Entre las tormentas y las llamadas
El cubo de rubik se desliza entre mis dedos, cayendo una vez más sobre mi estómago. Un nuevo villancico comienza a reproducirse. Mientras, Jade juega a mi lado, manteniendo cierta distancia, con uno nuevo de ocho caras. Ya ha conseguido hacerlo dos veces desde que mamá se lo dio esta mañana en el desayuno de Navidad.
—¿Cuándo la vas a llamar?
Un pequeño bufido se cuela entre mis labios.
—Ya te lo he dicho, Jess. No voy a llamarla.
—¿Y por qué no? —insiste ella, tirándome una pequeña bolita de papel de su libreta al regazo.
—Porque ella le dijo que necesitaba tiempo, ¿no? —interrumpe mi madre, agarrando con suavidad las manitas de Jessica para que no continúe tirando el papel que debería estar usando para hacer decoraciones de Navidad. Me mira de reojo, esperando mi conformación.
No sé en qué momento he llegado a tener esta conversación con toda mi familia presente en mi habitación.
—Y porque está cagado. No olvidemos eso. —Un pequeño gruñido atraviesa mi garganta mientras fulmino con la mirada a Isaac, sentado en la silla del escritorio descargándome un programa de no sé qué en el ordenador. Mi madre se ríe desde su lugar en la alfombra, instante en que Jess aprovecha para lanzarme otra pequeña bolita de papel sucio directo a mi frente.
—¿Por qué estamos todos en mi habitación? —inquiero yo, agarrando el nuevo proyectil e incorporándome sobre la cama. Dejo el cubo de rubik sobre la colcha y me arrastro hasta el borde, apartando los demás trozos de papel arrugado, alcanzando mis zapatos con los pies—. ¿No ibais a comprar no sé qué para la comida?
—Oh, vamos. Es Navidad, no huyas de tu familia —pide Isaac cuando me acerco al armario y agarro mi impermeable.
—Volveré para la hora de la comida. Necesito despejarme.
Salgo de la habitación y me encamino a la puerta y, al cabo de media hora, me siento en el primer parque que encuentro entre los edificios, resguardándome del frío en la zona más cubierta por los árboles y arbustos, cubiertos de pequeñas luces apagadas de Navidad. No tardo en coger el móvil y marcar un número que, a estas alturas, ya me sé de memoria. Tres tonos después, una voz resuena al otro lado con fingida indignación.
—¡Zeph, feliz Navidad! Joder, cuánto tiempo. Me has dejado un poco abandonado últimamente, cabrón.
Una pequeña risa nerviosa se cuela entre mis labios mientras recuesto toda mi espalda en el banco, sintiendo el frío atravesar cada una de las capas de ropa y rascar mis mejillas.
—Feliz Navidad. Y lo siento. Han sido muchos exámenes y... Bueno, otras cosas.
—Ay, no. ¿Le ha pasado algo a tus hermanos? —pregunta Raúl, preocupado.
—¿Qué? ¡No! No, nada de eso. Cosas más superfluas.
—Dana —adivina él, arrancándome un bufido.
—¿Exactamente en qué momento estás llamando a Dana cosa superflua?
—En el momento en que tú consideras tus sentimientos algo superfluo, tonto. —Raúl suspira y un sonido plástico resuena al otro lado—. En fin, supongo que me has llamado para que podamos compadecernos juntos de nuestra poca suerte amorosa con nuestras amigas. La verdad es que no sé si ofenderme, sinvergüenza, de que me hayas llamado solo para eso, pero como eres mi amigo pues todo se perdona. Así que...
—He besado a Dana —suelto, interrumpiéndolo.
Durante unos segundos, la línea se queda en silencio.
ESTÁS LEYENDO
Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...