus anchos hombros, sus pantalones se adhieren a sus piernas y la camiseta oscura a su pecho.
—Sígueme —ordena, indicándome con un gesto de la cabeza la dirección de la puerta antes de comenzar a caminar él en esa dirección.
Sigo durante segundos de parálisis la dirección de sus pisadas, antes de reaccionar para murmurar un gracias hacia la ocupada Penélope, coger el pase del mostrador para sacar el libro del archivo y movilizar mis piernas para caminar detrás de él, teniendo que recordarme como se camina como una persona normal. Dios, aún no me creo que me lo haya encontrado de nuevo.
Miro sobre mi hombro una vez más, mientras troto para alcanzar sus largas zancadas. No sé si he dicho ya que no soy la persona más alta del lugar, pero nunca me había importado tanto la diferencia como ahora que tengo que prácticamente correr para alcanzar a Odiseo en las escaleras.
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Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...