Z e p h i r | XVII

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XVII

Dejo el móvil en la mesa tras leer el mensaje de mi tío y continúo tomando los cereales. Según me ha dicho, hoy espera conseguir ya el temario del bachillerato artístico, lo que resulta un alivio; con lo entusiasmada que está Irina con la idea, me alegro de no tener que hacerla esperar mucho más.

Cojo el móvil de nuevo cuando vuelve a sonar minutos después, cuando ya voy a recoger el tazón.

MAMÁ: Tus hermanos ya están en la escuela, voy a ir ya para clases. Acabo de hablar con la madre de Jenny, así que hoy Jess pasa la tarde en casa de su amiga. Yo recojo a Jade y lo llevo a terapia. Ya avisé a Isaac. Besos.

Sonrío y respondo con unos cuantos emoticonos, y después entro en el chat de Dana para preguntarle si quiere quedar esta tarde, decidido a cambiar ese “eso da igual”. Estoy a punto de escribirle cuando decido cerrarlo, dispuesto a preguntarle en persona. Si quiero que me deje de considerar solo su amigo, debo crear alguna especie de vínculo. Y querría hacerlo delante de sus preciosos ojos.

Por ello lavo con prisas el tazón y la cuchara en el fregadero y corro a mi cuarto a calzarme. Mientras me ato las zapatillas de deporte, el recuerdo de la clase de Física y Química del día anterior vuelve a mi cabeza, haciendo que sonría. El día de ayer, la profesora de tal materia decidió que era buen día para ir al laboratorio de física y empezar con la lección de Energía. Nos pusimos en grupo, yendo yo con Andrés, Rebeca y Dana. Aunque la clase era interesante, parece que no todo el mundo piensa lo mismo, ya que Andrés se dedicó a jugar con el móvil bajo la mesa y Dana se quedó dormida. Mejor dicho, se quedó dormida en mi brazo, y da igual que se me quedara entumecido al poco rato, porque mi corazón latía nervioso a un ritmo mucho más rápido que las acompasadas respiraciones de mi amiga.

Con ese recuerdo en mente, salgo camino a la parada del bus diciéndome que hoy debe de ser mi día.

Al llegar al instituto, saludo con una mano al conserje más enrollado de la historia, Federico, que se encuentra sentado con los pies en la mesa del cubículo de conserjería comiendo regalices, mientras paso rápidamente a su lado.

Al final, he acabado llegando a clase de Educación Física corriendo, por culpa de haberme distraído en el bus con Instagram y haber bajado en una parada más de la cuenta. Pero valió la pena ver la última foto que Darío ha subido. Era una fotografía un tanto desenfocada y oscura, típica de un interior poco iluminado, donde se veía a Darío, Unai, Dana, una chica de ojos verdes que ahora reconozco como Mía y otro chico moreno con tupé en el pelo que ya he visto en varias fotos del perfil. Lo mejor, sin lugar a dudas, era la sonrisa forzada de Dana, sentada en una pequeña mesa, con un mando de consola entre sus manos. No hace falta conocer qué estaba pasando para saber que no estaba contenta, pero me aventuraría a decir que lo que causaba su expresión era la cercanía que había entre Darío y la tal Mía.

En definitiva, parece que no me equivoco sobre los sentimientos entre el mejor amigo de Dana y la portadora de los ojos verdes y la sonrisa amable. Con las comisuras de mis labios tirando al cielo cruzo la puerta del gimnasio, recordando el pie de foto: Domingo con amigos :) Creo que si Dana ha visto la publicación, ese amigos debe de haberle afectado. Lo triste es que la entiendo perfectamente.

Una vez mis zapatillas de deporte tocan el suelo del gimnasio y veo que no hay profesor a la vista, me relajo consciente de que no he llegado tan tarde como creía. Con el sonido de las voces y risas de mis compañeros como fondo, me dirijo a paso tranquilo hacia Dana y Sandra, que hablan apoyadas en las espalderas más alejadas del tumulto. Si Sandra está aquí, es que su profesor tampoco ha llegado.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora