Z e p h i r | III

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III

—Mier... coles, Jess, despierta —digo sacudiendo el menudo cuerpo de mi hermana. Cuando mis intentos no resultan, decido correr al cuarto de mi hermano y probar con él. Apoyo mi mano en su hombro, desnudo de la sábana de estampado de puzzle, y le doy unos toquecitos impacientes.

Cuando veo que se mueve para alejarse de mi contacto y me mira con sus grandes ojos marrones, yo le sonrío.

—Vamos, campeón, que llegamos tarde. Ayúdame a despertar a Jessy —digo hablándole en inglés, ya que pese a que mis hermanos no nacieron en Reino Unido como yo, a Jade le resulta más relajado el idioma que nuestra madre siempre ha hablado en casa con la familia.

No coge mi mano, sino el bajo de mi camiseta (como le es costumbre) y se suelta cuando llegamos a la puerta de Jessica. Entra y se pone en una esquina donde se encuentra un baúl en el cual su hermana guarda algún juguete, y se balancea de manera imperceptible. Mientras, yo vuelvo a probar a despertar de manera cuidadosa a Jessica. Debe de pasar un minuto hasta que miro el reloj de nuevo, y la paciencia se me acaba por las prisas. 

No hay tiempo para delicadezas.

Destapo las sábanas de su cama quedando el menudo cuerpo de mi hermanastra a la vista, en el inmenso mar blanco del cobertor de la cama, con un pijama demasiado abrigado y unos calcetines demasiado gordos para ser el final de verano. Me agacho ante la vista de Jade y paso un brazo bajo las rodillas de Jess y el otro por su espalda. La levanto, sintiendo su liviano peso, y me vuelvo para salir de la habitación con su hermano caminando detrás.

Recorro el pasillo hasta llegar al baño, donde prendo la luz con el codo y me acerco al lavabo. No puedo evitar la sonrisa que esbozo justo antes de abrir el grifo, apoyar a mi hermana en el mármol, mojar mi mano y salpicarle la cara con agua fría. Varias veces.

Su cuerpo se revuelve del susto y salta, frotándose los ojos y gritando.

—¡Zephir! ¿Qué haces? —Me fulmina con su mirada y se sienta en el suelo, saltando de donde la senté. Yo me apoyo en la pared de azulejos y observo como se saca los calcetines, extrañado. ¿Para qué diablos se los quita si lo que le he mojado es la cara?

Pero la respuesta no tarda mucho en llegar cuando, una vez se ha sacado ambos de los pies, se levanta increíblemente rápido y salta para soltarme los calcetines en la cara. Intento esquivarla y huir, pero Jade está en la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Seguramente no entiende lo que está haciendo su hermana, pero la verdad es que yo tampoco. Su mente maligna es difícil de entender. ¡Si solo tiene siete años!

—¡Jess! ¡¡Jo... pelines, cómo te huelen los pies!! —me quejo, tapándome la nariz con una mano y con la otra reteniendo la frente de mi hermana lejos de mí para que no avance. Pero deja de hacer falta cuando se queda quieta ante mis palabras, mirándome con la boca abierta con indignación.

—¡Exagerado!

Se separa de mí, me rodea y, tras cogerle la mano a su hermano, salen del baño. Yo resoplo divertido y miro el reloj. Entonces el corazón comienza a latir de nuevo rápido justo antes de gritar con prisa y salir corriendo tras ellos.

—¡Jess, Jade! ¡El autobús pasa en diez minutos!

—No quiero el desayuno del cole. Es un asco. —Jessica arruga su nariz mientras se cruza de brazos en el asiento trasero del taxi que he tenido que llamar una vez asumí que, irremediablemente, íbamos a llegar todos tarde.

Joder, no hay mejor manera para empezar el curso.

Jade mira la ventana mientras mueve de manera ausente las piezas del cubo de rubik que tiene entre las manos y Jess mira de reojo lo que hace mientras relaja su gesto.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora