D a n a | XIII

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XIII

Sentada en Biología sonrío, mirando a Zephir. Con satisfacción, recuerdo como se aceraron sus ojos cuando le dije que ya tenía un ayudante. También recuerdo su mueca cuando me dijo que no valía, pero aunque me hace sentir culpable, es cierto que nunca lo aclaró y que pienso ganar. Y, para ganar, si hace falta un ayudante lo usaré.

Desvío la mirada de mi amigo cuando Virgilio anuncia que va a hacer parejas. Arrugo la nariz. Que pesados con los trabajos. Con calma espero a que diga mi nombre junto con el de Zephir, como siempre, feliz de poder hacer un trabajo con uno de mis mejores amigos. Mis ojos se abren con sorpresa cuando dicen otro nombre al lado del de Zeph.

¿Desde cuando hay una Josefa en clase? Me giro sobre mi misma y busco a la tal Elvírez con la mirada, hasta toparme con una chica morena que saluda aburrida a Zephir con la mano. Indignada, me giro a buscar a mi nuevo compañero, molesta porque no me toque con mi amigo.

Lo acabo encontrando al otro lado de Zephir, resultando ser un chico rubio de pecas que me sonríe. Yo le correspondo, aliviada de saber que, aún sin tener ni idea de su nombre, no es de los más vagos de clase.

Pese a todo, salgo de clase con el humor por los suelos. Sé que los trabajos van ligados a la vida del estudiante, pero me gusta soñar que no. Y también me gusta soñar con que un día el profesor de Historia Contemporánea abrirá los ojos y se dará cuenta de que es un capullo y que necesita cambiar. Pero no, por ahora mi suerte se reduce a que abra los ojos y se de cuenta de que necesita seguir jodiendo la vida a estudiantes como yo. Me quedo de piedra cuando casi se cepilla un tema EN UNA CLASE, dejándome con la boca abierta.

Estoy saliendo de clase con la indignación quemando mis entrañas, sin creerme del todo lo que ha pasado y negándome a aceptar que a este paso la semana que viene ya tendré examen cuando murmuro:

—Si pudiera, no pisaría esa clase nunca más.

—¿Qué has dicho, Dana? —inquiere su irritante voz a mis espaldas, justo antes de llegar a la puerta. Tenso los hombros y bufo.

—Solo me lamentaba de las malas decisiones de mi vida, profesor —acabo diciendo sin girarme para mirarlo.

Al final de la mañana salgo con Zephir tras despedirnos de Rebeca tras nuestra animada charla sobre las mejores canciones del grupo Sarabia.

Cuando llegamos frente a Sandra, me sorprende que Zephir nos pida acompañarnos, y más aún que no sepa cuando va mi amiga con su abuela siendo él tan observador. La incertidumbre me acompaña hasta la casa de su abuela, a la cual saludamos en la cocina antes de ir al cuarto que Sandra tiene aquí.

Yo me tumbo en su cama mientras ella se sienta en el pequeño escritorio.

—¿No te parece raro? —acabo preguntando.

—¿Lo qué?

—Que Zeph nos haya pedido acompañarnos y que no recordara que los jueves siempre vienes a casa de tu abuela —explico, a lo que ella se encoge de hombros.

—Quizás solo quería hablar con nosotras, o pasar el rato…

—Espera —la interrumpo, incorporándome en la cama cuando una idea ataca mi mente causada por sus palabras—, espera, espera, espera. ¡Ya lo entiendo! ¡Eres tú! ¡Quiere conquistarte a ti! —exclamo, emocionada de mi descubrimiento.

—¿Conquistarme? —pregunta confundida, a lo que se pone colorada haciendo que sus mejillas reluzcan rojas. No le doy importancia ya que, al fin y al cabo, Sandra es muy vergonzosa. En vez de eso, me dedico a contarle de qué va el juego, a lo que ella frunce el ceño ligeramente—. No quiero ser un trozo de carne que haga de trofeo, gracias —responde, cruzándose de brazos pero bajando la mirada.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora